“Alégrense siempre en el Señor.
Se lo repito: Alégrense”
(Fil 4, 4).
La “fiesta” es un rito social, compartido entre un grupo
de personas, donde se marca un cierto acontecimiento a modo de celebración.
Cada fiesta tiene sus propios ritos, y la cantidad de personas involucradas en
ella pueden variar. Hay celebraciones que agrupan sólo a dos personas (como una
pareja de enamorados celebrando su aniversario), y existen otras que involucran
a la nación entera (como el aniversario de Independencia de un País).
El concepto general de “fiesta” está asociado con la
diversión y el regocijo.
- En nuestra familia, ¿Qué es lo que solemos celebrar?
- ¿Cómo preparamos y cómo celebramos estas ocasiones
especiales?
- ¿Qué esperamos de nuestros invitados cuando organizamos
una fiesta?
- Los cristianos, ¿Cómo deberíamos celebrar nuestras
fiestas?
En lenguaje cristiano el término “celebración” se usa en
contexto litúrgico y, como hemos señalado anteriormente, en estrecha relación
con la noción de “fiesta”, para indicar el cumplimiento ritual del sacrificio Eucarístico.
Esto quiere decir, la celebración solemne de uno de los misterios de la
salvación mediante la Eucaristía, que es nuestro rito por excelencia.
Celebrar es, siempre, realizar una acción “pública”,
ligada a una comunidad y preparada y elaborada con cierta solemnidad.
Celebramos a Cristo
El objeto de fiesta de nuestra Iglesia católica ha sido
desde el principio el acontecimiento Cristo: Su vida y su obra. Así, de la
celebración de su memoria nacen y se desarrollan todas las demás fiestas
cristianas. Por eso, todos los actos particulares de culto de los cristianos
son solo “modos de celebrar la vida” en Cristo. Celebramos su paso hacia
nosotros, pero también nuestro paso hacia Él.
Desde que somos incorporados a la Iglesia, mediante los
sacramentos de iniciación (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), nuestra
historia es asumida en Cristo y se ve fortalecida en Iglesia según las etapas
ligadas a nuestro crecimiento personal.
Más tarde, por la celebración sacramental del perdón de
Dios (Reconciliación), se acoge al ser humano en sus momentos de pecado y
conversión, así como en sus momentos de sufrimiento, enfermedad y vejez (Unción de enfermos).
Otros ritos constituyen y marcan posteriores pasos a
situaciones nuevas en el ámbito de la comunidad cristiana, como la encomienda de
un ministerio (Orden Sacerdotal), el comienzo de una familia (Matrimonio), la
soltería vocacionada o la consagración religiosa...
Pero la celebración, aunque marca profundamente la vida
de cada persona, es esencialmente eclesial y comunitaria. Celebrar es, pues,
realizar una acción en común.
El Concilio Vaticano II nos recuerda que, cada vez que
los ritos suponen una celebración comunitaria, caracterizada por la presencia y
participación piadosa, consciente y activa de los fieles, ésta debe preferirse
a la celebración individual y casi privada. Esto es aplicable sobre todo para
la Santa Misa y los demás Sacramentos (SC
27). Por lo demás, ninguna acción litúrgica es una “acción puramente privada”
sino “celebración de la Iglesia”, en cuanto que es una sociedad constituida por
diversos órdenes y funciones, en la que los individuos actúan según sus diversos
grados y tareas.
¡Fiesta!
El Papa Francisco nos recuerda que “es importante hacer
fiesta”. En ella se viven muchos y variados momentos de familiaridad en el
engranaje de la máquina productiva. Hacer fiesta, ¡Nos hace bien! (Audiencia
general del 12 de agosto de 2015).
Continúa el Papa diciéndonos que “el tiempo de fiesta es
sagrado, porque Dios mismo habita en ella de un modo especial”. La Eucaristía de
cada domingo lleva a la fiesta toda la gracia de Jesucristo: su presencia, su
amor, su sacrificio, su hacerse comunidad, su estar con nosotros…
Por tal motivo, la reunión de los fieles, como asamblea
litúrgica, los convierte en sujetos o destinatarios de la fiesta, pero también en
protagonistas activos de su desarrollo: Todos tienen en ella una función
particular que realizar.
Y aunque la fiesta cristiana tiene su objeto primero y
esencial en la Eucaristía, también se expresa en otras formas extra litúrgicas,
por ello también nos alegramos y celebramos los festejos civiles o familiares.
¡Toda celebración cristiana puede y debe ser alegre!
Precisemos: No toda fiesta es, necesariamente, una celebración
litúrgica. A menudo se superan en la fiesta los límites del culto, pero
conservan sus características particulares en lo que se refiere a su verdadero
y profundo significado. Es un valioso regalo de Dios: ¡No la arruinemos!
¡ La alegría del Señor es nuestra fortaleza !
(Ver Neh 8, 10)
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