Sigamos con nuestro estudio Pneumatológico. Veamos hoy cómo Dios, por medio de una elección particular que hizo sobre jueces, reyes, profetas, sacerdotes y reyes, derramaba su Espíritu sobre sus consagrados.
“Unción”
“Ungir” significa “derramar aceite sobre algo o sobre alguien”. Religiosamente hablando, este rito siempre ha tenido una cualidad de “elección”, de “consagración”, de “destinación”. En el Antiguo Testamento, se ungía a los jueces, profetas, sacerdotes y reyes, es decir, se derramaba aceite sobre sus cabezas para garantizar la elección divina, y también para destinarles una misión particular.
“Ungido”, en hebreo, se dice “Mesías”. Esta palabra se tradujo en griego como “Cristo”. Antiguamente, como vemos, había muchos “mesías”, muchos “cristos”. Sin embargo, el pueblo de Israel nunca perdió la esperanza de que llegara el “Mesías”, el “Cristo” (así, con Mayúscula), una persona que en sí misma tuviera la particularidad de ser consagrado a la vez sacerdote, profeta y rey.
Ungidos, ¿para qué?
El profeta Isaías aclara: “El Espíritu del Señor está sobre mí, pues me ha ungido. Me ha enviado a predicar la buena nueva a los oprimidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar la libertad a los cautivos, y liberar a los cautivos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Is 41, 1-3; ver Lc 4, 18).
Como vemos, los ungidos por el Espíritu del Señor tienen una encomienda particular para su pueblo: Administrar la justicia, ser pastores que apacienten su rebaño, conducirlo por el camino del bien, y darle un buen ejemplo, como elegidos del Altísimo.
Sin duda que estos “cristos”, estos jueces, profetas, sacerdotes y reyes, llegaron a fallar… por eso, Dios mismo promete ser el Pastor para su pueblo: “He aquí que yo mismo apacentaré a mis ovejas, y las llevaré a descansar, dice el Señor” (Ez 34, 15). Y será Dios mismo, en la Persona de su Hijo, engendrado por su propio Espíritu, quien pastoree luego, eficazmente, a sus ovejas (Ver Jn 10).
No hay comentarios:
Publicar un comentario