viernes, 11 de noviembre de 2016

MANUAL DEL SACRISTÁN (Décimo sexta Parte)


VI. MANTENER EN ORDEN Y EN BUEN ESTADO LOS LOCALES Y OBJETOS

El Templo es signo de la comunidad, y el sacristán es el responsable de hacer que el signo sea expresivo y genere devoción y compromiso. Por eso, el mantenimiento y el cuidado del inmueble y los muebles que resguarda está entre sus principales preocupaciones.

Se han de limpiar y sacudir el ambón, la sede, el área del sagrario, y las alfombras, de preferencia antes de cada celebración. Si es el caso, debe vigilarse que los encargados de aseo barran, trapeen y sacudan, y que las bancas estén bien acomodadas, limpias, y en general todo en su sitio.


Para las grandes ocasiones (Pascua, Navidad, Fiestas Patronales o Visita Pastoral), hay que limpiar las paredes, las imágenes, los candeleros, y también lustrar las bancas y las demás cosas de madera, incluyendo las puertas. Constantemente hay que limpiar la cera del piso y los siempre tan comunes chicles pegados en las hincaderas o debajo de las bancas. Ya hemos hablado de acomodar todo lo que se usó en su lugar correspondiente en la sacristía o bodega.

Lo que no se use (como cortinas, telas varias, cuadros, etc.), hay que preguntar a los sacerdotes qué acomodo o qué fin se les debe asignar.

Antes de que se venga el tiempo de aguas se deben limpiar las azoteas de toda basura, lecherear o impermeabilizar, y si es preciso arreglar toda humedad. También hay que regar los jardínes o árboles, limpiar sus cajetes, y tener cuidado con las podas necesarias.

Nota: No es necesario que el sacristán efectúe todos estos menesteres, pero sí que coordine y se encargue de que todo esto se haga.


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