“Que todo hombre nos considere de esta manera:
Como servidores de Cristo
y administradores de los misterios de Dios”
(1 Co 4, 1-2).
Antiguamente, era muy común utilizar el dicho: “Cada
venida de Obispo…”
¿Alguno de ustedes sabe su significado?
Efectivamente, este dicho se usaba para indicar que algo
podría tardarse mucho tiempo, o demorarse indefinidamente…
Las distancias eran tan grandes y los pastores tan
escasos, que realmente era bastante el tiempo que podía pasar para que un
Obispo visitara todas las comunidades que estaban bajo su custodia… la gente
solía juntar a todas las personas, con edad o no, con conocimientos o aún sin
la más mínima formación, para recibir el Sacramento de la Confirmación… ya que
el Obispo era el único que podía administrarlo.
En nuestros días, los problemas de transporte y
comunicaciones son menos frecuentes. Ahora, los Pastores de nuestra Iglesia
pueden moverse o atender más rápida y efectivamente a la grey que se les ha
encomendado. Algunos Obispos, incluso, utilizan las redes sociales para interactuar
y comunicarse con sus fieles.
Con la presencia de su Pastor, la Iglesia no solo se
siente acompañada y segura: acoge sus palabras, recibe los sacramentos y
reconoce y se somete a su autoridad.
Este es el triple servicio que, en nombre de Cristo, el
Obispo desempeña en la Iglesia: Enseñar, Santificar y Gobernar. De ello
hablaremos en el siguiente post.
Autoridad
En toda sociedad, llámese Familia, Escuela, Estado, País,
etc., se ve necesaria y conveniente una autoridad que una las fuerzas
individuales y las conduzca hacia el bien común.
La Iglesia también es una sociedad, y como tal, tiene
prevista una autoridad, jerárquicamente organizada. La autoridad de la Iglesia
reposa sobre sus Pastores.
Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo para enseñarnos el
camino de la salvación; para santificarnos, redimiéndonos, perdonando nuestros
pecados; y para gobernarnos, presentándose a sí mismo como modelo de servicio.
Esta triple autoridad de Jesús como doctor, pontífice y
rey, quiso confiársela a sus Apóstoles, y en ellos a todos los que a lo largo
de más de dos milenios han sido los continuadores de su obra, por medio de una justa
y correcta sucesión.
Actualmente, quienes ostentan este triple ministerio
pastoral son los Obispos. Ellos, como bautizados que son, escogidos por Dios y
elegidos por la Iglesia, deben corresponder de una forma más comprometida y
asertivamente a su misión cristiana de Profetas, Sacerdotes y Reyes.
Leemos en el Evangelio: “Todo poder me ha sido dado en el
Cielo y en la Tierra. Vayan, pues…” (Mt 28, 18-19). “Como mi Padre me ha
enviado, así los envío yo” (Jn 20, 21). “Lo que ates en la tierra, quedará
atado en el Cielo. Lo que desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo” (Mt
16, 19). Y “El que a ustedes los oye, a mí me escucha; el que a ustedes desprecia,
a mí me desecha” (Lc 10, 16). He aquí algunas de las citas que nos ayudan a
comprender cómo este triple poder de Cristo y confiado a sus Apóstoles está más
que justificado por la Palabra de Dios…
a) El poder de
enseñar
En su ser “profeta”, el Obispo, a imagen de Cristo y como
legítima autoridad de la Iglesia que es, tiene a su cargo y quedan bajo su
responsabilidad las siguientes cláusulas:
1. Proclamar, conservar y defender las verdades de fe,
así como nuestros principios morales.
2. Fijar el justo sentido de las Sagradas Escrituras, su
recta interpretación.
3. Emitir dictámenes sobre la divinidad de las
tradiciones.
4. Dar su fallo ante las cuestiones doctrinales
referentes al dogma, la moral y los principios de culto.
5. Juzgar las doctrinas y los libros que tratan sobre
estas cuestiones, para aprobarlos o no, si están conformes a la divina
revelación.
b) El poder de
santificar
Jesucristo envió a sus Apóstoles no sólo a predicar,
también les ordenó que “hicieran discípulos, y los bautizaran” (Ver Mt 28, 19).
En la última cena, les dijo que “hicieran aquello en memoria suya” (Ver Lc 22,
19; 1 Co 11, 24-25). Así, pues, el Señor les otorgó el poder de propagar el
Evangelio y también el de sostener a los fieles por medio de la Gracia que
santifica.
Este poder sacerdotal es muy necesario para la Iglesia.
Al hombre no le basta estar instruido en la verdad, necesita fuerza para
hacerla vida, para practicarla. Y como este valor no puede hallarlo por sus
propias fuerzas, debe buscarlo en Dios, quien nos otorga su vida sobrenatural,
es decir, el auxilio de su Gracia, a través de los sacramentos.
En su ser “sacerdote”, el Obispo, a imagen de Cristo y
como legítima autoridad de la Iglesia que es, tiene a su cargo y quedan bajo su
responsabilidad las siguientes cláusulas:
1. Aunque no puede ni aumentar el número ni mudar la
naturaleza de los sacramentos, debe reglamentar acerca de lo que se refiere a
su administración (Proponer los subsidios para la formación cristiana de los catequizandos,
determinar la edad mínima para recibirlos, etc.).
2. Reglamentar en su Diócesis las normas de las
ceremonias del culto, del Santo Sacrificio Eucarístico, y de la Oración pública
(como lo que sucedió hace algunos años, cuando el Sr. Card. D. Juan Sandoval
Iñiguez pidió que aumentáramos al rezo del Ave María, después de “Madre de
Dios…” las palabras “y Madre nuestra”).
3. El Obispo es el Ministro Ordinario para los
sacramentos de la Confirmación y del Orden Sacerdotal (Aunque pueda delegar la
responsabilidad de Confirmar a sus Vicarios Episcopales o Párrocos, esto no
sucede jamás con la Ordenación).
4. Existen algunos pecados reservados al Obispo (y otros
aún al mismo Papa, que es también el Obispo de Roma). En algunas ocasiones se
puede delegar este poder a los Vicarios Episcopales o a los Canónigos
penitenciarios.
c) El poder de
Gobernar
Hemos dicho que la Iglesia es una sociedad espiritual y religiosa,
por lo tanto, tiene también el derecho y el poder de dictar y de hacer cumplir
ciertas leyes. Si esto no fuera así, cada fiel podría creer y portarse según
sus caprichos personales, o formarse un culto particular.
En su ser “rey”, el Obispo, a imagen de Cristo y como
legítima autoridad de la Iglesia que es, tiene a su cargo y quedan bajo su
responsabilidad las siguientes cláusulas:
1. Dictar leyes, sobre todo lo que se relacione con la fe
y las costumbres.
2. Obligar las conciencias para que se observen estas
leyes.
3. Dispensar estas leyes cuando las circunstancias lo
requieran.
4. Infligir penas a los fieles (sacerdotes o laicos), que
se nieguen a obedecerlas.
5. Aun con dolor, expulsar de la Iglesia a quienes no
tengan voluntad de someterse.
No está por demás agregar que este poder es
“ministerial”, es decir, se debe efectuar como un servicio. Ya nos lo había
recordado Jesús: “Ya saben que los gobernantes de las naciones los tiranizan y
los que son grandes ejercen su poder sobre ellas. Que no sea así entre ustedes:
Que el que quiera ser grande, se haga el servidor de todos, y que el que quiera
ser el primero aprenda a ser el último entre ustedes, como el Hijo del Hombre,
que no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida como rescate de
muchos” (Mt 20, 25-28).
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