En el Salmo 41, el rey David reza con un hermoso estribillo: “Mi alma tiene sed del Dios de agua viva” (Sal 41, 1).
Tener “sed de Dios”, o sentir la necesidad del “agua viva”, es un tema frecuente de la Sagrada Escritura. La búsqueda del Señor, como la de un sediento que con gran necesidad acude al agua, debe ser apasionada y gozosa, ha de florecer en los que están enamorados de un Dios que ha tocado el mismo corazón y, con él, a todo lo demás. Esta búsqueda estará llena de imágenes, de colorido, de frescura y de luz… ¡Llena de vida!
A lo largo de la historia, muchos orantes han convertido esta necesidad en un “emotivo gemido”. San Agustín dice: “Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti. Gusté de Ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me consumo en tu paz”. San Juan de la Cruz, por su parte, afirma: “¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? (...) Vuélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma, al aire de tu vuelo y, fresco, toma”. Esta búsqueda de Dios debe ser, para nosotros, como la de una cierva que “busca las corrientes de agua”.
Para nunca más tener sed
En el pasaje de la Samaritana (Jn 4), Jesús le dice a aquella mujer ajena a su religiosidad, que quien bebiere del agua que sale de un pozo vuelve a tener sed, pero quien bebiere del agua viva, es decir, del don que Dios mismo otorga, del Espíritu Santo, beberá “agua viva” y nunca más tendrá sed.
En otra parte del Evangelio, Jesús dice que “no quedará sin recompensa aquel que diere aunque sea un vaso de agua fría a uno de sus discípulos” (Ver Mt 10, 42, Mc 9, 41)… ¿Qué decir de aquel que da de beber a un sediento que, como Cristo en la cruz, sufre de una sed abrasadora? Dar de beber a estos “pequeños” es saciar al mismo Cristo, pues Jesús está presente en sus hermanos, sobretodo en los más necesitados. Así, pues, al dar de beber a quien lo necesita, ejercitamos nuestro amor a Dios y al prójimo, porque todo el Evangelio se reduce precisamente a esto: ¡A Amar!
Hidratarse... e hidratar
La
sed es uno de los instintos básicos de nuestro cuerpo, un mecanismo esencial de
regulación del contenido de líquidos y uno de los primeros y principales síntomas
de la deshidratación.
En
las tardes calurosas, cuando recibimos mucho sol, o luego de una jornada larga, a toda prisa buscamos algo
con qué refrescarnos e hidratarnos.
La
ciencia nos dice que tres cuartas partes de nuestro cuerpo son agua, y al
llegar a la edad adulta, aproximadamente el 60% de ella se encuentra en el
interior de las células y el resto circula por la sangre y baña nuestros
tejidos. Nadie puede vivir sin agua… no duraríamos ni cinco días sin poner en
riesgo nuestra existencia.
Pensemos
un poco:
¿Te hidratas con
frecuencia?
¿Bebes la
suficiente agua natural o sólo consumes bebidas con altos índices de azúcar o
de sodio?
¿Cuidas el agua o
te gusta desperdiciarla?
¿Conoces a
alguien que está deshidratado, o que no tiene algo sano para beber?
¡Hagamos Misericordia! ¡Que se acabe la sed!
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