La palabra “Adviento” (del latín "adventus"),
significa: Venida, advenimiento. Proviene del verbo «venir». Entre
los pueblos paganos (no cristianos), esta palabra solía utilizarse para
indicar el advenimiento de la divinidad: Su venida periódica, y su
presencia representativa en el recinto sagrado del templo. En este sentido, la
palabra "adventus" podría significar «retorno», y también
«aniversario».
En el lenguaje cristiano primitivo, con la
expresión "adventus" se hacía referencia a la última venida del
Señor, a su vuelta gloriosa y definitiva. Pero en seguida, al aparecer las
fiestas de la Navidad y Epifanía (manifestación del Señor a todos los
pueblos), "adventus" sirvió para significar la venida del Señor en
la humildad de nuestra carne.
De este modo, la venida del Señor en Belén y su última
venida (en la parusía) se contemplan dentro de una visión unitaria, no como dos
venidas distintas, sino como una sola y única, desdoblada en etapas distintas.
Aun cuando la expresión haga referencia directa a
la venida del Señor, con la palabra "adventus" la liturgia se
refiere a un tiempo de preparación que precede a las solemnidades de
Navidad y Epifanía.
1. El Adviento en la Historia
La historia del tiempo litúrgico del Adviento es sencilla:
Parece fuera de discusión su origen occidental. A medida que las fiestas de
Navidad y Epifanía iban cobrando en el marco del año litúrgico una mayor
relevancia, en esa misma medida fue configurándose como una necesidad
imprescindible la existencia de un breve periodo de preparación que
representara, al mismo tiempo, la larga espera que entre los judíos
representaba la espera del Mesías prometido.
A pesar de las evidentes afinidades que hay entre la
Cuaresma (preparación a la Pascua) y el Adviento (preparación a la Navidad),
sería un gran error interpretar ambos períodos de tiempo con el mismo patrón.
Es cierto, en ambos casos se trata de un período de preparación, pero en el
Adviento la práctica penitencial del ayuno no tuvo jamás la relevancia que
tenía en la Cuaresma. Adviento, más bien, se consideraba como un tiempo
consagrado a una vida cristiana más intensa y más consciente, con una
asistencia más asidua a las celebraciones litúrgicas que ofrecían un marco
adecuado a la piedad cristiana.
La institución del Adviento no aparece en Roma sino hasta
mediados del siglo VI d.C. Los primeros testimonios los encontramos en los
libros litúrgicos: Precisamente en el Sacramentario gelasiano. En una
primera fase, el adviento romano incluía seis domingos. Posteriormente, a
partir de san Gregorio Magno, quedará reducido a cuatro, y así ha llegado hasta
nosotros hoy.
Originariamente, el Adviento romano aparece solo como una
preparación a la fiesta de Navidad; en ese sentido se expresan los textos
litúrgicos más antiguos. Sin embargo, a partir del siglo VII d.C., al
convertirse la Navidad en una fiesta más importante, en aparente competencia
incluso con la Pascua, el Adviento adquirirá una dimensión y un enfoque nuevos.
Más que un período de preparación, polarizado en el acontecimiento natalicio,
el Adviento se perfilará como un «tiempo de espera», como una celebración
solemne de la esperanza cristiana, abierta hacia el adventusúltimo y
definitivo del Señor al final de los tiempos.
Así, el adviento que hoy celebra la Iglesia mantiene esta
doble perspectiva: Preparación a la Navidad – Espera gozosa de la Segunda
Venida de Nuestro Señor.
2. Modelos de espera
Durante el Adviento, la Iglesia pone en nuestros labios
las palabras ardientes y los gritos de ansiedad de los grandes personajes que a
lo largo de la historia santa han protagonizado más intensamente
la esperanza.
Claro que no se trata de remedar artificialmente la
actitud interior de estos hombres, como quien representara un personaje en una
obra de teatro…
Es verdad, la salvación mesiánica no es, todavía, una
realidad plena. Por ello, estos grandes hombres y mujeres siguen siendo como
los portavoces en cuyos gritos de ansiedad se encarna todo el ardor de la
esperanza humana.
El primero de estos protagonistas es Isaías. Nadie
mejor que él ha encarnado tan al vivo el ansia impaciente del mesianismo
veterotestamentario (del Antiguo Testamento) a la espera del rey mesías (Ver Is
7: El libro del Emmanuel).
Después, Juan Bautista, el precursor, cuyas palabras
de invitación a la penitencia, dirigidas también a nosotros, cobran una
vigorosa actualidad durante las semanas de Adviento (Ver Mt 3, 2).
Y, finalmente, María, la Madre del Señor: En ella
culmina y adquiere una dimensión maravillosa toda la esperanza del mesianismo
hebreo (Ver Lc 1, 26 – ss).
La espera continúa... y continuará hasta el final de los
tiempos. Mientras tanto, Isaías, Juan Bautista y María seguirán siendo los
grandes modelos de la esperanza, y en sus palabras seguirá expresándose el
clamor angustioso de la Iglesia y de la humanidad entera ansiosa de
redención...