domingo, 4 de diciembre de 2016

MANUAL DEL SACRISTÁN (Vigésimo segunda Parte)


La Credencia

Es una mesa pequeña, muy útil, donde se colocan las cosas necesarias para la celebración. Hay que evitar que parezca un "pequeño altar", generando duplicidades y confusiones. Su tamaño es mediano, de altura normal, con espacio suficiente para los vasos sagrados, el Misal y los objetos necesarios para la Celebración. Debería cubrirse con un mantel (blanco, o también con los colores propios de la Liturgia).

Se puede colocar (y es lo más conveniente), mirando desde la nave, a la izquierda del Altar, para que los acólitos sirvan al sacerdote desde la derecha. En las Misas presididas por el Obispo, o muy solemnes, se puede requerir de una segunda o hasta de una tercera credencia.

La Nave (Ver IGMR 311 - 313)

La Nave es el espacio destinado al Pueblo; es el sitio donde se reúnen los fieles como asamblea, como comunidad de hermanos que comparten y celebran la fe y la gracia. En ella se expresa la Iglesia con palabras, movimientos y expresiones ordenadas.

Las bancas o asientos se han de acomodar de suerte que el pueblo pueda participar fácilmente y acercarse a comulgar sin dificultad. Desde cualquier ángulo deberían ser perfectamente visibles el Altar, el Ambón y la Sede. Debe haber espacio suficiente para que los fieles se arrodillen y estén de pie. Así mismo, vigilar que el sonido sea el adecuado, de tal suerte que todos los fieles puedan escuchar perfectamente.

Los Ministros y el Coro forman parte de la Asamblea litúrgica, por tanto, su lugar debe estar en comunicación con la nave, igualmente, con fácil acceso a la Comunión.

El Sacristán ha de procurar que los encargados del aseo (si los hay), barran, trapee y sacudan diariamente, o lo más frecuentemente posible.

Algo más que debe revisar es que las bancas estén siempre acomodadas, y que las alcancías o cepos de ofrendas estén en sus lugares y bien asegurados.

Cada semana (quincena o mes), conviene limpiar las manchas de cera y quitar los chicles con una espátula, apoyándose con acetona y pulidor; de igual modo, al menos una vez al año, hay que lustrar las bancas y puertas (todo depende del material con el que hayan sido confeccionadas). También hay que revisar frecuentemente las hincaderas, por si ocupan cambio de tela, vinil o de relleno... tal vez necesiten ajustarse los tornillos de las mismas.

La iluminación, la ventilación y el sonido, son muy importantes para mantener el clima de la celebración. Por tal motivo, hay que prever la mejor forma de acondicionar la luz y el sonido cuando no haya corriente eléctrica (candeleros o lámparas de led distribuídas en la nave, baterías para un amplificador portátil, etc.).

Las estaciones del Vía Crucis no se deben confundir con las cruces de la Dedicación o Consagración del Templo.

Donde haya Misa diaria o sólo dominicales pero con gran afluencia de fieles, lávese unas dos veces por semana la pileta de agua bendita.

La puerta principal nos recuerda que Cristo es "La Puerta para entrar al Reino". Éste debe abrirse a sus horas, y por la persona indicada; la llave no debe "soltarse" a cualquiera.

El "Presantuario" es el espacio libre entre el Presbiterio y las primeras bancas. Los griegos solían llamar a este espacio "solea" o "umbral". Es el lugar propio para el Monitor (Comentador). Conviene que haya una pequeña tarima donde puedan ponerse los bancos o sillas que ocuparán los actores de los sacramentos, así como atriles para el Monitor, el Director de Coro (si lo hay), y otros servicios. Debe ser un lugar digno, que facilite una celebración digna y participativa.


viernes, 2 de diciembre de 2016

MANUAL DEL SACRISTÁN (Vigésimo primera Parte)


El Sagrario (Ver IGMR 314 - 317)

El Sagrario es una urna preciosa que resguarda el Santísimo Sacramento, para llevar la comunión a los fieles, los enfermos, los ausentes, y para la adoración. El Sagrario es el corazón vivo de todo el Templo. Debe ser sólido, seguro, inamovible y firme, de modo que no haya peligro arbitrario de ser profanado.

Puede estar o bien en el presbiterio, fuera del altar de la celebración (en la forma y lugar más adecuados), o también en alguna capilla idónea, armónicamente unida a la Iglesia y visible para todos los fieles (Ver IGMR 314 - 315).

No están permitidos los Sagrarios que tienen integrados en sus puertas ostensorios, previstos para la adoración.

El Sacristán debe pedir al Sacerdote (o en su defecto a algún ministro extraordinario de la comunión), que mantenga el interior del Sagrario limpio y seco, que cambie al menos cada quince días el corporal inferior, cuidando que no queden en él partículas tiradas. Igualmente, se debe cuidar que las Formas consagradas se vayan renovando, al menos cada quince días, y que le indiquen si hay mucha Reserva para ya no poner más hostias en las celebraciones. Hay que custodiar la llave del Sagrario, procurar que sea de material noble, en un estuche seguro y digno. La llave no puede dejarse en cualquier sitio ni a la vista del público, conviene tener la combinación en un lugar bien resguardado, evitando todo peligro de profanación. Para prevenir percances de extravío o de urgencia, conviene tener algún duplicado, e igualmente bien custodiado.

Junto al Sagrario (o cerca de él), para indicar la presencia del Señor, arderá permanentemente una lámpara, nunca encima del Sagrario ni delante de su puerta.

Esta lámpara será preferentemente de aceite o de cera; hay que evitar otros combustibles, pues la llama natural significa tanto ofrenda como luz. Debe alumbrar de continuo, aún de noche. Puede tener encima un vaso rojo, o también del color litúrgico en cuestión.

Sobre el Sagrario no se deben colocar imágenes, reliquias, flores, etc.; si acaso, la Cruz. Para preservarlo de polvo e indicar la presencia del Señor, como hemos visto, se puede cubrir con un "conopeo" (en forma de tienda - pabellón o de cortina), blanco, o también del color del tiempo litúrgico.

Ante el Sagrario se hace "genuflexión". Ésta consiste en hincar la rodilla derecha hasta el suelo, inclinando ligeramente la cabeza. Es un acto supremo de reverencia, y expresa real adoración a Jesucristo. Hay algunos sacristanes que practican muy mal este gesto de adoración. A causa de las prisas o por la costumbre de los ires y venires, se degrada este acto de amor... por mucha apuración que se tenga, no se pierde mucho tiempo, y se garantiza un acto muy significativo y religioso.