viernes, 9 de marzo de 2018

IMPULSA A SU PUEBLO



El Espíritu y los Mandamientos

La Biblia dice textualmente que Moisés recibió las tablas de la ley que habían sido escritas por el “Dedo de Dios” (Dt 9, 10; Ex 31, 18). También aclara que, mientras esto ocurría, el Sinaí humeaba, ya que Dios había descendido al monte “en fuego” (Ex 19, 18).

En el nuevo testamento, estas dos figuras (el “dedo”, y el “fuego”), son signos claros del Espíritu Santo: Jesús expulsa a los demonios con el poder del Espíritu, el “dedo de Dios” (Lc 11, 20; Mt 12, 28). Además, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo bajó sobre los apóstoles en lenguas “como de fuego” (Hch 2, 3-4).

Estos signos, estas señales, nos ayudan a comprender la relación que el Espíritu Santo, que es Dios, tiene con los mandamientos: ¡Él mismo los escribió! Por otro lado, la Alianza que Dios establece con su pueblo se ve fiel y puntualmente correspondida a través de la comprensión y el cumplimiento que éste tiene y hace de sus normas. ¿De dónde obtiene el hombre la luz y la fuerza necesarias para asimilar y poner en práctica estos mandamientos? 

Impulso

“Impulsar” significa “aplicar una fuerza sobre algo o sobre alguien para moverla”. Si decimos que el Espíritu Santo es quien impulsa al pueblo, queremos decir que es Él quien motiva, mueve o dinamiza a sus fieles, con el fin de llevarlos a la comprensión y vivencia de los mandamientos, de estas normas que renovarán y darán razón a su existencia.

Hemos visto cómo a la acción del Espíritu le sigue la acción de sus fieles. Pues bien, si Dios es quien toma la iniciativa de salir al encuentro del hombre, y le propone lo que necesita para transformar su vida, lo acompaña siempre para que deseé y cumpla sus preceptos.

El creyente, así podrá decir, junto al Salmista: “¡Cuánto amo, Señor, tus mandamientos! A mí me toca cumplir tus preceptos. Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata. Señor, que tu amor me consuele, conforme a las promesas que me has hecho. Muéstrame tu ternura y viviré porque en tu ley he puesto mi contento. Amo, Señor, tus mandamientos, más que el oro purísimo: por eso son mi guía, y desecho la mentira. Tus preceptos, Señor, son admirables, por eso los sigo. La explicación de tu palabra da luz y entendimiento a los sencillos” (ver Sal 118).

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