El Catecismo de la Iglesia Católica afirma literalmente que
el Espíritu Santo es “la Tercera Persona de la Santísima Trinidad” (CEC 685).
Recordemos que, para nuestra fe, Dios es Uno y Trino: Un
solo Dios en tres Personas distintas. Únicas en cuanto a su naturaleza,
sustancia y esencia (son “Dios”), pero diferentes en cuanto a su obrar: Al
Padre se le atribuye la Creación; al Hijo la Redención; y al Espíritu Santo la
Santificación.
Si bien esta concepción trinitaria de Dios no fue
comprendida sino hasta que Jesús nos la revelara, pues, aunque el Espíritu
Santo cooperó con el Padre y el Hijo desde el comienzo del designio de nuestra
salvación, desde la misma creación del mundo, “es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación redentora
del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y
acogido como Persona” (Ver CEC 686). En el Nuevo Testamento leemos cómo Jesús
nos lo presenta y se refiere a Él no como una “potencia o energía impersonal”, sino como
una Persona diferente, con un obrar propio y con un carácter personal.
Entonces, todo cuanto podamos decir o afirmar de Dios lo podemos decir o afirmar del Espíritu Santo. Por ejemplo, los atributos divinos como la
omnipotencia (Dios todo lo puede), la omnisciencia (Dios todo lo sabe), o la
omnipresencia (Dios está en todas partes), son cien por ciento atribuibles y aplicables a
Él.
A partir de este Post estaré compartiendo con ustedes algunos pequeños puntos que nos ayuden a conocer más al Espíritu Santo, y nos motiven para permitir su acción liberadora en nuestras vidas.
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