domingo, 12 de marzo de 2017
¡QUÉ BUENO SERÍA QUEDARNOS AQUÍ!
Segundo domingo de Cuaresma... San Mateo nos presenta en su Evangelio (Mt 17, 1 - 9), el pasaje conocido como la "transfiguración del Señor".
Jesús, llevando consigo a sus tres discípulos más cercanos, suben a un Monte. La tradición cristiana lo denomina "Tabor", y se eleva a unos 575 metros sobre el nivel del Mar. Estando allí, continúa el Evangelio, se "transfiguró en su presencia", sus rostro se puso "resplandeciente", y sus ropas se volvieron "blancas como la nieve"... luego, junto a Él, aparecieron Moisés (el máximo legislador y patriarca de los judíos), y Elías (el profeta de fuego, figura del Mesías).
Pedro, uno de los discípulos privilegiados con este portento, exclamó: "Señor, ¡Qué bueno sería quedarnos aquí!"... estas palabras, emanadas desde el asombro y la emoción, carentes de sentido en su contexto y, más aún, de seriedad en el compromiso que se espera de todo cristiano, fueron serenamente sosegadas por las del Padre: "Este es mi Hijo muy amado (...), ¡Escúchenlo!"
Y he aquí, querido lector, lo que realmente Dios espera de cada uno de nosotros: En los retiros, en los encuentros, en los ejercicios cuaresmales, en las charlas semanales... ¡Qué bien se está! Se nos olvidan los problemas, nos alejamos del estrés, nos refugiamos y cobijamos en las mieles de nuestros montecitos... Ah, ¡Qué bueno sería quedarnos aquí! Pero no... lo más importante, luego de reconocer a Jesús como "Dios de Dios y Luz de Luz", es comprometernos a escuchar su voz... y cambiar nuestra existencia.
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