jueves, 8 de febrero de 2018

ALIENTO QUE DA LA VIDA



"Espíritu": ¿Qué significa? Al referirnos a esta palabra, debemos comprender que no hablamos de algo material: No se trata de un bulto, de una cosa, de algo que se toma o se guarda… sino de algo que se percibe, de una “fuerza”, de un “dinamismo”.

El significado que la Sagrada Escritura suele darle a "espíritu" es de “viento”, “aire”, “respiración”, “aliento”. Por tanto, se trata de una realidad dinámica, innovadora y creadora. “Espíritu” es símbolo de energía, juventud, y renovación. De esta manera, se le puede comprender como lo que da y mantiene la vida, otorga fuerza y permite el movimiento.

Para la Biblia, Dios es espíritu, y lo comunica tanto al ser humano como a la naturaleza. Dice un Salmo: “Retiras tu aliento, y los seres expiran, vuelven al polvo. Pero envías tu espíritu, y todo vuelve a ser creado, renuevas la faz de la tierra” (Sal 104, 29-30). Sin embargo, al referirse al género humano, este espíritu posee un particular carácter vivaz y dinámico, es algo así como su intimidad más profunda, como su corazón…

El texto sagrado del Génesis es muy específico: La materia en la que habita el ser humano es caduca: “Polvo eres, y al polvo has de volver” (Gn 3, 19). Pero Dios insufla en las narices del hombre su aliento, y esta materia perecedera, este ser humano, hecho del polvo, comienza a vivir. Por ello, el espíritu remite siempre a una realidad “divina” y “misteriosa”, es la característica principal no del mundo de los hombres, sino del mundo de Dios. El mundo humano es materia, es carne, es algo caduco y perece… pero el Espíritu divino es vida, fuerza, y superación de todo tiempo y límite.

Es verdad que la Biblia no utiliza aquí el término “Espíritu Santo” y, como hemos visto, en el Antiguo Testamento aún no se le comprende como la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, sin embargo, el texto sí apunta al “Espíritu de Dios”, a Dios mismo… bastará la revelación posterior para que, poco a poco, se entienda que este “aliento” que dio la vida al ser humano, formado del barro, es el “soplo de Dios”. Ni más ni menos: el Espíritu Santo.

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