jueves, 29 de septiembre de 2016

MANUAL DEL SACRISTÁN (Segunda parte)


¿QUIÉN ES EL SACRISTÁN?

a) El sacristán es un cristiano con vocación

El encargado de la sacristía es un cristiano que, en virtud de su Bautismo, presta un servicio a su comunidad cristiana, encargándose del mantenimiento y del posible aumento de las cosas sagradas que se usan para el culto de Dios, y de la conservación material del Templo o Capilla que se le ha encomendado.

Él más que nadie, podría exclamar: "Una cosa he pedido al Señor; ésa buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida, para gustar de la dulzura del Señor y cuidar de su Templo santo" (Sal 27, 4).

Sabemos que toda vocación es una llamada... pues bien, toda llamada merece una respuesta.

Por ello el sacristán es, ante todo, un creyente que ejerce su propia fe cristiana como homenaje a Dios, y presta este servicio a la comunidad no porque haya sido casualidad del destino, sino porque Dios lo llamó y él respondió a las exigencias de su bautismo y de su confirmación. Por ello, con Jesús, podría exclamar: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34).

Porque cree que celebra algo importante actúa con dignidad y respeto, sabiendo que en sus actividades realiza un acto de culto personal a Dios que se nos comunica y que nos salva en Jesucristo. De sus labios, pues, podrían salir las palabras del salmista: "Amo, Señor, la belleza de tu casa, el lugar donde reside tu gloria" (Sal 26, 8).

b) El sacristán sigue el ejemplo de Cristo servidor

Así como Cristo "no vino a ser servido, sino a servir" (Mc 10, 45), el sacristán sigue su ejemplo... la Iglesia, a imagen de su Maestro es también servidora. El sacristán es un laico consciente y responsable, miembro de la comunidad, que trata de vivir el Evangelio y de hacer del Templo un centro activo para difundirlo... Al estar inserto también en la vida común de los demás fieles (especialmente si es casado), hace superar la aparente separación entre la fe y la vida, entre lo espiritual y lo temporal, entre el Evangelio y los demás problemas cotidianos.

Siendo lo sagrado algo perteneciente, reservado y exclusivo a Dios, debe tratarse digna y pulcramente, sabiendo que, como dice Jesucristo: "no somos sino siervos inútiles y no hemos hecho sino lo que debemos hacer" (Lc 17, 10), no se considera "dueño", sino mero administrador. Dicen que así como tratamos las cosas de alguien así le tratamos a él... pues así como tratamos las cosas de Dios así le tratamos a Él: si con respeto, amor, servicio, generosidad; o bien, con indiferencia, orgullo, desorden, descuido o irreverencia.

¡Es todo un honor servir a Dios! El sacristán hace efectivo este honor disponiendo convenientemente con orden y prontitud todo lo que se le encomienda.

No sólo celebra su fe, sino que también ayuda a los demás a celebrarla lo mejor posible, disponiendo todo. El orden mismo de las cosas y de los espacios llegará a ser, así, un "signo sacramental" de lo que celebra... y de la vida cristiana de su comunidad.

(Continuará)

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