“Ustedes también, como piedras vivas,
edificados como casa espiritual y sacerdocio santo,
ofrezcan sacrificios espirituales,
aceptables a Dios, por
medio de Jesucristo”
(1 Pe 2, 5).
Cuando fuimos a la escuela, nos enseñaron que el cuerpo
humano está compuesto por sistemas que se encuentran íntimamente coordinados.
¿Recuerdan alguno de ellos?
Efectivamente, en el cuerpo humano existen muchos y
variados miembros, tenemos muchos órganos que conforman sistemas interactivos, interrelacionados,
e interdependientes, que solo unidos mantienen sano y vivo al increíble y
complejo cuerpo humano.
San Pablo utiliza esta imagen para describir a la
Iglesia: Aunque existen muchos y variados miembros, solo unidos logran
armonizar los diversos funcionamientos del cuerpo místico de Cristo, que es la
Iglesia. A este misterio se le llama “comunión”, y el Obispo, cabeza y pastor
de la comunidad eclesial, es signo de esto.
Común - Unión
Así como en el cuerpo humano existen muchos y diversos
miembros, pero solo unidos logran darle buen funcionamiento, en la Iglesia
todos los bautizados son necesarios y deben ser miembros activos. Aun con
diversos carismas, ministerios y ejerciendo diversas funciones, todos cooperan
para edificar el cuerpo místico de Cristo y hacerlo presente en el mundo.
Esta “común unión” en la Iglesia (comunión con Dios, y
comunión con los hombres), puede entenderse así:
a) Comunión con
Dios
Podría resumirse en esta frase: Comunión con Dios Padre,
por Jesucristo, en el Espíritu Santo.
- La comunión con el Padre es respuesta a la llamada que
nos hace a ser santos y vivir su misma vida (ver Rom 1, 7).
- La comunión por el Hijo, para ser miembros de su Cuerpo,
cuya expresión máxima es la Eucaristía, misterio Pascual de Jesucristo.
- La comunión en el Espíritu Santo, pues Él guía a la
comunidad de los santos y convocados por el Padre, confirmados en el Hijo,
hacia la plena unidad y comunión (ver Gal 5, 16-18; 1 Do 12, 4-11; 2 Co 13,
13).
Dice el Decreto sobre el Ecumenismo, Unitatis
Redintegratio: “El Espíritu Santo, que vive en los creyentes y en la Iglesia,
realiza aquella maravillosa comunión de los fieles y une tan íntimamente a
todos en Cristo, que es el principio de unidad en la Iglesia” (UR 2).
El Espíritu Santo es, pues, para la Iglesia y para todos
y cada uno de los creyentes, principio de asociación y de unidad en la doctrina
de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en la oración (ver LG
13); es quien unifica, sin uniformidades, y regala diversos dones jerárquicos y
carismáticos (ver AG 4; LG 4).
b) Comunión con
los hombres
El misterio de la comunión no es sólo con Dios Trino,
sino también con los hermanos. Porque la comunión se hace “fraternidad” desde
la participación en la vida de Dios, sabiendo que esa fraternidad es al mismo
tiempo un don y una tarea.
Esta comunión puede entenderse así:
- Comunión de los fieles.- Por la que todos, como miembros
del Pueblo santo de Dios, participamos de la vida de la Iglesia y somos
corresponsables en su única misión.
- Comunión de la Iglesia.- En cuanto la única Iglesia (una,
santa, católica y apostólica), vive y se manifiesta en cada una de las Iglesias
particulares.
- Comunión jerárquica.- Manifestando su apostolicidad. Es
decir, reconociendo la dirección y potestad de sus Pastores, sobretodo del
Vicario de Cristo (el Papa) y de sus Cooperadores en todo el mundo (los
Obispos).
- Comunión de los santos.- Es la unidad que conservan los
tres estadios de la Iglesia: Trinfante, Purgante y Militante. Esta comunión se
encuentra implícita en las otras dimensiones.
Enumeremos algunas de sus características:
Comunitariedad, Pluriformidad en la unidad, Libertad de los hijos de Dios,
Reciprocidad, Participación y Corresponsabilidad mutua. Todas ellas rasgos o
notas que hacen posible la vida cristiana y articulan y se expresan en dicha
experiencia.
El Obispo, signo
de Comunión
La unidad de la Iglesia está también fundamentada en la
unidad del Episcopado (ver LG 18).
Y así como la Iglesia de Roma es “cabeza” de las demás
Iglesias, ya que, como decía San Ignacio de Antioquía, “preside la comunión
universal de la caridad”, la unidad del Episcopado reclama la existencia de un
Obispo “cabeza” del “cuerpo” o “colegio” de los Obispos: El Papa (LG 22).
De esta unidad del Episcopado, como de la unidad de la
Iglesia entera, “el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es principio y
fundamento perpetuo y visible” (LG 23), y esta unidad se perpetúa mediante la sucesión apostólica.
Ahora comprendemos cómo el Obispo es principio y
fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular que se le ha confiado,
pero para que ésta sea plenamente Iglesia, es decir, presencia particular de la
Iglesia universal con todos sus elementos esenciales, y por lo tanto
constituida a imagen de la
Iglesia universal, debe hallarse presente en ella, como elemento propio, la
suprema autoridad de la Iglesia: el Colegio episcopal “junto con su Cabeza el
Romano Pontífice, y jamás sin ella” (LG 19). Esto quiere decir que el
ministerio del Obispo de Roma, como Sucesor de San Pedro, e interior a cada
Iglesia particular por medio de sus Colaboradores, es expresión necesaria de
aquella fundamental y mutua interioridad entre
Iglesia universal e Iglesia particular (CM 13).
Concluyamos con palabras del Papa Francisco: “No todos
somos iguales, ni todos debemos serlo… la única Iglesia está presente incluso
en las partes más pequeñas de la misma. También en las parroquias está presente
la Iglesia Católica, porque también esa parte de la Iglesia universal tiene la
plenitud de los dones de Cristo, la fe, los sacramentos, el ministerio; está en
comunión con el Obispo, con el Papa y está abierta a todos, sin hacer
distinciones” (Audiencia del 9 de octubre de 2013).
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