martes, 31 de mayo de 2016

LA IGLESIA ES APOSTÓLICA




“Ustedes son familia de Dios,
edificados sobre el cimiento de los apóstoles…”
(Ver Ef 2, 19 - 20)

Apóstol

“Apóstol” es una palabra griega ("apóstolos"), y significa “enviado”. Fue el nombre con el que la Iglesia designó a los discípulos de Jesús, comprometidos con el anuncio de su Palabra, luego de que Él resucitó de entre los muertos.

Como todos hemos recibido del Señor el mandato de comunicar su mensaje “hasta los confines del mundo” (Ver Mc 16, 15; Mt 28, 18 – 20), decimos con toda propiedad que “la Iglesia es Apostólica”.

La Iglesia es Apostólica

La Iglesia es Apostólica en un triple sentido:

1. Fue y permanece edificada sobre “el cimiento de los apóstoles” (Ver Ef 2, 20), testigos escogidos y enviados en misión (como “enviados”) por el mismo Cristo (Ver Hech 1, 8).
2. Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en Ella, la enseñanza, el buen depósito, y las sanas palabras oídas a los apóstoles (Ver Hech 2, 42; 2 Tim 1, 13 – 14).
3. Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo en gloria, gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: El colegio de los Obispos, “a los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de San Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia” (Ver AG 5).

Jesús es el “Apóstol” del Padre, el “Enviado” del Señor. Y nuestro Maestro, desde el comienzo de su ministerio, “llamó a los que Él quiso, y vinieron donde él. Instituyó a Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Ver Mc 3, 13 – 14). En ellos, pues, se continúa su propia misión; “Como el Padre me envió, así también los envío yo” (Ver Jn 20, 21). Por lo tanto, su ministerio es la continuación del mismo ministerio de Cristo; así él nos asocia a la misión recibida de su Padre. Ya nos lo había dicho: “Quien a ustedes los recibe, a mí me recibe” (Lc 10, 16).

Es cierto que Jesús ya concluyó su misión temporal en la tierra, pero Él quiso delegar el cuidado de su Iglesia al Príncipe de los Apóstoles, a San Pedro. Por eso le llamamos “Papa” (cuatro palabras latinas que significan: Pedro – Apóstol – Príncipe – de los Apóstoles).

En el encargo dado a los Apóstoles, hay un aspecto especialísimo: Ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y solidificar los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión: Cristo les ha prometido estar con ellos "hasta el fin de los tiempos" (Mt 28, 20).

La Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II que habla sobre la Iglesia, Lumen Gentium (Luz de las gentes), afirma: “Esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los Apóstoles se preocuparon de instituir sucesores, para que continuasen después de su muerte la misión a ellos confiada; encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera, a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio” (Ver LG 20).

Por tal motivo, la Iglesia enseña que por institución divina los Obispos han sucedido a los Apóstoles como Pastores de la Iglesia. Así, quien a ellos escucha, escucha al mismo Cristo; quien a ellos obedece, obedece al Señor; quien a ellos desprecia, de igual modo desprecia a Jesús y a Aquel que lo envió…

Un solo rebaño, un solo Pastor

Por otro lado, toda la Iglesia es Apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, en comunión (común – unión) de fe y de vida con su origen.

Toda la Iglesia es Apostólica en cuanto que Ella es “enviada” al mundo entero. Así, todos sus miembros, comprometidos deben estar, de diferentes maneras pero de forma real, con este envío:

El Decreto del Concilio Vaticano que habla acerca de la Misión, Ad Gentes (Hacia las gentes), nos dice: “La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Se llama apostolado a toda la actividad del Cuerpo místico de Cristo, que tiende a propagar el Reino de Dios por toda la tierra” (Ver AA 2).

Sólo así podremos hacer efectivo el deseo de Nuestro Señor: Lograr hacer un solo rebaño, bajo la tutela y cuidados de un solo Pastor (Ver Jn 10).

lunes, 30 de mayo de 2016

LA IGLESIA ES CATÓLICA




“Dios quiere que todos los hombres se salven,
y lleguen al conocimiento de la verdad…”
(Ver 1 Tim 2, 4)

Universal

La palabra “católica” (del griego “catolicós”) significa “universal”. Así pues, cuando decimos que la Iglesia es “católica”, comprendemos dos cosas:

1. Que Cristo Jesús está presente en su Iglesia.
2. Que la Iglesia debe compartir esta gracia a todos los hombres. 

Veamos:

Cristo Jesús está presente en la Iglesia

San Ignacio de Antioquía (uno de los más grandes santos padres apostólicos del siglo II) dijo: “Allí, donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica”.

En ella subiste la plenitud del Cuerpo de Cristo, unido a su Cabeza (Ver Ef 1, 22 – 23), lo que implica que Ella recibe de Él “la plenitud de los medios de salvación” (AG 6) que ha tenido a bien participarnos:

a) Confesión de fe recta y completa. Ortodoxia plena.
b) Vida sacramental íntegra. Participación litúrgica total de los misterios de nuestra fe.
c) Ministerio ordenado en la sucesión apostólica. Ininterrumpida a lo largo de los siglos.

La Iglesia, pues, en este sentido fundamental era “Católica” desde el día de Pentecostés y lo será siempre, hasta la Parusía de Jesucristo (hasta su segunda venida, al final de los tiempos).

La Iglesia debe compartir esta gracia a los hombres

El Decreto del Concilio Vaticano II Ad gentes (“hacia las gentes”) afirma en su número 2 que “la Iglesia es misionera por naturaleza”. Es decir, que por su misma esencia “tiende a comunicar el Evangelio de Salvación”.

La Iglesia es “Católica” porque ha sido enviada por Cristo en misión a todos los hombres (y enfatizamos: “a todos”), para que sean invitados a pertenecer al pueblo de Dios.

Por eso este pueblo, uno y a la vez único, ha de extenderse por todo el mundo a través de los siglos, para que así pueda cumplir el designio de Dios que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a todos sus hijos dispersos…

Este carácter de “universalidad”, que distingue al pueblo de Dios, es un don mismo de su Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la Humanidad entera con todos sus valores (aunque distintos y variados) bajo Cristo, como Cabeza, en la unidad de su Santo Espíritu (Ver LG 13).

Además, ir por todo el mundo es un mandato explícito de nuestro Señor. En el Evangelio según San Marcos leemos: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio” (Mc 16, 15; Ver Mt 28, 18).

Es Jesús, pues, quien nos ha encomendado esta Misión, y así “todos los hombres están invitados a esta unidad católica del Pueblo de Dios. A esta unidad pertenecen de diversas maneras y a ella están destinados los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en general, llamados a la salvación por la gracia de Dios” (LG 13).

Por eso, San Juan Pablo II, en su Carta Encíclica Redemptoris Missio (“La Misión del Redentor”), dijo: “Todos los bautizados formamos parte de esta Iglesia y estamos unidos, dentro de su estructura visible a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice y de los Obispos, mediante los lazos de la profesión de la Fe, de los Sacramentos, del Gobierno eclesiástico y de la Comunión. La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo hacia la unidad de los cristianos. La tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio… para que algún día lo acepten” (RM 55)

domingo, 29 de mayo de 2016

LA IGLESIA ES SANTA



“Sean santos, porque yo, su Dios,
soy santo…”
(Ver 1 Pe 1, 16)

Santidad

El término hebreo que designa la santidad (“kedushah”) significa “apartamiento” o “separación”. Para los judíos, pues, lo “santo” es lo “diferente”, lo "exclusivo", lo “apartado”, y en este sentido Dios es el “santo” por excelencia, el totalmente distinto del mundo profano (la Sagrada Escritura lo designa como "el tres veces Santo". Ver Is 6, 3).

Por tanto, los objetos y las personas se “santifican”, o se “hacen sagradas”, por su relación con Dios, ya sea por una explícita elección divina, o por una ofrenda especial hecha por los humanos.

La  Iglesia… ¿Santa?

Si hemos comprendido con claridad en qué sentido se designa a los objetos o a las personas como “santos”, sin duda podemos aplicar este término a la Iglesia… pero es común pensar en la santidad como una cualidad casi imposible de conseguir, o se piensa como una actitud aislada, rara, o destinada para personas especiales… y selectas...

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “Decimos que la Iglesia es “santa” porque Santo es su fundador. Jesucristo ama a su Iglesia y se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como a su propio Cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo” (Ver CEC 823).

De este modo, todos los que pertenecemos a la Iglesia Católica estamos llamados, por el mismo Dios, a “ser santos”.

¿Esto es posible? Sin duda, muchas personas luchan, día a día, por vivir su vida cristiana haciendo lo que a Dios le agrada, sirviendo a los demás… esto es esforzarse por “ser santos”, es una actitud que se desprende en actos concretos y que, poco a poco, va aclarando el deseo de “hacerse sagrados por Dios y para Dios”.

La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él, con Él y en Él; La Iglesia, por voluntad explícita de su Señor, también ha sido hecha santificadora.

Todas sus obras se esfuerzan por conseguir “la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios” (Ver SC 10). En la Iglesia es en donde está depositada “la plenitud total de los medios de salvación” (Ver UR 3). Es en ella donde “conseguimos la santidad por la gracia de Dios” (Ver LG 48).

Todos los cristianos, pues, de cualquier estado o condición (cada uno, según su vocación y en su situación tan particular), están llamados a la perfección de la santidad, cuyo modelo, a fin de cuentas, es el mismo Dios (Ver LG 11), pues voluntad explícita de nuestro Señor es que “todos los hombres se salven, que todos lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).

¿Por qué la Iglesia “hace santos”?

Cuando la Iglesia canoniza a alguno de sus fieles, sin importar su raza, lengua, nación o cultura, proclama pública y solemnemente que estas personas han vivido heroicamente las virtudes y, por tanto, que murieron en fidelidad a Dios. Por eso se les considera “santas”.

La Iglesia, en estos hermanos, reconoce el poder del Espíritu de Dios, Espíritu de Santidad, que obró en ellos y los sostuvo en su vida cristiana, y al mismo tiempo propone su ejemplo como modelo de santidad, y a sus personas como intercesores (Ver LG 40; 48 – 51).

La exhortación apostólica postsinodal de San Juan Pablo II, Christefideles laici, hablando acerca de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, dice: “Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia”. En efecto, “la santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero” (Ver ChL 16. 17).

Resumiendo, la Iglesia es Santa:

- Porque Cristo, su Cabeza, es Santo.
- Por el Espíritu Santo, que la anima como su alma.
- Por su doctrina, que es de origen divino.
- Por sus Sacramentos, que nos purifican y que nos dan la vida divina.
- Porque muchos de sus hijos que han vivido en fidelidad al Evangelio han sido llevados al honor de los altares, como intercesores nuestros y modelo de vida cristiana.

sábado, 28 de mayo de 2016

LA IGLESIA ES UNA



“Que todos sean uno, lo mismo que lo somos tú y yo, Padre.
Y que también ellos vivan unidos a nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado…”
(Ver Jn 17, 21)

Atributos eclesiásticos

La Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II, Lumen Gentium (Luz de las Gentes), al hablar sobre la Iglesia, afirma en su número 8: “Esta es la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica”.

Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí (Ver DS 2888), indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por sí misma, no los ha desarrollado sola, sino que es el mismo Cristo, su Señor, quien por medio de su Espíritu Santo la llama a ejercitar cada una de estas cualidades que le ha otorgado.

Ahora bien, esto sólo puede reconocerse por la fe, y descubrir su origen divino es posible sólo si se aborda así. Consideremos, brevemente...

Unidad: La experiencia de los siglos

Todos sabemos que cuando hay división en una familia, en un pueblo o en una nación, se siembra la discordia, la riña, se buscan los propios intereses y es muy difícil llegar a acuerdos comunes y que beneficien a todos sus miembros…

La unidad es una cualidad indispensable para todos los grupos humanos. Sin ella se pierde toda relación y se imposibilita su permanencia y estabilidad. 

La Iglesia es una…

La Iglesia es una, debido a su origen: “El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, en la Trinidad de Personas” (Ver UR 2).

Es una, porque su fundador único es Jesús, el cual murió en la cruz para que todos los pecadores de la humanidad fueran perdonados.

Es una, además, porque el Espíritu Santo que habita en los creyentes llena y gobierna a toda la Iglesia y une íntimamente a todos los cristianos en una misma fe.

Así, pues, decimos que la Iglesia es una porque tiene un solo Señor, una sola fe, nace de un solo bautismo, y forma un solo cuerpo al que el Espíritu Santo da vida (Ver CEC 866).

Una… y a la vez diversa

Desde el principio, esta Iglesia se presenta como una, sin embargo, con una gran diversidad, que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de personas que los reciben.

En la unidad del pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la iglesia existe una diversidad de dones, de cargos, de condiciones y de modos de vida; “dentro de la comunión eclesial existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones” (LG 13).

Esto, lejos de disminuir la unidad de la Iglesia, motiva a sus miembros a poner al servicio de los demás los propios dones y enriquecer a la vez a su comunidad, porque “es cierto que hay diversos dones, pero el Espíritu es el mismo” (Ver 1 Cor 12, 4 – 11). Así, la gran riqueza de esta diversidad no se opone, al contrario, fomenta y motiva la unidad de la Iglesia.

Vínculos de comunión

La unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por estos tres vínculos visibles de comunión:

1. La profesión de una misma fe, recibida de los apóstoles.
2. La celebración común del culto divino, sobre todo de los Sacramentos.
3. La sucesión apostólica, garantizada por el Sacramento del Orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios (Ver UR 2; LG 14; CEC 205).

viernes, 27 de mayo de 2016

CREO EN LA IGLESIA

“Yo te digo: Tú eres Pedro,
y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia…”
(Ver Mt 16, 18)

Las palabras con las que hemos iniciado este post revelan la voluntad explícita de Jesús de, en su apóstol Pedro, fundar su Iglesia…

Es frecuente escuchar entre algunos cristianos: “Voy a la Iglesia”, o también: “Venimos de la Iglesia”, y es que este término se utiliza frecuentemente para designar el edificio que alberga a los creyentes…

Sin embargo, no queremos referirnos aquí a un edificio material, a un “templo”, sino a la comunidad dinámica que, reunida, expresa y vive la fe que profesa.

¿Qué es la Iglesia?

El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica define “iglesia” como “el pueblo que Dios convoca y reúne desde todos los confines de la tierra, para constituir la asamblea de todos aquellos que, por la fe y el Bautismo, han sido hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo” (CCEC 147).

Expliquemos, brevemente, cada una de estas afirmaciones:

1. El pueblo que Dios convoca y reúne desde todos los confines de la tierra

Esta expresión es fuerte y, también, muy amplia: El protagonista, el de la iniciativa, el que reúne, el que convoca a los miembros de la Iglesia es el mismo Dios. Si la obra de la creación se dio por obra suya, la obra de la redención también.

Esta “convocación y reunión” se da “desde todos los confines de la tierra”, es decir: Dios llama a todos los hombres, de todos los tiempos, de todos los lugares, de todas las razas, de todos los niveles, para formar su Iglesia.

El Señor no distingue condiciones, ni culturas, ni clases sociales. Su deseo es que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (Ver 1 Tim 2, 4).

2. Para constituir la asamblea de todos aquellos que, por la fe y el Bautismo, han sido hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo

Dios llama a todos los hombres, pero no todos responden afirmativamente a su llamado.

Es cierto, el Señor convoca a todo el mundo, para reunir a sus miembros como a un rebaño bajo la tutela y cuidados de un solo pastor (Ver Jn 10), pero no todos están dispuestos a obedecer su voz… Aparentemente hay otras “voces” que las atraen, las seducen, y las hacen caminar por “sendas de tinieblas” (Ver Sal 23).

Sin embargo, para quienes responden, para quienes aceptan su llamado, forman en Él una “asamblea”,  una “reunión”, y unidos por la fe y el Bautismo, son parte ya de la Santísima Trinidad: Hijos del Padre, miembros del Hijo, y templos del Espíritu Santo.

En la Sagrada Escritura encontramos algunas imágenes que ponen de relieve aspectos complementarios del “misterio” que es la Iglesia.

El Antiguo Testamento prefiere imágenes ligadas al Pueblo de Dios; el Nuevo Testamento aquellas vinculadas a Cristo como Cabeza de este pueblo, que es su Cuerpo, y las imágenes sacadas de la vida pastoril: “redil”, “grey”, “ovejas”; o de la vida agrícola: “campo”, “olivo”, “viña”; o de la construcción: “morada”, “piedra”, “templo”; o de la vida familiar: “esposa”, “madre”, “familia”...

Origen y Misión de la Iglesia

La Iglesia tiene su origen (su principio) y realización (su meta) en el designio eterno de Dios. Fue preparada en la Antigua Alianza (Antiguo Testamento) con la elección de Israel, signo de la reunión futura de todas las naciones. Fundada por las palabras y las acciones de Jesucristo (Nuevo Testamento), fue realizada, sobre todo, mediante su muerte redentora y su Resurrección.

Más tarde, se manifestó como misterio de salvación mediante la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés… Al final de los tiempos, alcanzará su consumación final como asamblea celestial de todos los redimidos.

La misión de la Iglesia es la de anunciar e instaurar entre todos los pueblos el Reino de Dios inaugurado por Jesucristo. Así, pues, la Iglesia es el “germen” y el “inicio” sobre la tierra de este Reino de salvación… ¡Hagámoslo vida!

Cuatro características tiene esta Iglesia:

- Ser Una.
- Ser Santa.
- Ser Católica.
- Ser Apostólica.

De ellas, hablaremos después...