lunes, 14 de noviembre de 2016

MANUAL DEL SACRISTÁN (Décimo séptima Parte)


1. El Templo

El edificio material es signo del verdadero Templo de Dios, que es Cristo (Ver Jn 2, 19-21), y de nosotros, personalmente y como Iglesia (1 Co 3, 16-17; Ef 2, 21). Además, es Casa de Dios, por la presencia del Santísimo Sacramento en el Sagrario, y las varias presencias de Cristo durante la celebración (en su Palabra, en el Celebrante, en la Asamblea, en las Especies Consagradas, etc.).

Por eso, hay ciertos signos de respeto que se deben cuidar: Presentarse aseado (de cuerpo y también de alma), tener espíritu de oración y gran sentido de lo sagrado, vestir de modo digno, etc. Así, cualquier persona, sea creyente o no, podrá descubrir que en ese Templo se alaba al verdadero Dios.

El sacristán no debe andar con pantalones cortos (short), pants, camisetas sin mangas, o con cualquier traje o vestido que desdiga el decoro del Templo y de la Celebración. Si cuidamos tanto nuestra presentación en eventos sociales... ¿Por qué no hacerlo en nuestra audiencia con el Señor?

No debe hablar en voz alta dentro del Templo, sino discretamente, para conservar un auténtico ambiente de oración y no estorbar a quienes desean hacerlo. No se deben arreglar asuntos personales allí, hay otros espacios donde se puede convivir y hacer tratos.

Evitar posturas inconvenientes, aunque esté a solar: cruzar la pierna, fumar, escuchar o cantar música indigna, correr o jugar, comer o tomar bebidas embriagantes, curiosear, etc.

Tras cada celebración, hay que revisar que el lugar esté aseado, pues no ayuda al encuentro con Dios un Templo sucio y desagradable. Desgraciadamente muchas familias no alcanzan a distinguir entre la Casa de Dios y un lugar de recreo o paseo, por tal motivo no faltan los biberones derramados, los pañuelos desechables usados, las bolsas de botanas tiradas, etc.

Finalmente, hay que cuidar el "escenario de la celebración", es decir "los polos" de la misma.

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