martes, 6 de septiembre de 2016

EL MINISTERIO DEL OBISPO




“Que todo hombre nos considere de esta manera:
Como servidores de Cristo
y administradores de los misterios de Dios”
(1 Co 4, 1-2).

Antiguamente, era muy común utilizar el dicho: “Cada venida de Obispo…”

¿Alguno de ustedes sabe su significado?

Efectivamente, este dicho se usaba para indicar que algo podría tardarse mucho tiempo, o demorarse indefinidamente…

Las distancias eran tan grandes y los pastores tan escasos, que realmente era bastante el tiempo que podía pasar para que un Obispo visitara todas las comunidades que estaban bajo su custodia… la gente solía juntar a todas las personas, con edad o no, con conocimientos o aún sin la más mínima formación, para recibir el Sacramento de la Confirmación… ya que el Obispo era el único que podía administrarlo.

En nuestros días, los problemas de transporte y comunicaciones son menos frecuentes. Ahora, los Pastores de nuestra Iglesia pueden moverse o atender más rápida y efectivamente a la grey que se les ha encomendado. Algunos Obispos, incluso, utilizan las redes sociales para interactuar y comunicarse con sus fieles.

Con la presencia de su Pastor, la Iglesia no solo se siente acompañada y segura: acoge sus palabras, recibe los sacramentos y reconoce y se somete a su autoridad.

Este es el triple servicio que, en nombre de Cristo, el Obispo desempeña en la Iglesia: Enseñar, Santificar y Gobernar. De ello hablaremos en el siguiente post.

Autoridad

En toda sociedad, llámese Familia, Escuela, Estado, País, etc., se ve necesaria y conveniente una autoridad que una las fuerzas individuales y las conduzca hacia el bien común.

La Iglesia también es una sociedad, y como tal, tiene prevista una autoridad, jerárquicamente organizada. La autoridad de la Iglesia reposa sobre sus Pastores.

Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo para enseñarnos el camino de la salvación; para santificarnos, redimiéndonos, perdonando nuestros pecados; y para gobernarnos, presentándose a sí mismo como modelo de servicio.

Esta triple autoridad de Jesús como doctor, pontífice y rey, quiso confiársela a sus Apóstoles, y en ellos a todos los que a lo largo de más de dos milenios han sido los continuadores de su obra, por medio de una justa y correcta sucesión.

Actualmente, quienes ostentan este triple ministerio pastoral son los Obispos. Ellos, como bautizados que son, escogidos por Dios y elegidos por la Iglesia, deben corresponder de una forma más comprometida y asertivamente a su misión cristiana de Profetas, Sacerdotes y Reyes.

Leemos en el Evangelio: “Todo poder me ha sido dado en el Cielo y en la Tierra. Vayan, pues…” (Mt 28, 18-19). “Como mi Padre me ha enviado, así los envío yo” (Jn 20, 21). “Lo que ates en la tierra, quedará atado en el Cielo. Lo que desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo” (Mt 16, 19). Y “El que a ustedes los oye, a mí me escucha; el que a ustedes desprecia, a mí me desecha” (Lc 10, 16). He aquí algunas de las citas que nos ayudan a comprender cómo este triple poder de Cristo y confiado a sus Apóstoles está más que justificado por la Palabra de Dios…

a) El poder de enseñar

En su ser “profeta”, el Obispo, a imagen de Cristo y como legítima autoridad de la Iglesia que es, tiene a su cargo y quedan bajo su responsabilidad las siguientes cláusulas:

1. Proclamar, conservar y defender las verdades de fe, así como nuestros principios morales.
2. Fijar el justo sentido de las Sagradas Escrituras, su recta interpretación.
3. Emitir dictámenes sobre la divinidad de las tradiciones.
4. Dar su fallo ante las cuestiones doctrinales referentes al dogma, la moral y los principios de culto.
5. Juzgar las doctrinas y los libros que tratan sobre estas cuestiones, para aprobarlos o no, si están conformes a la divina revelación.

b) El poder de santificar

Jesucristo envió a sus Apóstoles no sólo a predicar, también les ordenó que “hicieran discípulos, y los bautizaran” (Ver Mt 28, 19). En la última cena, les dijo que “hicieran aquello en memoria suya” (Ver Lc 22, 19; 1 Co 11, 24-25). Así, pues, el Señor les otorgó el poder de propagar el Evangelio y también el de sostener a los fieles por medio de la Gracia que santifica.

Este poder sacerdotal es muy necesario para la Iglesia. Al hombre no le basta estar instruido en la verdad, necesita fuerza para hacerla vida, para practicarla. Y como este valor no puede hallarlo por sus propias fuerzas, debe buscarlo en Dios, quien nos otorga su vida sobrenatural, es decir, el auxilio de su Gracia, a través de los sacramentos.

En su ser “sacerdote”, el Obispo, a imagen de Cristo y como legítima autoridad de la Iglesia que es, tiene a su cargo y quedan bajo su responsabilidad las siguientes cláusulas:

1. Aunque no puede ni aumentar el número ni mudar la naturaleza de los sacramentos, debe reglamentar acerca de lo que se refiere a su administración (Proponer los subsidios para la formación cristiana de los catequizandos, determinar la edad mínima para recibirlos, etc.).
2. Reglamentar en su Diócesis las normas de las ceremonias del culto, del Santo Sacrificio Eucarístico, y de la Oración pública (como lo que sucedió hace algunos años, cuando el Sr. Card. D. Juan Sandoval Iñiguez pidió que aumentáramos al rezo del Ave María, después de “Madre de Dios…” las palabras “y Madre nuestra”).
3. El Obispo es el Ministro Ordinario para los sacramentos de la Confirmación y del Orden Sacerdotal (Aunque pueda delegar la responsabilidad de Confirmar a sus Vicarios Episcopales o Párrocos, esto no sucede jamás con la Ordenación).
4. Existen algunos pecados reservados al Obispo (y otros aún al mismo Papa, que es también el Obispo de Roma). En algunas ocasiones se puede delegar este poder a los Vicarios Episcopales o a los Canónigos penitenciarios.

c) El poder de Gobernar

Hemos dicho que la Iglesia es una sociedad espiritual y religiosa, por lo tanto, tiene también el derecho y el poder de dictar y de hacer cumplir ciertas leyes. Si esto no fuera así, cada fiel podría creer y portarse según sus caprichos personales, o formarse un culto particular.

En su ser “rey”, el Obispo, a imagen de Cristo y como legítima autoridad de la Iglesia que es, tiene a su cargo y quedan bajo su responsabilidad las siguientes cláusulas:

1. Dictar leyes, sobre todo lo que se relacione con la fe y las costumbres.
2. Obligar las conciencias para que se observen estas leyes.
3. Dispensar estas leyes cuando las circunstancias lo requieran.
4. Infligir penas a los fieles (sacerdotes o laicos), que se nieguen a obedecerlas.
5. Aun con dolor, expulsar de la Iglesia a quienes no tengan voluntad de someterse.

No está por demás agregar que este poder es “ministerial”, es decir, se debe efectuar como un servicio. Ya nos lo había recordado Jesús: “Ya saben que los gobernantes de las naciones los tiranizan y los que son grandes ejercen su poder sobre ellas. Que no sea así entre ustedes: Que el que quiera ser grande, se haga el servidor de todos, y que el que quiera ser el primero aprenda a ser el último entre ustedes, como el Hijo del Hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida como rescate de muchos” (Mt 20, 25-28).

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