sábado, 24 de febrero de 2018

CONVOCA Y CONGREGA A SU PUEBLO


“Convocar” significa “llamar”, “citar” o “anunciar públicamente”. “Congregar” significa “atraer” o “reunir”. 

El título de este post es particularmente significativo, pues afirmamos que el Espíritu Santo es quien a la vez llama y reúne a los diferentes miembros de la comunidad; es Él quien, como un potente adhesivo, pega, junta o funde en identidad de principios y destinos a quienes conforman el pueblo de su propiedad.

Con la Alianza que estableció Yavé con su pueblo, en el monte Sinaí (Ver Ex 20; Dt 5), ambos quedaron comprometidos: “Yo seré tu Dios… tú serás mi pueblo” (Ex 6, 7). Recordemos que es Él quien tiene siempre la iniciativa, es Dios quien sale al encuentro del hombre. El ser humano, por su parte, sólo corresponde a lo propuesto por su Creador.

Este “pacto de amor” comenzó a esclarecerse cuando, con “mano fuerte y brazo poderoso” (Dt 4, 34), el Señor liberó a su pueblo de la esclavitud. Dice el libro del Levítico: “Yo soy el Señor, su Dios, que los sacó de la tierra de Egipto para que no fueran más sus esclavos; yo rompí las cadenas de su yugo y los hice caminar erguidos” (26, 13); por ello, esta “pascua”, este “paso de la esclavitud a la libertad”, marcó en el pueblo definitivamente su manera de entender el compromiso: “Con cuerdas humanas los atraje, con lazos de amor, y fui para ellos como quien alza el yugo de sobre sus quijadas; me incliné a ellos y les di de comer. Ya no volverán a la tierra de Egipto…” (Os 11, 4. 5)

De este modo, el pueblo comprendió que la Alianza pactada con Dios los identificaba como el pueblo de su propiedad. Entonces, este grupo de escogidos, esta Nación predilecta, sintió la necesidad natural de reunirse, de encontrarse con aquellos que habían recibido de Dios este don inmerecido...

En hebreo, la palabra “qa-hal” se utiliza para designar el acto de llamar, convocar y congregar (ver Ex 35, 1; Lv 8, 4). Así, la comunidad, llamada, convocada y congregada, deja de ser una “muchedumbre”, una “multitud sin forma”, y se convierte en un “grupo organizado”, en una “asamblea estructurada”. 

En la traducción griega del Antiguo Testamento (la versión de “los Setenta”), esta palabra se tradujo como “Ekklesia”, de donde se deriva el término “Iglesia”, palabra que en el Nuevo Testamento designará particularmente a la Comunidad reunida, como ésta, por obra del Espíritu Santo...

lunes, 19 de febrero de 2018

UNCIÓN QUE CONSAGRA


Sigamos con nuestro estudio Pneumatológico. Veamos hoy cómo Dios, por medio de una elección particular que hizo sobre jueces, reyes, profetas, sacerdotes y reyes, derramaba su Espíritu sobre sus consagrados.

“Unción”

“Ungir” significa “derramar aceite sobre algo o sobre alguien”. Religiosamente hablando, este rito siempre ha tenido una cualidad de “elección”, de “consagración”, de “destinación”. En el Antiguo Testamento, se ungía a los jueces, profetas, sacerdotes y reyes, es decir, se derramaba aceite sobre sus cabezas para garantizar la elección divina, y también para destinarles una misión particular.

“Ungido”, en hebreo, se dice “Mesías”. Esta palabra se tradujo en griego como “Cristo”. Antiguamente, como vemos, había muchos “mesías”, muchos “cristos”. Sin embargo, el pueblo de Israel nunca perdió la esperanza de que llegara el “Mesías”, el “Cristo” (así, con Mayúscula), una persona que en sí misma tuviera la particularidad de ser consagrado a la vez sacerdote, profeta y rey. 

Ungidos, ¿para qué?

El profeta Isaías aclara: “El Espíritu del Señor está sobre mí, pues me ha ungido. Me ha enviado a predicar la buena nueva a los oprimidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar la libertad a los cautivos, y liberar a los cautivos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Is 41, 1-3; ver Lc 4, 18).

Como vemos, los ungidos por el Espíritu del Señor tienen una encomienda particular para su pueblo: Administrar la justicia, ser pastores que apacienten su rebaño, conducirlo por el camino del bien, y darle un buen ejemplo, como elegidos del Altísimo.

Sin duda que estos “cristos”, estos jueces, profetas, sacerdotes y reyes, llegaron a fallar… por eso, Dios mismo promete ser el Pastor para su pueblo: “He aquí que yo mismo apacentaré a mis ovejas, y las llevaré a descansar, dice el Señor” (Ez 34, 15). Y será Dios mismo, en la Persona de su Hijo, engendrado por su propio Espíritu, quien pastoree luego, eficazmente, a sus ovejas (Ver Jn 10).

lunes, 12 de febrero de 2018

LUZ PARA EL CAMINO



“Patriarcas”

A partir de que Abraham, originario de Ur de Caldea, fuese llamado y bendecido por Dios, dejando su tierra y su parentela, encaminándose a Palestina, y convirtiéndose en el “padre de una muchedumbre” (Gn 12, 2), podemos decir que comienza en forma la historia del pueblo de Israel.

Su vida, tan accidentada, es retratada con lujo de detalles: El libro del Génesis nos lo presenta también como “el padre de los creyentes”, pues su fe en Dios fue probada y sus acciones catalogadas como “justicia” (Ver Gn 15, 6).

A éste, le sucedió su hijo Isaac (Ver Gn 21, 1-7), quien prácticamente “repite” la historia de su padre. Su matrimonio con Rebeca le trajo dos hijos gemelos: Esaú (el primogénito), y Jacob (el heredero de las promesas).

La historia de Jacob, nieto de Abraham, es descrita a partir del capítulo 25 del libro del Génesis. Luego de ganarse la ira de su hermano, por haberse apropiado indebidamente el derecho de primogenitura y la bendición de su padre, debe huir al país de Jarán, la tierra de su abuelo. Dios lo bendice abundantemente, y lo hace volver lleno de riquezas, con dos esposas, dos concubinas, y 13 hijos. El libro del Deuteronomio lo retrata como “un arameo errante” (Ver Dt 26, 5), quien tuvo que bajar a Egipto, por obra de su hijo José, para evitar que su descendencia pereciera a causa del hambre en tierra palestina. Sus dos hijos, Efraím y Manasés, completarán la lista de las 12 tribus que conformarán después al pueblo de Israel.

Finalmente, Moisés, el “salvado de las aguas” (Ver Ex 2), es quien concluye nuestra lista de Patriarcas Israelitas. Es él quien logra sacar a su pueblo de la esclavitud egipcia, y conducirlo por un terrible proceso de cuarenta años, a través del desierto, hasta el umbral de la tierra prometida (Ver Nm 13).

Luz para el camino

Sin duda que estas historias, tan coloridas y tan especiales, no podrían comprenderse sino como partes integrales de un plan divino… Basta leer con detenimiento cualquiera de estas narraciones, aparentemente oscuras, para comprender cómo en medio de tanta carencia, de tanta imperfección, se logra tanta riqueza y tanta bendición. Efectivamente, Dios siempre, por medio de su Santo Espíritu, fue iluminando el camino de los patriarcas, y los condujo sabia y prudentemente, aún por senderos tan accidentados y experiencias tan complicadas, hacia un destino seguro y una meta protegida…

Dios cumple sus promesas… y los hombres que confían en Él viven para comprobar cuán bueno y cuán misericordioso es.

jueves, 8 de febrero de 2018

ALIENTO QUE DA LA VIDA



"Espíritu": ¿Qué significa? Al referirnos a esta palabra, debemos comprender que no hablamos de algo material: No se trata de un bulto, de una cosa, de algo que se toma o se guarda… sino de algo que se percibe, de una “fuerza”, de un “dinamismo”.

El significado que la Sagrada Escritura suele darle a "espíritu" es de “viento”, “aire”, “respiración”, “aliento”. Por tanto, se trata de una realidad dinámica, innovadora y creadora. “Espíritu” es símbolo de energía, juventud, y renovación. De esta manera, se le puede comprender como lo que da y mantiene la vida, otorga fuerza y permite el movimiento.

Para la Biblia, Dios es espíritu, y lo comunica tanto al ser humano como a la naturaleza. Dice un Salmo: “Retiras tu aliento, y los seres expiran, vuelven al polvo. Pero envías tu espíritu, y todo vuelve a ser creado, renuevas la faz de la tierra” (Sal 104, 29-30). Sin embargo, al referirse al género humano, este espíritu posee un particular carácter vivaz y dinámico, es algo así como su intimidad más profunda, como su corazón…

El texto sagrado del Génesis es muy específico: La materia en la que habita el ser humano es caduca: “Polvo eres, y al polvo has de volver” (Gn 3, 19). Pero Dios insufla en las narices del hombre su aliento, y esta materia perecedera, este ser humano, hecho del polvo, comienza a vivir. Por ello, el espíritu remite siempre a una realidad “divina” y “misteriosa”, es la característica principal no del mundo de los hombres, sino del mundo de Dios. El mundo humano es materia, es carne, es algo caduco y perece… pero el Espíritu divino es vida, fuerza, y superación de todo tiempo y límite.

Es verdad que la Biblia no utiliza aquí el término “Espíritu Santo” y, como hemos visto, en el Antiguo Testamento aún no se le comprende como la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, sin embargo, el texto sí apunta al “Espíritu de Dios”, a Dios mismo… bastará la revelación posterior para que, poco a poco, se entienda que este “aliento” que dio la vida al ser humano, formado del barro, es el “soplo de Dios”. Ni más ni menos: el Espíritu Santo.