lunes, 12 de febrero de 2018

LUZ PARA EL CAMINO



“Patriarcas”

A partir de que Abraham, originario de Ur de Caldea, fuese llamado y bendecido por Dios, dejando su tierra y su parentela, encaminándose a Palestina, y convirtiéndose en el “padre de una muchedumbre” (Gn 12, 2), podemos decir que comienza en forma la historia del pueblo de Israel.

Su vida, tan accidentada, es retratada con lujo de detalles: El libro del Génesis nos lo presenta también como “el padre de los creyentes”, pues su fe en Dios fue probada y sus acciones catalogadas como “justicia” (Ver Gn 15, 6).

A éste, le sucedió su hijo Isaac (Ver Gn 21, 1-7), quien prácticamente “repite” la historia de su padre. Su matrimonio con Rebeca le trajo dos hijos gemelos: Esaú (el primogénito), y Jacob (el heredero de las promesas).

La historia de Jacob, nieto de Abraham, es descrita a partir del capítulo 25 del libro del Génesis. Luego de ganarse la ira de su hermano, por haberse apropiado indebidamente el derecho de primogenitura y la bendición de su padre, debe huir al país de Jarán, la tierra de su abuelo. Dios lo bendice abundantemente, y lo hace volver lleno de riquezas, con dos esposas, dos concubinas, y 13 hijos. El libro del Deuteronomio lo retrata como “un arameo errante” (Ver Dt 26, 5), quien tuvo que bajar a Egipto, por obra de su hijo José, para evitar que su descendencia pereciera a causa del hambre en tierra palestina. Sus dos hijos, Efraím y Manasés, completarán la lista de las 12 tribus que conformarán después al pueblo de Israel.

Finalmente, Moisés, el “salvado de las aguas” (Ver Ex 2), es quien concluye nuestra lista de Patriarcas Israelitas. Es él quien logra sacar a su pueblo de la esclavitud egipcia, y conducirlo por un terrible proceso de cuarenta años, a través del desierto, hasta el umbral de la tierra prometida (Ver Nm 13).

Luz para el camino

Sin duda que estas historias, tan coloridas y tan especiales, no podrían comprenderse sino como partes integrales de un plan divino… Basta leer con detenimiento cualquiera de estas narraciones, aparentemente oscuras, para comprender cómo en medio de tanta carencia, de tanta imperfección, se logra tanta riqueza y tanta bendición. Efectivamente, Dios siempre, por medio de su Santo Espíritu, fue iluminando el camino de los patriarcas, y los condujo sabia y prudentemente, aún por senderos tan accidentados y experiencias tan complicadas, hacia un destino seguro y una meta protegida…

Dios cumple sus promesas… y los hombres que confían en Él viven para comprobar cuán bueno y cuán misericordioso es.

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