Domingo 26 del Tiempo Ordinario. La Liturgia de este día, tan rica, como siempre, nos presenta una hermosa oportunidad de reflexionar en el eterno conflicto que solemos tener entre lo que decimos y hacemos.
San Mateo (21, 28 - 32), retrata a Jesús contando a la "gente bien" una hermosa, aunque incompleta parábola:
Un hombre tenía 2 hijos. A los dos los envió a trabajar a su viña. El primero, de la manera más solícita y educada, le dijo que iría... pero no fue. En cambio, el segundo, aunque con berrinches al principio manifestó su apatía, terminó por arrepentirse y fue.
¿Cuál de los dos hijos hizo la voluntad del Padre? El segundo, aseguraron. Y es verdad, por ello los dos hijos, retratados en las dos fracciones que simbolizan (sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, al primero; y publicanos y prostitutas, al segundo), deben corregir el eterno divorcio entre lo que hacen y lo que dicen.
¿Y por qué este post sugiere un "tercer hijo"?
Pues porque en este pasaje tenemos una nueva versión de "hijo": Uno que actúa congruentemente. Un vástago que dice "sí" a la voluntad de su Padre, y que efectivamente se "va a trabajar a la viña".
¿A qué padre le gustaría que sus hijos siempre aparecieran obedientes, pero que realmente nunca cumplieran sus mandatos?
O, ¿Qué madre de familia querría que sus hijos nacieran, medio crecieran, y casi murieran díscolos, con una última chispa de arrepentimiento?
Jesús es el Hijo de Dios, el predilecto del Padre, aquel en quien Él se complace (ver Mt 3, 17). De esta manera, Jesús se convierte, para todos nosotros, en el modelo de Hijo a seguir. Su vida entera aparece como un "hágase", siempre atento y obediente a las encomiendas de su Padre.
Como vemos, ni en la vida cotidiana, y mucho menos en la práctica de nuestra vida cristiana, basta con decir que iremos a trabajar... ¡Hay que hacerlo!
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