Tercer Domingo de Cuaresma, Ciclo A: El Domingo de la Samaritana...
Jesús, cansado y sediento, llega al pozo de Jacob. Una mujer llega también hasta el pozo, y el Divino Maestro le pide de beber...
Un interesante diálogo se inicia entre los protagonistas, pero nos detendremos solamente para analizar dos pequeños momentos:
1. El don de Dios
Jesús dice a la samaritana “si conocieras el don de
Dios”. ¿A qué se refiere? Los estudiosos de la Biblia coinciden que este regalo de lo alto puede identificarse con el “agua viva”, con el “agua que
brota desde la fuente”. Esta agua viva significa la “salud”, la “vida eterna”.
Es la gran revelación hecha por el mismo Dios en la persona de su Hijo, y que
tiene muy poco que ver con las satisfacciones de las necesidades naturales (la
samaritana pensaba que se trataba de “esa agua” que “sacia la sed física”, por
eso dice que Jesús “no tiene cántaro para sacarla”, y “que quiere de esa agua
para no volver al pozo ni experimentar más sed”).
Este simbolismo del agua viva se utiliza también en otros
textos del mismo evangelio de San Juan para referirse al Espíritu Santo: En el capítulo
séptimo, Jesús dirá: “De lo más profundo de todo aquel que crea en mí brotarán
ríos de agua viva” (Ver Jn 7, 38). San Juan interpreta la frase así: “Decía
Jesús esto, al referirse al don del Espíritu Santo” (Ver Jn 7, 39). En todo
caso, esto en nada contradice a lo que se afirma en el pasaje: El don de Dios
es la salud, la vida eterna, pero lo es también el Espíritu Santo… Es Dios
mismo, pues, quien se nos da a conocer a través de su Hijo, y del Espíritu
Santo, que se nos otorga como regalo…
2. Cinco maridos
Cuando la samaritana pide a Jesús: “Señor, dame de esa
agua para que no tenga más sed y no tenga que venir hasta aquí a sacar agua”,
Jesús le dijo: “Vete a tu casa, llama a tu marido y regresa”… la samaritana
aseguró que “no tenía marido”, y Jesús le hace ver que aquello era verdad:
¡Había tenido cinco, y con el que ahora vivía no era su marido!
El texto así, tal cual, podría sorprendernos mucho… y
correríamos el riesgo de tachar a aquella mujer, cuestionando su vida privada, pensando que se trataba de una
mala persona… de una mujer disoluta… La verdad es que este pasaje, como muchos
otros de la Sagrada Escritura, encierra un contenido metafórico… detrás de él
se esconde una enseñanza concreta: La mujer es figura y simboliza lo que había
sido la región de Samaria… la tierra que, luego de la deportación de las diez tribus norteñas a Nínive, capital del imperio Asirio, había sido habitada por personas
extranjeras y que permanecían “ajenas” al culto del Dios vivo y verdadero. Una
tierra que había adorado a cinco dioses antiguos (Ver 2 Re 17, 24 – ss):
- Los de la región de Babilonia, que habían dado culto a
“Sucot Benot” (el “juez del universo”).
- La región de Cutá, que había dado culto a “Nergal” (dios del
inframundo y señor de los muertos).
- La región de Jamat, que había dado culto a “Asimá” (un macho
cabrío, símbolo de un demonio que solía reírse cuando hacía el mal).
- La región de Eveos, que habían dado culto a “Nibjáz y Tartac”
(el dios del viento).
- Y los Sefarvaítas, quienes habían dado culto a
“Adramelec” (el Sol) y “Anamelec” (la Luna), un demonio oscuro y portador de
malas noticias.
Jesús le hará ver a aquella mujer que los samaritanos “no
saben lo que adoran” (Ver Jn 4, 22), por eso le dice que “el hombre con el que
ahora vivía”, no era “su marido”… ¡No sabían quién era Yahvé!
¡Sin duda que
ahora comprendemos mejor el pasaje!
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