El Espíritu y los Mandamientos
La Biblia dice textualmente
que Moisés recibió las tablas de la ley que habían sido escritas por el “Dedo
de Dios” (Dt 9, 10; Ex 31, 18). También aclara que, mientras esto ocurría, el
Sinaí humeaba, ya que Dios había descendido al monte “en fuego” (Ex 19, 18).
En el nuevo testamento, estas
dos figuras (el “dedo”, y el “fuego”), son signos claros del Espíritu Santo:
Jesús expulsa a los demonios con el poder del Espíritu, el “dedo de Dios” (Lc
11, 20; Mt 12, 28). Además, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo bajó sobre
los apóstoles en lenguas “como de fuego” (Hch 2, 3-4).
Estos signos, estas señales,
nos ayudan a comprender la relación que el Espíritu Santo, que es Dios, tiene
con los mandamientos: ¡Él mismo los escribió! Por otro lado, la Alianza que
Dios establece con su pueblo se ve fiel y puntualmente correspondida a través
de la comprensión y el cumplimiento que éste tiene y hace de sus normas. ¿De
dónde obtiene el hombre la luz y la fuerza necesarias para asimilar y poner en
práctica estos mandamientos?
Impulso
“Impulsar” significa “aplicar
una fuerza sobre algo o sobre alguien para moverla”. Si decimos que el Espíritu
Santo es quien impulsa al pueblo, queremos decir que es Él quien motiva, mueve
o dinamiza a sus fieles, con el fin de llevarlos a la comprensión y vivencia de
los mandamientos, de estas normas que renovarán y darán razón a su existencia.
Hemos visto cómo a la acción
del Espíritu le sigue la acción de sus fieles. Pues bien, si Dios es quien toma
la iniciativa de salir al encuentro del hombre, y le propone lo que necesita
para transformar su vida, lo acompaña siempre para que deseé y cumpla sus
preceptos.
El creyente, así podrá decir,
junto al Salmista: “¡Cuánto amo, Señor,
tus mandamientos! A mí me toca cumplir tus preceptos. Para mí valen más tus
enseñanzas que miles de monedas de oro y plata. Señor, que tu amor me consuele,
conforme a las promesas que me has hecho. Muéstrame tu ternura y viviré porque
en tu ley he puesto mi contento. Amo, Señor, tus mandamientos, más que el oro
purísimo: por eso son mi guía, y desecho la mentira. Tus preceptos, Señor, son
admirables, por eso los sigo. La explicación de tu palabra da luz y entendimiento
a los sencillos” (ver Sal 118).
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