viernes, 28 de septiembre de 2018

ERA UN SIMPLE CAMPO...


Y fue así, casi sin quererlo...
¿Quién lo habría pensado?
Nadie parecía saberlo:
Era un simple "campo". 

Entre hierbas y arbustos,
lejos, en despoblado,
un tesoro escondía
su vientre empolvado.

Y mientras triste buscaba,
cavando y cavando,
su brillo se erguía
secando mi llanto.

Vendí cuanto tenía,
muy poco, comparado
con aquello que había,
por gracia, encontrado.

Y compré, con alegría,
el terreno afortunado,
ganando, aquel día,
lo que nunca había soñado.

Fue así, sin quererlo...
¡Hoy lo agradezco tanto!
Nadie parecía saberlo:
Era un simple "campo".

domingo, 5 de agosto de 2018

¿DON O DONANTE?


Domingo 18 del Tiempo Ordinario. San Juan nos presenta, en el Evangelio de hoy, una realidad tan importante, que vale la pena pensar y repensar: ¿Don o Donante?

Y es que Jesús increpa a la muchedumbre por andarlo buscando... pero no por el motivo esperado: No les importaba demasiado haber visto señales prodigiosas, simplemente querían comer. Por ello, Jesús les invita a no trabajar por el alimento que perece sino por el que da la vida eterna (Jn 6, 24-35).

¿Cuántas veces nosotros actuamos de manera semejante? ¿Cuántas veces buscamos, queremos y hasta peleamos el "don" olvidando al "donante"?

Por ejemplo, ¿cuántos hijos buscan a sus padres no por lo que son (sus "padres"), sino por el premio o regalo que puedan darles si los visitan o si les cubren tal o cual favor? ¿Cuántos nietos "toleran" la ancianidad de sus abuelos, pero esperando solamente el agasajo de las herencias? ¿Cuántos trabajadores adulan a sus patrones, pero solo buscando el "huesito"?

¿Don o Donante? ¡Qué triste quedarnos con el don, y perdernos la oportunidad de disfrutar a quien puede darnos miles de dones!

lunes, 2 de julio de 2018

EL SABOR AMARGO DE LA DERROTA


No, no me refiero a que perdió tal o cual candidato. Quienes bien me conocen, saben que llevo con bastante precaución y sigilo el tema de la política. Aquí sólo traigo a colación las actitudes y comportamientos que, como Nación, dejamos sentir ante el Mundo en la presente Jornada Electoral.

Triste, desilusionado, apesadumbrado, resentido... ¡Sería imposible decir que éstas fueron las elecciones que todos esperábamos! Independientemente del resultado o de quién ahora quedará revestido con la Banda Tricolor, es increíble cómo a plena luz del día, descaradamente... vamos, hasta alardeando con el lujo del cinismo, mucha gente "de adentro" (me refiero a aquellos que fueron escogidos para recibir los votos del pueblo; observadores y funcionarios de casilla), o "de afuera" (electores culpables, sorprendidos en flagrancia; secuaces del crimen organizado, etc.), cooperó para seguir enturbiando y destruyendo la imagen democrática que se supone que rige a nuestra tan dolida Patria.

La tecnología, los diversos medios de comunicación, las redes sociales... ¿Qué no bastan como "prueba" para darnos cuenta del ejercicio inútil de estas elecciones? 

¿De qué sirvió que muchísimas personas grabaran con sus celulares y publicaran al instante las múltiples infracciones que sufrieron antes, en y después de la Jornada electoral?

¿Acaso luego de ver cómo se robaban urnas, compraban votos, inutilizaban boletas, usurpaban identidades, o hasta usaban la violencia para evitar el cumplimiento de nuestro compromiso ciudadano, no pasará nada?

¿Para qué sirve la FEPADE? ¿Quedarán impunes los delitos que publica en su página oficial? (Si desea consultarlos, dé click aquí)

Pero bueno... No importa: Hoy juega México... así que, ¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos! (1 Co 15, 32)

jueves, 31 de mayo de 2018

BREVE COMENTARIO A LA SECUENCIA DEL CORPUS CHRISTI



Según la opinión pública, la hermosa Secuencia del Corpus Christi ("Lauda Sion") fue compuesta hacia el año 1264 por Santo Tomás de Aquino. Tras el milagro eucarístico de Bolsena, el Papa Urbano IV encomendó al Santo Dominico que compusiera todos los elementos litúrgicos para instaurar la Fiesta del "Corpus Domini". 

Después de leer las dos Lecturas (Ex 24, 3-8; Hb 9, 11-15) y el Salmo Responsorial (del Sal 115), se procede a leer, o mejor aún, a cantar, esta bellísima síntesis de uno de los Dogmas cristianos más hermosos.

He aquí un pequeño comentario a la traducción española de dicha Secuencia:

SECUENCIA DEL CORPUS CHRISTI

1. Al Salvador alabemos, que es nuestro pastor y guía.
Alabémoslo con himnos y canciones de alegría.
Esto nuevo, siempre nuevo, es la luz de la verdad,
que sustituye a lo viejo con reciente claridad. 

Todo comienza con una sencilla invitación a la alabanza divina. Alabar significa "elogiar" o "celebrar con palabras". Pues bien, el Santo nos anima a reconocer quién es Dios, y a bendecirlo por sus obras maravillosas.

El libro del Apocalipsis, recordando las profecías de Isaías, nos dice que Dios "hace nuevas todas las cosas" (Ver Ap 21, 5; Is 43, 19). Así pues, he aquí la Nueva Alianza, el Nuevo Pacto que viene a sustituir el Antiguo, con sorprendente luz...

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2. Alabémoslo sin límites y con nuestras fuerzas todas;
pues tan grande es el Señor, que nuestra alabanza es poca.
Gustosos hoy aclamamos a Cristo, que es nuestro pan,
pues Él es el pan de vida que nos da vida inmortal.

El principal de los mandamientos dice: "Amarás a Dios con todas tus fuerzas" (Lc 10, 27). Sin embargo, ¿Qué puede hacer el hombre ante la majestad de su Hacedor?

Sin embargo, la Secuencia reconoce que nuestro canto, que nuestra alabanza, es a Cristo, nuestro Señor, el Pan partido, el Alimento bendito que nos ofrece la vida eterna.

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3. Doce eran los que cenaban y les dio pan a los doce.
Doce entonces lo comieron y, después, todos los hombres.
Sea plena la alabanza y llena de alegres cantos;
que nuestro ser se desborde en todo un concierto santo.

El número 12 para los judíos tenía un significado de "plenitud de gobierno", de "los escogidos del Señor". La tradición cristiana, siguiendo esta lógica, mira en la elección que Jesús hizo de sus apóstoles al "Nuevo Pueblo de Dios". 

Doce hombres recibieron en aquella última cena el Cuerpo del Señor, pero después, gracias a que éstos se comprometieron a hacer vida el mandato de "hacer esto en comemoración del Señor" (Ver Lc 22, 19), lo han podido recibir todos los hombres.

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4. Hoy celebramos con gozo la gloriosa institución
de este banquete divino, el banquete del Señor.
Esta es la nueva Pascua, Pascua del único Rey,
que termina con la alianza tan pesada de la ley.

Un banquete es una comida solemne, un convite que permanece en la memoria, que jamás se olvida. Este es el banquete de bodas al que Dios nos invita a participar (Ver Mt 22).

Este es el nuevo "Paso del Señor", la solemnidad pascual que derroca y supera el yugo de la antigua ley.

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5. En aquella última cena Cristo hizo la maravilla
de dejar a sus amigos el memorial de su vida.
Enseñados por la Iglesia, consagramos pan y vino,
que a los hombres nos redimen, y dan fuerza en el camino.

¿Cómo no asombrarse ante aquel hermoso momento en que Jesús dijo a sus apóstoles "este es mi Cuerpo" y "esta es mi Sangre"? 

Nosotros, fieles a la tradición bimilenaria de la Iglesia, en cada Eucaristía actualizamos aquel sacrificio que Cristo hizo, y que es el alimento de nuestro camino cristiano...

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6. Es un dogma del cristiano que el pan se convierte en carne,
y lo que antes era vino, queda convertido en sangre.
Hay cosas que no entendemos, pues no alcanza la razón;
mas si las vemos con fe, entrarán al corazón.

Sí, nos encontramos ante un "dogma", es decir, ante una verdad revelada por Dios y declarada oficialmente como cierta por la Iglesia. Por lo tanto, debemos creerla, haciéndola nuestra, y asimilándola por fe.

Pan y Vino, por medio de las palabras consecratorias, serán para nosotros el Pan de vida eterna y el Cáliz de la eterna Salvación: El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor.

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7. Bajo símbolos diversos y en diferentes figuras,
se esconden ciertas verdades maravillosas, profundas.
Su Sangre es nuestra bebida, su carne nuestro alimento;
pero en el pan o en el vino, Cristo está todo completo.

El Antiguo Testamento nos propone algunos símbolos y figuras con los cuales podemos prever este Sacramento...

Y aunque comulguemos sólo con el Cuerpo o sólo con la Sangre del Señor, Él se encuentra entero, porque recibir la Eucaristía es recibir al Señor en su Cuerpo, Sangre, Alma, Vida y Divinidad.

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8. Quien lo come, no lo rompe, no lo parte ni divide;
Él es todo y la parte; vivo está en quien lo recibe.
Cuando parten lo exterior, sólo parten lo que has visto,
no es una disminución de la Persona de Cristo. 

Por tratarse de un alimento espiritual, no importa que se fraccione la Hostia consagrada... si se recibe entera o sólo parcialmente, el Señor se encuentra en ella totalmente, vivo para quien se acerca a participar de su banquete divino.

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9. Puede ser tan sólo uno el que se acerca al Altar,
o pueden ser multitudes: Cristo no se acabará.
Si lo parten, no te apures, sólo parten lo exterior;
en el mínimo fragmento, entero late el Señor.

Complementando el párrafo anterior, éste nos ayuda a comprender que aunque sea una sóla persona o grandes multitudes las que comulguen, si reciben todo o sólo una parte de la Eucaristía, Cristo no mengua... es un Pan que se parte y que se comparte...

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10. Lo comen buenos y malos, con provecho diferente;
no es lo mismo tener vida que ser condenado a muerte.
A los malos les da muerte y a los buenos les da vida.
¡Qué efecto tan diferente tiene la misma comida!

Esta hermosa verdad es digna de atención. San Pablo ya nos lo había dicho: "Quien come y bebe indignamente el Cuerpo y la Sangre del Señor, come y bebe su propia condenación" (Ver 1 Co 11, 29). Por eso es necesario examinarnos, para darnos cuenta de si es conveniente o no que nos acerquemos a comulgar...  

He aquí cómo un mismo alimento puede traer diferentes consecuencias para quien se acerca a recibirlo con o sin las disposiciones requeridas. Se trata de un Sacramento, es decir, de un Signo sensible, instituido por Cristo, confiado a la Iglesia y que tiene como fin transmitirnos la gracia (es decir, la Amistad con Dios). 

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11. Isaac, el inocente, es figura de este pan,
con el cordero de Pascua y el misterioso maná.
El pan que del cielo baja es comida de viajeros.
Es un pan para los hijos. ¡No hay que tirarlo a los perros!

He aquí las figuras de las que hablábamos en párrafos anteriores: Isaac, quien sin culpa alguna debía ser sacrificado... el cordero pascual, inmolado para salvación de los hombres... y el pan bajado del Cielo, alimento para un pueblo rebelde que se purificaba mientras caminaba en el desierto... Estas figuras nos hablan de una víctima inocente, y de un pueblo pecador... por ello, pedimos perdón...

Verdad sapientísima: Este Pan, reservado para los hijos, no debe desperdiciarse... 

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12. Ten compasión de nosotros, buen pastor, pan verdadero.
Apaciéntanos y cuídanos y condúcenos al Cielo. 
Todo lo puedes y sabes, pastor de ovejas divino.
Concédenos en el Cielo gozar la herencia contigo.

La Secuencia termina solicitando la piedad divina, y se reconoce a Cristo como "Buen Pastor"... a Él le pedimos que nos lleve a "pastos de yerba verde", a "riachuelos de aguas cristalinas" (Ver Jn 10; Sal 23)...


martes, 3 de abril de 2018

EN SU BAUTISMO



Jesús iba a comenzar la misión que su Padre le había encomendado. Entonces, se fue al río Jordán, donde estaba su pariente, Juan, y pidió ser bautizado. Al principio, el Precursor se resistía, pues sabía quién era él, pero Jesús le respondió: “Conviene que cumplamos todo lo que es justo” (ver Mt 3, 15). Entonces, se lo permitió. Los evangelios coinciden al afirmar que mientras el Divino Maestro era bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre él. San Lucas añade que fue "en forma corporal", es decir, visible, “como una paloma”.

Realmente Jesús no necesitaba bautizarse, ya que el bautismo de Juan era un signo de conversión. Sin embargo, Él, que no necesitaba arrepentirse de nada, pues permanece siempre todo limpio de pecado, quiso solidarizarse con nosotros, los pecadores (ver Is 53, 6), y cumplir con las antiguas profecías.  

En el pasaje del Bautismo de Jesús encontramos, además, una “epifanía”, es decir, una “manifestación de Dios”, Uno y Trino: La voz, atribuida al Padre; el Hijo, llamado “predilecto”, y el Espíritu, sin aspavientos, en figura de paloma.

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a “posarse” sobre él. En su bautismo “se abrieron los cielos” que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu, como preludio de la nueva creación” (CEC 536).


miércoles, 21 de marzo de 2018

EN LA ANUNCIACIÓN


"El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra"
(Lc 1, 35)

Hasta hoy, nos habíamos detenido a considerar la presencia real y activa del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento. Iniciamos, con este post, la comprensión de su obra en el Nuevo Testamento y en la Iglesia.

Hemos visto cómo algunos signos aclaran su presencia y acción: Viento, luz, fuego, unción… ahora, hablemos de una “sombra”.

El Evangelio de San Lucas dice que el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, para anunciarle a una virgen, de nombre María, que había sido elegida para ser la Madre de Dios (ver Lc 1, 26-27). También dice que Ella, al principio, no entendía todo lo que esto significaba, pero luego se mostró como “la esclava del Señor” y permitió que se cumpliera en ella su Voluntad.

Este anuncio va ligado al que el mismo Ángel dio a Zacarías (el padre de Juan, el Bautista), pero a diferencia de este sacerdote, María no preguntó sobre el “qué” (él era de edad avanzada, su mujer era estéril... tener un hijo parecía improbable), sino sobre el “cómo” podría ser esto posible (María no duda que Dios pueda hacerlo... sólo se preguntaba acerca del modo en que debía ocurrir). El Ángel, entonces, le dijo a María que todo sería por obra y gracia del Espíritu Santo, que su “sombra” la cubriría.

Los israelitas habían reconocido ya la protección de Dios a través de una “nube sagrada” (ver Ex 13, 21; 14, 20; 40, 34; Lv 9, 23; Nm 14, 10; 1 Re 8, 10-13; 2 Cro 5, 13-14). Esta nube cubría y garantizaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pues bien, con esta bella imagen, podemos comprender que Dios mismo, a través de su Espíritu Santo, “cubriría” a María con su sombra, y el “poder del Altísimo” descendería sobre ella, fecundándola.

¡María será como una "tienda viva" donde Dios mismo podrá habitar, de un modo nuevo y único, en medio de nosotros!

viernes, 9 de marzo de 2018

IMPULSA A SU PUEBLO



El Espíritu y los Mandamientos

La Biblia dice textualmente que Moisés recibió las tablas de la ley que habían sido escritas por el “Dedo de Dios” (Dt 9, 10; Ex 31, 18). También aclara que, mientras esto ocurría, el Sinaí humeaba, ya que Dios había descendido al monte “en fuego” (Ex 19, 18).

En el nuevo testamento, estas dos figuras (el “dedo”, y el “fuego”), son signos claros del Espíritu Santo: Jesús expulsa a los demonios con el poder del Espíritu, el “dedo de Dios” (Lc 11, 20; Mt 12, 28). Además, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo bajó sobre los apóstoles en lenguas “como de fuego” (Hch 2, 3-4).

Estos signos, estas señales, nos ayudan a comprender la relación que el Espíritu Santo, que es Dios, tiene con los mandamientos: ¡Él mismo los escribió! Por otro lado, la Alianza que Dios establece con su pueblo se ve fiel y puntualmente correspondida a través de la comprensión y el cumplimiento que éste tiene y hace de sus normas. ¿De dónde obtiene el hombre la luz y la fuerza necesarias para asimilar y poner en práctica estos mandamientos? 

Impulso

“Impulsar” significa “aplicar una fuerza sobre algo o sobre alguien para moverla”. Si decimos que el Espíritu Santo es quien impulsa al pueblo, queremos decir que es Él quien motiva, mueve o dinamiza a sus fieles, con el fin de llevarlos a la comprensión y vivencia de los mandamientos, de estas normas que renovarán y darán razón a su existencia.

Hemos visto cómo a la acción del Espíritu le sigue la acción de sus fieles. Pues bien, si Dios es quien toma la iniciativa de salir al encuentro del hombre, y le propone lo que necesita para transformar su vida, lo acompaña siempre para que deseé y cumpla sus preceptos.

El creyente, así podrá decir, junto al Salmista: “¡Cuánto amo, Señor, tus mandamientos! A mí me toca cumplir tus preceptos. Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata. Señor, que tu amor me consuele, conforme a las promesas que me has hecho. Muéstrame tu ternura y viviré porque en tu ley he puesto mi contento. Amo, Señor, tus mandamientos, más que el oro purísimo: por eso son mi guía, y desecho la mentira. Tus preceptos, Señor, son admirables, por eso los sigo. La explicación de tu palabra da luz y entendimiento a los sencillos” (ver Sal 118).

martes, 6 de marzo de 2018

RENUEVA A SU PUEBLO



“Corazones de piedra”

Una de las propiedades más características de las piedras es la “dureza”. Mientras más duras sean, es decir, mientras más unidas estén las moléculas que las conforman, menor será la probabilidad de que otras sustancias u objetos las rayen, partan, penetren o comprometan.

Tener un corazón de piedra es tener un corazón duro, un corazón que no cede, que no se deja tocar por la acción del Espíritu Dios; un corazón “cerrado en sí mismo”; un corazón egoísta y lleno de maldad…

“Corazones de carne”

A diferencia de las piedras, la carne es blanda, es decir, no es rígida, no opone resistencia, se corta, se raya, cede o se deforma con facilidad.

Tener un corazón de carne es tener un corazón blando, un corazón que se deja tocar por la acción del Espíritu de Dios; un corazón “abierto”, sensible y capaz de obrar el bien.

El Espíritu es quien nos renueva

El profeta Ezequiel aclara: “Les daré un corazón nuevo, y les infundiré un espíritu nuevo. Arrancaré de ustedes el corazón de piedra, y les daré un corazón de carne. Les daré mi Espíritu y haré que guarden mis caminos y que pongan por obra mis leyes y preceptos” (Ez 36, 26-27).

Es el Espíritu de Dios quien nos renueva, el único capaz de transformar nuestros corazones, y hacernos personas nuevas… sin embargo, como dijimos en el post anterior, a la acción del Espíritu le sigue la nuestra: ¡Hay que guardar los caminos del Señor y poner por obra sus leyes y preceptos!

sábado, 3 de marzo de 2018

PURIFICA A SU PUEBLO


Purificar


Los diccionarios definen la acción de purificar como “quitar lo malo, extraño o inútil de una cosa o de una persona, para dejarla pura o perfecta”. Por ejemplo, el agua se “purifica” a través de distintos métodos que retiran las impurezas y la hacen “potable”, es decir, apta para el consumo humano. En cuanto a la purificación de las personas, siempre se ha pensado en la acción directa de Dios, el único capaz de lavar, limpiar o purificar los corazones; y también en evitar ciertas prácticas que “manchan las conciencias”, y propiciar aquellas que los hacen moralmente mejores.

“Lávame, purifícame”

Uno de los salmos más famosos atribuidos al Rey David es el Salmo 50, el llamado “miserere” (que en español podría traducirse como “ten misericordia”). Los dos primeros versículos expresan el deseo que tiene el autor de ser “lavado”, “purificado”: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad. Por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lávame de todos mis delitos. Límpiame de mis pecados” (Sal 50, 1-2).

El Rey reconoce que ha fallado, que ha obrado el mal y que no es capaz por sus solas fuerzas de seguir adelante. Se siente “manchado”, “quebrantado”, y pide a Dios que lo lave, que lo purifique, y que no le retire su Santo Espíritu (versículo 13). 

“Lávense, purifíquense”

La súplica que el Salmo hace, de forma “individual”, puede y debe también hacerse a modo “comunitario”.

El profeta Isaías exhorta al pueblo, en nombre de Dios: “Lávense, purifíquense. Aparten de mi vista sus obras malvadas. Dejen de hacer el mal” (Is 1, 16).

Esto complementa lo antes dicho en el Salmo 50: Dios lava, Dios purifica… pero el hombre debe apartarse de aquello que lo mancha. De otra manera, aunque el Espíritu de Dios actúe, jamás podría lograrse la purificación.

sábado, 24 de febrero de 2018

CONVOCA Y CONGREGA A SU PUEBLO


“Convocar” significa “llamar”, “citar” o “anunciar públicamente”. “Congregar” significa “atraer” o “reunir”. 

El título de este post es particularmente significativo, pues afirmamos que el Espíritu Santo es quien a la vez llama y reúne a los diferentes miembros de la comunidad; es Él quien, como un potente adhesivo, pega, junta o funde en identidad de principios y destinos a quienes conforman el pueblo de su propiedad.

Con la Alianza que estableció Yavé con su pueblo, en el monte Sinaí (Ver Ex 20; Dt 5), ambos quedaron comprometidos: “Yo seré tu Dios… tú serás mi pueblo” (Ex 6, 7). Recordemos que es Él quien tiene siempre la iniciativa, es Dios quien sale al encuentro del hombre. El ser humano, por su parte, sólo corresponde a lo propuesto por su Creador.

Este “pacto de amor” comenzó a esclarecerse cuando, con “mano fuerte y brazo poderoso” (Dt 4, 34), el Señor liberó a su pueblo de la esclavitud. Dice el libro del Levítico: “Yo soy el Señor, su Dios, que los sacó de la tierra de Egipto para que no fueran más sus esclavos; yo rompí las cadenas de su yugo y los hice caminar erguidos” (26, 13); por ello, esta “pascua”, este “paso de la esclavitud a la libertad”, marcó en el pueblo definitivamente su manera de entender el compromiso: “Con cuerdas humanas los atraje, con lazos de amor, y fui para ellos como quien alza el yugo de sobre sus quijadas; me incliné a ellos y les di de comer. Ya no volverán a la tierra de Egipto…” (Os 11, 4. 5)

De este modo, el pueblo comprendió que la Alianza pactada con Dios los identificaba como el pueblo de su propiedad. Entonces, este grupo de escogidos, esta Nación predilecta, sintió la necesidad natural de reunirse, de encontrarse con aquellos que habían recibido de Dios este don inmerecido...

En hebreo, la palabra “qa-hal” se utiliza para designar el acto de llamar, convocar y congregar (ver Ex 35, 1; Lv 8, 4). Así, la comunidad, llamada, convocada y congregada, deja de ser una “muchedumbre”, una “multitud sin forma”, y se convierte en un “grupo organizado”, en una “asamblea estructurada”. 

En la traducción griega del Antiguo Testamento (la versión de “los Setenta”), esta palabra se tradujo como “Ekklesia”, de donde se deriva el término “Iglesia”, palabra que en el Nuevo Testamento designará particularmente a la Comunidad reunida, como ésta, por obra del Espíritu Santo...

lunes, 19 de febrero de 2018

UNCIÓN QUE CONSAGRA


Sigamos con nuestro estudio Pneumatológico. Veamos hoy cómo Dios, por medio de una elección particular que hizo sobre jueces, reyes, profetas, sacerdotes y reyes, derramaba su Espíritu sobre sus consagrados.

“Unción”

“Ungir” significa “derramar aceite sobre algo o sobre alguien”. Religiosamente hablando, este rito siempre ha tenido una cualidad de “elección”, de “consagración”, de “destinación”. En el Antiguo Testamento, se ungía a los jueces, profetas, sacerdotes y reyes, es decir, se derramaba aceite sobre sus cabezas para garantizar la elección divina, y también para destinarles una misión particular.

“Ungido”, en hebreo, se dice “Mesías”. Esta palabra se tradujo en griego como “Cristo”. Antiguamente, como vemos, había muchos “mesías”, muchos “cristos”. Sin embargo, el pueblo de Israel nunca perdió la esperanza de que llegara el “Mesías”, el “Cristo” (así, con Mayúscula), una persona que en sí misma tuviera la particularidad de ser consagrado a la vez sacerdote, profeta y rey. 

Ungidos, ¿para qué?

El profeta Isaías aclara: “El Espíritu del Señor está sobre mí, pues me ha ungido. Me ha enviado a predicar la buena nueva a los oprimidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar la libertad a los cautivos, y liberar a los cautivos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Is 41, 1-3; ver Lc 4, 18).

Como vemos, los ungidos por el Espíritu del Señor tienen una encomienda particular para su pueblo: Administrar la justicia, ser pastores que apacienten su rebaño, conducirlo por el camino del bien, y darle un buen ejemplo, como elegidos del Altísimo.

Sin duda que estos “cristos”, estos jueces, profetas, sacerdotes y reyes, llegaron a fallar… por eso, Dios mismo promete ser el Pastor para su pueblo: “He aquí que yo mismo apacentaré a mis ovejas, y las llevaré a descansar, dice el Señor” (Ez 34, 15). Y será Dios mismo, en la Persona de su Hijo, engendrado por su propio Espíritu, quien pastoree luego, eficazmente, a sus ovejas (Ver Jn 10).

lunes, 12 de febrero de 2018

LUZ PARA EL CAMINO



“Patriarcas”

A partir de que Abraham, originario de Ur de Caldea, fuese llamado y bendecido por Dios, dejando su tierra y su parentela, encaminándose a Palestina, y convirtiéndose en el “padre de una muchedumbre” (Gn 12, 2), podemos decir que comienza en forma la historia del pueblo de Israel.

Su vida, tan accidentada, es retratada con lujo de detalles: El libro del Génesis nos lo presenta también como “el padre de los creyentes”, pues su fe en Dios fue probada y sus acciones catalogadas como “justicia” (Ver Gn 15, 6).

A éste, le sucedió su hijo Isaac (Ver Gn 21, 1-7), quien prácticamente “repite” la historia de su padre. Su matrimonio con Rebeca le trajo dos hijos gemelos: Esaú (el primogénito), y Jacob (el heredero de las promesas).

La historia de Jacob, nieto de Abraham, es descrita a partir del capítulo 25 del libro del Génesis. Luego de ganarse la ira de su hermano, por haberse apropiado indebidamente el derecho de primogenitura y la bendición de su padre, debe huir al país de Jarán, la tierra de su abuelo. Dios lo bendice abundantemente, y lo hace volver lleno de riquezas, con dos esposas, dos concubinas, y 13 hijos. El libro del Deuteronomio lo retrata como “un arameo errante” (Ver Dt 26, 5), quien tuvo que bajar a Egipto, por obra de su hijo José, para evitar que su descendencia pereciera a causa del hambre en tierra palestina. Sus dos hijos, Efraím y Manasés, completarán la lista de las 12 tribus que conformarán después al pueblo de Israel.

Finalmente, Moisés, el “salvado de las aguas” (Ver Ex 2), es quien concluye nuestra lista de Patriarcas Israelitas. Es él quien logra sacar a su pueblo de la esclavitud egipcia, y conducirlo por un terrible proceso de cuarenta años, a través del desierto, hasta el umbral de la tierra prometida (Ver Nm 13).

Luz para el camino

Sin duda que estas historias, tan coloridas y tan especiales, no podrían comprenderse sino como partes integrales de un plan divino… Basta leer con detenimiento cualquiera de estas narraciones, aparentemente oscuras, para comprender cómo en medio de tanta carencia, de tanta imperfección, se logra tanta riqueza y tanta bendición. Efectivamente, Dios siempre, por medio de su Santo Espíritu, fue iluminando el camino de los patriarcas, y los condujo sabia y prudentemente, aún por senderos tan accidentados y experiencias tan complicadas, hacia un destino seguro y una meta protegida…

Dios cumple sus promesas… y los hombres que confían en Él viven para comprobar cuán bueno y cuán misericordioso es.

jueves, 8 de febrero de 2018

ALIENTO QUE DA LA VIDA



"Espíritu": ¿Qué significa? Al referirnos a esta palabra, debemos comprender que no hablamos de algo material: No se trata de un bulto, de una cosa, de algo que se toma o se guarda… sino de algo que se percibe, de una “fuerza”, de un “dinamismo”.

El significado que la Sagrada Escritura suele darle a "espíritu" es de “viento”, “aire”, “respiración”, “aliento”. Por tanto, se trata de una realidad dinámica, innovadora y creadora. “Espíritu” es símbolo de energía, juventud, y renovación. De esta manera, se le puede comprender como lo que da y mantiene la vida, otorga fuerza y permite el movimiento.

Para la Biblia, Dios es espíritu, y lo comunica tanto al ser humano como a la naturaleza. Dice un Salmo: “Retiras tu aliento, y los seres expiran, vuelven al polvo. Pero envías tu espíritu, y todo vuelve a ser creado, renuevas la faz de la tierra” (Sal 104, 29-30). Sin embargo, al referirse al género humano, este espíritu posee un particular carácter vivaz y dinámico, es algo así como su intimidad más profunda, como su corazón…

El texto sagrado del Génesis es muy específico: La materia en la que habita el ser humano es caduca: “Polvo eres, y al polvo has de volver” (Gn 3, 19). Pero Dios insufla en las narices del hombre su aliento, y esta materia perecedera, este ser humano, hecho del polvo, comienza a vivir. Por ello, el espíritu remite siempre a una realidad “divina” y “misteriosa”, es la característica principal no del mundo de los hombres, sino del mundo de Dios. El mundo humano es materia, es carne, es algo caduco y perece… pero el Espíritu divino es vida, fuerza, y superación de todo tiempo y límite.

Es verdad que la Biblia no utiliza aquí el término “Espíritu Santo” y, como hemos visto, en el Antiguo Testamento aún no se le comprende como la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, sin embargo, el texto sí apunta al “Espíritu de Dios”, a Dios mismo… bastará la revelación posterior para que, poco a poco, se entienda que este “aliento” que dio la vida al ser humano, formado del barro, es el “soplo de Dios”. Ni más ni menos: el Espíritu Santo.

domingo, 28 de enero de 2018

PONIENDO "ORDEN"



“En el principio”

Entre otras posibles descripciones, los diccionarios definen al “orden” como una “situación o estado de normalidad o funcionamiento correcto de algo”. Teniendo clara esta definición, podemos comprender cómo Dios, al inicio de todos los tiempos y a través de su Santo Espíritu, puso orden en el caos.

El libro del Génesis describe que, en el principio, “la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas se cernían sobre la faz del abismo” (Gn 1, 2). Y en medio de este caos, de todo este desorden, “el espíritu de Dios se movía sobre las aguas”. Esta bella imagen nos aclara cómo Dios es diferente al desorden y no se confunde con él… cómo Dios, que es orden, no tolera ni convive con el caos. Su Espíritu se movía “sobre las aguas”, es decir, estaba por encima de ellas, como una barca bien hecha, firme y segura, que flota sobre el mar, o incluso sobre aguas turbias y contaminadas, y puede transitar con libertad, flotando y sin afectarse…

El texto continúa, dice que la tierra estaba “desordenada” y “vacía”, por eso Dios, a través de su Espíritu, comienza a darle orden y a llenarla: Como quien entra a una habitación oscura y revuelta, primero enciende la luz (Gn 1, 3), y luego separa, coloca en su sitio, y hasta adorna su espacio (Gn 1, 4 ss).

Obra del Padre, por medio de su Espíritu

En el post anterior adelantábamos cómo nuestro Dios es Uno, pero también es Trino. Esto quiere decir que diferenciamos a Dios, pero no en cuanto a su ser (el Padre es Dios; el Hijo es Dios; y el Espíritu Santo es Dios), sino en cuanto a su obrar. Sin embargo, cada obra de cada una de las Personas Divinas, no se realiza en solitario, sin involucrar a las demás: El Padre crea, pero lo hace con el Espíritu y por medio de su Hijo, que es la Palabra; El Hijo redime, pero cumpliendo la voluntad de su Padre, y nos envía al Espíritu; finalmente, el Espíritu santifica, pero proviene del Padre y del Hijo, y así colabora con ellos en este único acto de amor por la humanidad.

Volviendo al texto del libro del Génesis, es verdad que no se menciona explícitamente al Espíritu Santo, ni su autor, que muy probablemente lo escribió a más de mil años del Nuevo Testamento, estaba describiendo a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, pero una vez que esta verdad ha sido revelada por Jesús, podemos comprenderla y fácilmente aplicarla a los pasajes que describimos en este texto.

El Padre creó todo, por medio de su Palabra (del Hijo), y su Espíritu "aleteaba sobre la superficie de las aguas"…

viernes, 19 de enero de 2018

¿ QUIÉN ES, PUES, EL ESPÍRITU SANTO ?


El Catecismo de la Iglesia Católica afirma literalmente que el Espíritu Santo es “la Tercera Persona de la Santísima Trinidad” (CEC 685).

Recordemos que, para nuestra fe, Dios es Uno y Trino: Un solo Dios en tres Personas distintas. Únicas en cuanto a su naturaleza, sustancia y esencia (son “Dios”), pero diferentes en cuanto a su obrar: Al Padre se le atribuye la Creación; al Hijo la Redención; y al Espíritu Santo la Santificación.

Si bien esta concepción trinitaria de Dios no fue comprendida sino hasta que Jesús nos la revelara, pues, aunque el Espíritu Santo cooperó con el Padre y el Hijo desde el comienzo del designio de nuestra salvación, desde la misma creación del mundo, “es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como Persona” (Ver CEC 686). En el Nuevo Testamento leemos cómo Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una “potencia o energía impersonal”, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y con un carácter personal.


Entonces, todo cuanto podamos decir o afirmar de Dios lo podemos decir o afirmar del Espíritu Santo. Por ejemplo, los atributos divinos como la omnipotencia (Dios todo lo puede), la omnisciencia (Dios todo lo sabe), o la omnipresencia (Dios está en todas partes), son cien por ciento atribuibles y aplicables a Él. 

A partir de este Post estaré compartiendo con ustedes algunos pequeños puntos que nos ayuden a conocer más al Espíritu Santo, y nos motiven para permitir su acción liberadora en nuestras vidas. 

jueves, 11 de enero de 2018

EL GRAN DESCONOCIDO


El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que, llegando San Pablo a la ciudad de Éfeso, halló a algunos discípulos que habían aceptado el cristianismo, y les preguntó: “¿Han recibido al Espíritu Santo al abrazar la fe?” Ellos le contestaron: “Ni siquiera sabíamos que existía el Espíritu Santo” (Hch 19, 1-2).

El Padre dominico español, Antonio Royo Marín (1913-2005), explicó en su libro “El gran desconocido: El Espíritu Santo y sus dones”, que, aunque parezca increíble, después de veinte siglos de cristianismo, si San Pablo volviera a cuestionarnos con esa pregunta, serían muchos los cristianos que darían una respuesta semejante. En todo caso, aunque les suene materialmente su nombre, es poquísimo lo que saben de Él. También anota algunas razones por las que parece que se le tiene en este triste olvido. Veamos:

- Falta de manifestaciones: Se conoce bastante bien al Padre y su obra creacional; conocemos, adoramos y amamos inmensamente también al Hijo, y su obra de redención; pero la santificación, obra del Espíritu Santo, parece que se escapa en absoluto a la percepción de nuestros sentidos. Además, en el Nuevo Testamento encontramos que sólo se ha manifestado visiblemente bajo tres símbolos: una paloma, una nube y lenguas de fuego. Estos tres símbolos, poco humanos y nada divinos, son los únicos que los artistas pueden ofrecer a la piedad de los fieles para conservar la memoria de su existencia y de sus inmensos beneficios.

- Falta de doctrina: El gran desconocimiento que se tiene del Espíritu Santo, no sólo de parte de los fieles, sino también de muchos sacerdotes, depende sobretodo de la escasez de buenas publicaciones que se han hecho en torno a Él; así, de lo poco que saben los maestros se puede deducir fácilmente lo que sabrán los discípulos: apenas unas cuantas nociones breves y abstractas, que sólo dejan en la memoria palabras más que ideas.


- Falta de devociones: Hay muy pocas fiestas litúrgicas en torno al Espíritu Santo, y no se celebran ordinariamente con el esplendor y entusiasmo que deberían. Lo peor de todo es que la gran mayoría de fieles no se da cuenta de este inconveniente tan grande y no se acuerda que en el Dios que adora existe una tercera persona que se llama “Espíritu Santo”.

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Y tú... ¿Conoces al Espíritu Santo? ¿Qué tan "olvidado" lo tienes?