"El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra"
(Lc 1, 35)
Hasta hoy, nos habíamos detenido a considerar la
presencia real y activa del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento. Iniciamos, con este post, la comprensión de su obra en el Nuevo
Testamento y en la Iglesia.
Hemos visto cómo algunos signos aclaran su presencia y acción: Viento, luz, fuego, unción… ahora, hablemos de una
“sombra”.
El Evangelio de San Lucas dice que el Ángel Gabriel fue
enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, para anunciarle a una virgen, de
nombre María, que había sido elegida para ser la Madre de Dios (ver Lc 1,
26-27). También dice que Ella, al principio, no entendía todo lo que esto
significaba, pero luego se mostró como “la esclava del Señor” y permitió que se
cumpliera en ella su Voluntad.
Este anuncio va ligado al que el mismo Ángel dio a
Zacarías (el padre de Juan, el Bautista), pero a diferencia de este sacerdote,
María no preguntó sobre el “qué” (él era de edad avanzada, su mujer era estéril... tener un hijo parecía improbable), sino sobre el “cómo” podría ser esto posible (María no duda que Dios pueda hacerlo... sólo se preguntaba acerca del modo en que debía ocurrir).
El Ángel, entonces, le dijo a María que todo sería por obra y gracia del
Espíritu Santo, que su “sombra” la cubriría.
Los israelitas habían reconocido ya la protección de Dios
a través de una “nube sagrada” (ver Ex 13, 21; 14, 20; 40, 34; Lv 9, 23; Nm 14,
10; 1 Re 8, 10-13; 2 Cro 5, 13-14). Esta nube cubría y garantizaba la presencia
de Dios en medio de su pueblo. Pues bien, con esta bella imagen, podemos
comprender que Dios mismo, a través de su Espíritu Santo, “cubriría” a María
con su sombra, y el “poder del Altísimo” descendería sobre ella, fecundándola.
¡María será como una "tienda viva" donde Dios mismo podrá habitar, de un modo nuevo y único, en medio de nosotros!
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