domingo, 9 de abril de 2017

SEMANA SANTA


Después de preparar suficientemente nuestro espíritu, por un espacio de cuarenta días, viviendo el tiempo litúrgico de la Cuaresma, nos adentramos a una preparación todavía más intensa, le llamamos: la “Semana Mayor”.

Con el Domingo de Ramos se abre solemnemente la Semana Santa. Con el recuerdo de las Palmas y la lectura de la Pasión (en este año según San Mateo, por estar celebrando el Ciclo litúrgico “A”), con la memoria de la Entrada de Jesús en Jerusalén, de la Liturgia de la Palabra y la Sagrada Comunión, anticipamos (por así decirlo), el triunfo de Nuestro Señor. Antiguamente se le llamaba a este día, por los motivos señalados, “Pascua Florida”.

Lunes, Martes y Miércoles Santos, son días especiales en que se privilegian los retiros y las Pascuas (infantiles, de adolescentes o de jóvenes).

El Jueves Santo es como una “profecía” de la Pascua, es decir, en la Última Cena (momento especial en que Jesús también lavó los pies de sus discípulos), nuestro Señor vivió consciente y de manera anticipada su Pasión y Muerte, y en esa Cena puso en claro el para qué iba a morir, y el por qué aceptaba voluntaria y libremente lo que las Escrituras profetizaban. La institución de la Eucaristía, la institución del Orden Sacerdotal, y el mandamiento del amor, son los tres matices que dan luz y vida a esta gran jornada de adoración.

El Viernes Santo se celebra la gloriosa Pasión de Jesús. En todo este día se destaca como símbolo de salvación la Cruz del Señor, así se cumplía su deseo de salvar a la humanidad. Lo que había sido un instrumento infame de muerte se convierte en árbol de vida y escalera a la vida eterna. Es día de luto. Como actos complementarios pueden hacerse (según las costumbres del lugar) el acto piadoso del Viacrucis, la celebración de las siete palabras, el rosario de pésame y la marcha del silencio.

El Sábado Santo es el día de la sepultura de Jesús y de su descenso al lugar de los muertos, es decir, de su extremo abajamiento para liberar a los que moraban en el reino de la muerte. Este es el día de espera litúrgica por excelencia, y hay que revestirla, en la medida de lo posible, de toda la solemnidad que esté a nuestro alcance. Sus cuatro partes esenciales: Lucernario, Liturgia de la Palabra, Liturgia Bautismal, y Liturgia Eucarística, deben ser preparadas con gran esmero.

Evidentemente, no se trata sólo de una semana “de asueto”, no sólo es “descanso” y “recreación”. Evangelizar, comunicar la Palabra de Dios, y celebrar los misterios más importantes de la fe que profesamos, deben ser, como cristianos que somos, nuestro mayor compromiso…


¡Iniciemos con gran fervor este tiempo de gracia!

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