domingo, 25 de junio de 2017
QUIEN TEME A DIOS... NO TIENE MIEDOS
Parece contradictorio... pero atendiendo a lo que el Señor nos dice en su Palabra, es verdad.
Domingo 12 del tiempo ordinario. San Mateo nos presenta, en su Evangelio (10, 26 - 33), una hermosa perícopa, digna de estudio y reflexión.
Jesús nos hace dos invitaciones: A no tener miedo... y a temer. La primera se repite por tres veces, como para que no nos quede duda alguna... la segunda, ¡Qué difícil de comprender!
1. No tener miedo: Ni a los hombres ni a los que matan sólo el cuerpo.
2. Temer: A quien tiene el poder de mandar el cuerpo y el alma al lugar de castigo eterno. ¿A quién se refiere? ¿Al enemigo? ¿A Dios? Efectivamente, y por más contradictorio que parezca, Jesús nos invita el día de hoy a que temamos a Dios... ¿De qué modo?
Para entender sanamente este Evangelio, habría que distinguir entre los miedos humanos (como quien teme a la oscuridad, a las alturas, a perder el trabajo, a enfermarse, a quedarse solo, etc.), temores que con un poco de esfuerzo y en ocasiones con algo de ayuda externa, pueden superarse o al menos aminorarse... y por otro lado, el temor a Dios, que consiste en tenerle un respeto sagrado, un reconocimiento efectivo de su santidad, de su superioridad, y de su verdadera condición como Padre y Creador. Amar su Ley, y cumplir sus mandatos, por absurdo que parezca, nos devuelve la vida, nos brinda la paz y nos hace verdaderamente libres. Sin embargo, quien no teme a Dios, se autodefine "superior" a Él, lo "reta", lo ofende y se salta arbitrariamente todas y cada una de sus normas y preceptos. Habrá quién se mofe de su existencia o incluso niegue sus atributos.
¡Qué penosa es la vida de estas personas, pues al no temer a Dios, está condenada a vivir con múltiples temores!
Por poner sólo un ejemplo, veamos: Pensemos en una persona que ha obtenido una fortuna a costa del sufrimiento de muchas otras. Siempre pensará en tener más y más; desconfiará de todos; no disfrutará de sus bienes; buscará cada vez más la seguridad terrena; perderá el sueño; se desgastará poco a poco y al fin morirá solo, deseando volver al pasado o vivir un poco más...
En cambio, el que respeta a Dios y cumple su Ley, tiene asegurada una existencia feliz, por supuesto, con las tribulaciones y dificultades de la vida cotidiana, pero manteniendo una actitud "de paso", y dejando huella para la posteridad...
Quien teme a Dios no tiene miedos. Por algo el libro de los Proverbios afirma que "el temor de Dios es el principio de la Sabiduría" (Prov 1, 7).
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