domingo, 19 de marzo de 2017

¿CINCO MARIDOOOOOOOOOS?


Tercer Domingo de Cuaresma, Ciclo A: El Domingo de la Samaritana...

Jesús, cansado y sediento, llega al pozo de Jacob. Una mujer llega también hasta el pozo, y el Divino Maestro le pide de beber...

Un interesante diálogo se inicia entre los protagonistas, pero nos detendremos solamente para analizar dos pequeños momentos:

1. El don de Dios

Jesús dice a la samaritana “si conocieras el don de Dios”. ¿A qué se refiere? Los estudiosos de la Biblia coinciden que este regalo de lo alto puede identificarse con el “agua viva”, con el “agua que brota desde la fuente”. Esta agua viva significa la “salud”, la “vida eterna”. Es la gran revelación hecha por el mismo Dios en la persona de su Hijo, y que tiene muy poco que ver con las satisfacciones de las necesidades naturales (la samaritana pensaba que se trataba de “esa agua” que “sacia la sed física”, por eso dice que Jesús “no tiene cántaro para sacarla”, y “que quiere de esa agua para no volver al pozo ni experimentar más sed”).

Este simbolismo del agua viva se utiliza también en otros textos del mismo evangelio de San Juan para referirse al Espíritu Santo: En el capítulo séptimo, Jesús dirá: “De lo más profundo de todo aquel que crea en mí brotarán ríos de agua viva” (Ver Jn 7, 38). San Juan interpreta la frase así: “Decía Jesús esto, al referirse al don del Espíritu Santo” (Ver Jn 7, 39). En todo caso, esto en nada contradice a lo que se afirma en el pasaje: El don de Dios es la salud, la vida eterna, pero lo es también el Espíritu Santo… Es Dios mismo, pues, quien se nos da a conocer a través de su Hijo, y del Espíritu Santo, que se nos otorga como regalo…

2. Cinco maridos

Cuando la samaritana pide a Jesús: “Señor, dame de esa agua para que no tenga más sed y no tenga que venir hasta aquí a sacar agua”, Jesús le dijo: “Vete a tu casa, llama a tu marido y regresa”… la samaritana aseguró que “no tenía marido”, y Jesús le hace ver que aquello era verdad: ¡Había tenido cinco, y con el que ahora vivía no era su marido!

El texto así, tal cual, podría sorprendernos mucho… y correríamos el riesgo de tachar a aquella mujer, cuestionando su vida privada, pensando que se trataba de una mala persona… de una mujer disoluta… La verdad es que este pasaje, como muchos otros de la Sagrada Escritura, encierra un contenido metafórico… detrás de él se esconde una enseñanza concreta: La mujer es figura y simboliza lo que había sido la región de Samaria… la tierra que, luego de la deportación de las diez tribus norteñas a Nínive, capital del imperio Asirio, había sido habitada por personas extranjeras y que permanecían “ajenas” al culto del Dios vivo y verdadero. Una tierra que había adorado a cinco dioses antiguos (Ver 2 Re 17, 24 – ss):

- Los de la región de Babilonia, que habían dado culto a “Sucot Benot” (el “juez del universo”).
- La región de Cutá, que había dado culto a “Nergal” (dios del inframundo y señor de los muertos).
- La región de Jamat, que había dado culto a “Asimá” (un macho cabrío, símbolo de un demonio que solía reírse cuando hacía el mal).
- La región de Eveos, que habían dado culto a “Nibjáz y Tartac” (el dios del viento).
- Y los Sefarvaítas, quienes habían dado culto a “Adramelec” (el Sol) y “Anamelec” (la Luna), un demonio oscuro y portador de malas noticias.


Jesús le hará ver a aquella mujer que los samaritanos “no saben lo que adoran” (Ver Jn 4, 22), por eso le dice que “el hombre con el que ahora vivía”, no era “su marido”… ¡No sabían quién era Yahvé! 

¡Sin duda que ahora comprendemos mejor el pasaje!

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