“Patriarcas”
A partir de que Abraham, originario de Ur de Caldea,
fuese llamado y bendecido por Dios, dejando su tierra y su parentela,
encaminándose a Palestina, y convirtiéndose en el “padre de una muchedumbre”
(Gn 12, 2), podemos decir que comienza en forma la historia del pueblo de
Israel.
Su vida, tan accidentada, es
retratada con lujo de detalles: El libro del Génesis nos lo presenta también
como “el padre de los creyentes”, pues su fe en Dios fue probada y sus acciones
catalogadas como “justicia” (Ver Gn 15, 6).
A éste, le sucedió su hijo Isaac (Ver Gn 21, 1-7), quien
prácticamente “repite” la historia de su padre. Su matrimonio con Rebeca le
trajo dos hijos gemelos: Esaú (el primogénito), y Jacob (el heredero de las
promesas).
La historia de Jacob, nieto de Abraham, es descrita a
partir del capítulo 25 del libro del Génesis. Luego de ganarse la ira de su
hermano, por haberse apropiado indebidamente el derecho de primogenitura y la
bendición de su padre, debe huir al país de Jarán, la tierra de su abuelo. Dios
lo bendice abundantemente, y lo hace volver lleno de riquezas, con dos esposas,
dos concubinas, y 13 hijos. El libro del Deuteronomio lo retrata como “un
arameo errante” (Ver Dt 26, 5), quien tuvo que bajar a Egipto, por obra de su
hijo José, para evitar que su
descendencia pereciera a causa del hambre en tierra palestina. Sus dos hijos,
Efraím y Manasés, completarán la lista de las 12 tribus que conformarán después
al pueblo de Israel.
Finalmente, Moisés, el “salvado de las aguas” (Ver Ex
2), es quien concluye nuestra lista de Patriarcas Israelitas. Es él quien logra
sacar a su pueblo de la esclavitud egipcia, y conducirlo por un terrible
proceso de cuarenta años, a través del desierto, hasta el umbral de la tierra
prometida (Ver Nm 13).
Luz para el camino
Sin duda que estas historias,
tan coloridas y tan especiales, no podrían comprenderse sino como partes
integrales de un plan divino… Basta leer con detenimiento cualquiera de estas
narraciones, aparentemente oscuras, para comprender cómo en medio de tanta
carencia, de tanta imperfección, se logra tanta riqueza y tanta bendición.
Efectivamente, Dios siempre, por medio de su Santo Espíritu, fue iluminando el
camino de los patriarcas, y los condujo sabia y prudentemente, aún por senderos
tan accidentados y experiencias tan complicadas, hacia un destino seguro y una
meta protegida…
Dios cumple sus promesas… y
los hombres que confían en Él viven para comprobar cuán bueno y cuán
misericordioso es.
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