viernes, 30 de septiembre de 2016

MANUAL DEL SACRISTÁN (Tercera parte)


c) El sacristán desempeña un "ministerio litúrgico"

"Ministrar" significa "servir". Por eso decimos que el sacristán es un auténtico "ministro", un "servidor". Ejercita un ministerio de apostolado con los demás, ayudándolos a celebrar mejor su fe y a que se sientan "como en casa". El Catecismo de la Iglesia Católica (número 1143), señala que los laicos, en orden a ejercer las funciones del sacerdocio común que tienen desde su bautismo, desempeñan diferentes labores, en unión con los ministros consagrados...

El sacristán no es un clérigo ni alguien que recibió una concesión, un premio o un estímulo, o un individuo que encontró simplemente un trabajo, se trata de un laico comprometido que ha descubierto en sí mismo un don del Espíritu Santo para ofrecer un servicio real a su comunidad.

Esto supone tomar mayor conciencia de su misión, para brindar un mejor servicio.

El testimonio de la palabra y de vida es muy importante para todo cristiano, pero sobre todo para un encargado de sacristía. Él tiene la misión de preparar y disponer todo lo necesario para que Dios salve a su pueblo en la acción litúrgica y para que el pueblo le rinda honor en el sacrificio de alabanza que se merece.

El sacristán, por tal motivo, debería pertenecer al equipo de Liturgia; así se tendría mayor coordinación en las distintas funciones que a cada cual de los implicados le pertenecen.

En conclusión: El sacristán es una persona de capital importancia para que se lleve a cabo la obra de Dios, y de su manera de ser y de vivir depende que muchos se acerquen a Dios... o se alejen...

d) El sacristán no es un mero trabajador

El perfecto cumplimiento del deber dignifica al hombre, y lo santifica en una triple dirección:

1. Hacia Dios, porque hemos sido creados para alabanza de su gloria.
2. Hacia el prójimo, dando amor, comprensión, ayuda desinteresada, como hijos de Dios que somos.
3. Hacia sí mismo, por el "alimento de vida" que hay en nosotros y nos hace tender hacia Dios y a realizar su plan.

El sacristán trabaja de lleno en su empleo múltiple. Se ocupa en prever todo lo necesario para la celebración eucarística y en tener todo en orden en el Templo y en la Sacristía.

Sin embargo, se le encomiendan muchísimas otras cosas aún: mantener en orden y en buen estado los espacios y objetos; la conservación y el cuidado de las cosas, muebles, lugares, su limpieza y su justo trato; mantener dignos los libros, las vestiduras sagradas, la iluminación y el sonido; los toques de campana, la colecta, el cambio de las flores, los adornos del Templo, abrir y cerrar las puertas, controlar monaguillos... ¡Hasta sacar canes y bebedores!

Todo esto, y digámoslo con claridad, no lo hace sólo por una "paga"... aunque reciba algún estímulo significativo a cambio. Podrían realizarse mejor estas actividades si no se delegaran a una sola persona, sino que un equipo de voluntarios (o de asalariados), se encargaran de todas ellas.

(Continuará)

jueves, 29 de septiembre de 2016

MANUAL DEL SACRISTÁN (Segunda parte)


¿QUIÉN ES EL SACRISTÁN?

a) El sacristán es un cristiano con vocación

El encargado de la sacristía es un cristiano que, en virtud de su Bautismo, presta un servicio a su comunidad cristiana, encargándose del mantenimiento y del posible aumento de las cosas sagradas que se usan para el culto de Dios, y de la conservación material del Templo o Capilla que se le ha encomendado.

Él más que nadie, podría exclamar: "Una cosa he pedido al Señor; ésa buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida, para gustar de la dulzura del Señor y cuidar de su Templo santo" (Sal 27, 4).

Sabemos que toda vocación es una llamada... pues bien, toda llamada merece una respuesta.

Por ello el sacristán es, ante todo, un creyente que ejerce su propia fe cristiana como homenaje a Dios, y presta este servicio a la comunidad no porque haya sido casualidad del destino, sino porque Dios lo llamó y él respondió a las exigencias de su bautismo y de su confirmación. Por ello, con Jesús, podría exclamar: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34).

Porque cree que celebra algo importante actúa con dignidad y respeto, sabiendo que en sus actividades realiza un acto de culto personal a Dios que se nos comunica y que nos salva en Jesucristo. De sus labios, pues, podrían salir las palabras del salmista: "Amo, Señor, la belleza de tu casa, el lugar donde reside tu gloria" (Sal 26, 8).

b) El sacristán sigue el ejemplo de Cristo servidor

Así como Cristo "no vino a ser servido, sino a servir" (Mc 10, 45), el sacristán sigue su ejemplo... la Iglesia, a imagen de su Maestro es también servidora. El sacristán es un laico consciente y responsable, miembro de la comunidad, que trata de vivir el Evangelio y de hacer del Templo un centro activo para difundirlo... Al estar inserto también en la vida común de los demás fieles (especialmente si es casado), hace superar la aparente separación entre la fe y la vida, entre lo espiritual y lo temporal, entre el Evangelio y los demás problemas cotidianos.

Siendo lo sagrado algo perteneciente, reservado y exclusivo a Dios, debe tratarse digna y pulcramente, sabiendo que, como dice Jesucristo: "no somos sino siervos inútiles y no hemos hecho sino lo que debemos hacer" (Lc 17, 10), no se considera "dueño", sino mero administrador. Dicen que así como tratamos las cosas de alguien así le tratamos a él... pues así como tratamos las cosas de Dios así le tratamos a Él: si con respeto, amor, servicio, generosidad; o bien, con indiferencia, orgullo, desorden, descuido o irreverencia.

¡Es todo un honor servir a Dios! El sacristán hace efectivo este honor disponiendo convenientemente con orden y prontitud todo lo que se le encomienda.

No sólo celebra su fe, sino que también ayuda a los demás a celebrarla lo mejor posible, disponiendo todo. El orden mismo de las cosas y de los espacios llegará a ser, así, un "signo sacramental" de lo que celebra... y de la vida cristiana de su comunidad.

(Continuará)

miércoles, 28 de septiembre de 2016

MANUAL DEL SACRISTÁN (Primera parte)




PRESENTACIÓN

Apreciables Sacristanes:
Cualquier persona, sea creyente o no, cuando entra en un Templo y observa todos los muebles ordenados, limpios los pisos y manteles, en su sitio las imágenes, completas las repisas, acomodados los objetos litúrgicos, iluminación y sonido apropiados, y en general dispuesto todo para celebrar un culto adecuado, no dejaría de reconocer la dignidad de lo que allí se celebra.

En gran parte, todo esto es obra callada pero eficaz de cada uno de ustedes.

Es cierto que desarrollan una labor importantísima, y también es cierto que casi nadie la reconoce. Es verdad que de su desempeño depende en gran medida que las celebraciones litúrgicas sean a la altura de la fe que profesamos, y también es verdad que aunque la gran mayoría de los fieles sólo presencian celebraciones de tres cuartos de hora semanalmente, ustedes han trabajado muchas otras para que esa liturgia pueda realizarse como se debe.

Si es una labor “escondida” la que realizan, no por eso es menos importante. No porque su esfuerzo no sea del todo reconocido dejará de ser fructífero.

Queridos sacristanes, privilegiados de los misterios de la fe, este Manual no sólo quiere “servir de guía” para conocer más y mejor su servicio, tanto si se inician en él o tienen ya años realizándolo, sino también para ofrecer un reconocimiento a su labor.

Pocos se han aventurado a escribirles, y darles unas cuantas palabras de aliento y motivación. Pues bien, hoy queremos ofrecerles lo que desde hace mucho “les debíamos”: Nuestra Gratitud.

Que Dios siga fortaleciendo su entrega, y que María Santísima les alcance todas las gracias que necesitan para continuar su ministerio litúrgico.

Nota importante: Se tomó en cuenta un escrito de Juan Revilla, sacerdote de la Diócesis de San Juan de los Lagos, de otros textos del Magisterio de la Iglesia, y de las experiencias y conocimientos personales. Agradezco, así mismo, el patrocinio del Pbro. Enrique Arellano Arellano, y las puntuales anotaciones y correcciones del Sr. Cura Lic. Alejandro Branca Palencia.

domingo, 25 de septiembre de 2016

RICOS EPULONES... LÁZAROS COMUNES


No sólo es una "parábola"... el mensaje del Evangelio de este domingo 26 del Tiempo Ordinario retrata a la perfección la situación que vivimos hoy:

Ricos epulones... Lázaros comúnes... 

Los caminos de ambos nunca se cruzan. Son opuestos, aparecen contrarios... en esta vida y en la otra.

Por un lado, el rico viste de finas ropas... lázaro se cubre de llagas. Por otro, el rico banquetea... lázaro ansía comer sus migajas.

En el seno de Abraham, Lázaro tenía "consuelo"... El rico, sufría castigos en un lugar de tormentos...

Ciertamente, no fue la riqueza el motivo de la perdición del epulón... sino su falta de compromiso ante su prójimo necesitado...

También hoy hay mucha gente que disfruta, pero de forma egoísta, de cuanto poseé...

1. Riqueza de bienes.- Acumulando cosas, obteniendo fortunas...
2. Riqueza intelectual.- Ganando conocimientos, juntando experiencia...
3. Riqueza espiritual.- Aprendiendo principios, contando con valores y virtud...

De todo esto, sin duda, se espera que lo compartamos... pues de lo contrario, corremos el riesgo de mirar sólo de lejos a quienes en este mundo no miramos para remediar su necesidad (Mt 25, 1 - ss).

viernes, 23 de septiembre de 2016

LAS LETANÍAS LAURETANAS




¡Qué hermosa eres, amada mía!
¡Qué hermosa eres!…
Tu cuello, como la torre de David,
construida para exponer trofeos…
(Ver Cant 4, 1. 4)

Amor… a cuenta gotas

Las letanías son una serie de alabanzas y súplicas ordenadas, repetidas y concordantes entre sí, que las iglesias cristianas utilizan para rogar a Dios, a la Virgen María o a los Santos. Etimológicamente la palabra “letanía” proviene del vocablo griego “litanueo” que significa “súplica” o “rogativa”.

Un poco de historia

Los orígenes de las letanías se remontan a los primeros siglos de la cristiandad. Las letanías eran súplicas dialogadas entre los sacerdotes y los fieles, y se rezaban sobre todo durante las procesiones. Aunque al principio eran dirigidas sólo a Dios (en súplicas) se añadieron con el tiempo invocaciones a los santos y sobre todo a la Virgen María (en intercesiones) usadas a partir del siglo VII por la Iglesia.

En la liturgia oriental se usaron desde el siglo III. La composición de letanías marianas siguió la línea de las generales y de las de los santos. En éstas se invocaba a María de tres modos: Sancta María, Sancta Dei Genetrix y Sancta Virgo Virginum (Santa María, Santa Madre de Dios, Santa Virgen de las Vírgenes). A lo cual siguió una serie de reflexiones y elogios de los santos padres que constituyen el origen de las futuras letanías marianas.

Este “germen” halló ambiente en la popularidad del Oficio de la Virgen Santísima que se cantaba en algunos monasterios. Este “Oficio” no era fijo y tenía variaciones según la orden religiosa que lo cantaba; estas variaciones fueron suprimidas por el Papa Pío V cuando estableció el “Oficio Parvo de la Virgen” (“Pequeño oficio”) reformado. Lo cierto es que entre las variantes que existían habían ciertas letanías que se parecían a las futuras Lauretanas.

Las más antiguas letanías a María propiamente dichas se encuentran en un códice de Maguncia del Siglo XII titulado “Letania de Domina Nostra Dei genenetrice Virgine Maria” (Letanías de Nuestra Señora, Madre de Dios, la Virgen María), con alabanzas largas y en cada verso repitiendo el “Sancta Maria”.

En el siglo XV y XVI las letanías marianas empezaron a multiplicarse. Por el año 1500 fueron creadas una serie de letanías en el Santuario de Loreto. Hacia 1575 surgen unas nuevas letanías lauretanas conocidas como “modernas” con alabanzas puramente bíblicas, que se hicieron tan populares que las primeras versiones fueron pasadas a segundo plano.

El Papa Sixto V las aprobó en 1587 e incluso les dio indulgencias. Hacia el siglo XVII la situación se hizo exagerada, en Loreto se tenía una letanía para cada día de la semana y no era el único caso. En 1601, con el decreto “Quoniam multi” (Ya que son muchos”) del 6 de septiembre, el papa Clemente VIII prohibió todas las letanías que existían con excepción de las incluidas en el Misal y el Breviario, así como las del santuario de Loreto, aquellas letanías ya eran llamadas como lauretanas.
El Papa Paulo, en 1503, ordenó que se cantasen en la basílica romana de Santa María la Mayor en festividades de la Virgen María. Los monjes dominicos, en 1615, ordenaron que se recitasen en todos sus conventos después de sus oraciones de los sábados.

Con el tiempo, a estas letanías se les han ido añadiendo otros títulos, como:

“Auxilio de los cristianos”. Sugerida por Pío V, honrando su intercesión en la Batalla de Lepanto.
“Madre inmaculada”. Por Clemente XIII, a petición de Felipe IV, para los dominios hispánicos el 12 de septiembre de 1767. Fue también concedida por el papa Pío IX al obispo de Malinas, en 1846; tras la definición dogmática de 1854, Pío IX lo hizo extensivo a toda la Iglesia.
“Reina del Santísimo Rosario”, y “Madre del Buen Consejo”. Por León XIII.
“Reina de la paz”. Por Benedicto XV.
“Reina concebida sin pecado original”. Por Pío IX.
“Reina asunta al cielo”. Por Pío XII, en 1951.
“Madre de la Iglesia”. Por Paulo VI.
“Reina de la Familia”. Por San Juan Pablo II.

Consideradas en el Magisterio

En el libro “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones”, editado en el Vaticano en el año 2002 se define a las letanías así:

Entre las formas de oración a la Virgen, recomendadas por el Magisterio, están las letanías. Consisten en una prolongada serie de invocaciones dirigidas a la Virgen, que, al sucederse una a otra de manera uniforme, crean un flujo de oración caracterizado por una insistente alabanza-súplica.

En los libros litúrgicos del Rito Romano hay dos formularios de letanías: Las letanías lauretanas, por las que los Romanos Pontífices han mostrado siempre su estima; y las letanías para el rito de coronación de una imagen de la Virgen María, que en algunas ocasiones pueden constituir una alternativa válida al formulario lauretano. Las que analizaremos en el siguiente tema.

Evite el exceso

No sería útil, desde el punto de vista pastoral, una proliferación de formularios de letanías; por otra parte, una limitación excesiva no tendría suficientemente en cuenta las riquezas de algunas Iglesias locales o familias religiosas. Por ello, la Congregación para el Culto Divino ha exhortado a “tomar en consideración otros formularios antiguos o nuevos en uso en las Iglesias locales o Institutos religiosos, que resulten notables por su solidez estructural y la belleza de sus invocaciones”.

No sólo para el Rosario

León XIII recomendó concluir durante el mes de octubre (mes del Rosario) la recitación del Rosario con el canto de las letanías lauretanas, con ello se pensó que las letanías eran parte del rezo del Rosario, cuando en realidad son un acto de culto por sí mismas pudiendo ser usadas para rendir un homenaje a la Virgen sea en una procesión (como en su uso primitivo) o como parte de la Santa Misa...

miércoles, 21 de septiembre de 2016

ME DUELE QUE TE DUELA (Endecha)




Cuando la Impotencia, maldita e impaciente, toca a la puerta de esta casa, te lo juro, vida mía, no quisiera ni escucharla ni mirarla ni abrirle... insiste, repite, vuelve a llamar, y muy a mi pesar "debo" recibirla... ¿Quién me manda ser tan hospitalario?

Llega, y comienza su "festín"... muy a sus "anchas" se mofa de mí, abunda en sus "delicadezas vulgares" y visceral arremete sobre sesos y corazón... y yo, con la cerviz agachada, con el ánimo por los suelos y la sangre en mis venas a punto de ebullición, voy tolerando servil cada una de sus espinas, de todas las que desea clavar en mi pecho, como dardos envenenados, como flechas puntiagudas y mortales...

Ah, me duele que te duela... y no me alcanzará la razón para comprenderlo...

Por más que quise conservarla, mi burbuja de cristal se rompió, presa de los impactos del hado y de la moral... la jaula de mi patio, embellecida con aureos barrotes, dejó escapar a la avecilla que con sus alegres cantos, día a día iba despertándome de mis múltiples sosobras y de mis tristes naufragios... vivo, pero sin vivir... y débil me encuentra la luna, y aletargado me saluda el Sol, y me reclaman ambos por no volver, en "aparente apariencia", ni a comer ni a sonreír...   

Vuelve, mimada, y levántame de este barro... álzame de la basura y límpiame de este estiércol... purifica mis arterias y embellece mis pensamientos... recorre mis nervios y resucita mi ilusión...

Alma de mi alma, color de mis colores... corazón de mi corazón... mírame... ¡Aquí estoy!