jueves, 8 de septiembre de 2016

TESTIGO DE LA IGLESIA MISIÓN




“Jesús se acercó y les habló diciendo:
Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra.
Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado,
y sepan que estaré con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo.”
(Mt 28, 18-20).

El 24 de noviembre de 2013, el Papa Francisco presentó a toda la Iglesia el fruto de la XIII Asamblea General Ordinaria sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”: La Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, que significa “La alegría del Evangelio”.

Él mismo dice que se trata del programa de su actividad pontificia. El Papa Francisco desafía a los católicos y les pide que propongan el Evangelio con la bondad de Jesús. Pide también una conversión sin miedo, y que prediquemos no sólo con las palabras, sino con el ejemplo.

El día de hoy profundizaremos en cómo el Obispo debe ser testigo de la Misión de la Iglesia.

Comunicar el Evangelio

El Papa Paulo VI, en su Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, sobre la Evangelización en el mundo actual, señala que “La Iglesia vive para evangelizar” (EN 14).

De aquí, se desprende que “comunicar el Evangelio” no sólo es la tarea principal de la Iglesia, sino la única y la que resume su esencia, vocación y misión en este mundo. Sin embargo, como bien nos dice el Sr. José H. Prado Flores, fundador de la Escuela de Evangelización San Andrés, “la evangelización integral no se reduce a la comunicación de un mensaje, sino a la instauración del Reino de los cielos en este mundo, lo cual incluye necesariamente hacer presente a Cristo Jesús en todos los ámbitos de la vida humana”.

Misión Comunional

En el tema anterior decíamos que la Iglesia es Comunión, pues también es Misión. La Misión es una proyección de la Comunión, se ejercita desde, en y para la Comunión.

Podríamos decir que la Misión de la Iglesia es “Comunional”. Se trata de una Misión que tiene su origen en el proyecto trinitario de la historia de la salvación, desde la creación, la elección del pueblo, la misión de Jesús y la conciencia misionera de la Iglesia apostólica.

La Misión de la Iglesia, pues, encierra un significado trinitario: Nace de la caridad del Padre, actualiza en cada momento de la historia la misión de Jesús, y se hace posible por el Espíritu Santo.

a) Nace de la caridad del Padre (RM 5)

Dice la carta a los Hebreos que “muchas veces, y de muchas maneras, habló Dios a nuestros antepasados por boca de los profetas. En estos tiempos, que son los últimos, nos ha hablado por medio de su Hijo” (Heb 1, 1).

Jesucristo es, pues, la Palabra definitiva de la revelación, por medio de la cual Dios se ha dado a conocer del modo más completo, diciéndonos quién es. Esta “auto revelación” definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios, en su gran amor, nos ha dado a conocer sobre sí mismo.

b) Actualiza en cada momento de la historia la Misión de Jesús (LG 13, AG 5, RM 20. 24)

La Iglesia tiene el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo, tanto en virtud del mandato expreso que de los Apóstoles heredó el orden de los Obispos con la cooperación de los Presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia, como en virtud de la vida que Cristo infundió en sus miembros.

La misión de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo.

c) Se hace posible por el Espíritu Santo (RM 21-30)

El Espíritu Santo es, en verdad, el protagonista de toda la Misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la Misión ad gentes, como se ve en la Iglesia primitiva por la conversión de Cornelio (Ver Hch 10), por las decisiones sobre los problemas que surgían (Hch 15), o por la elección de los territorios y de los pueblos (Hch 16, 6ss). El Espíritu actúa por medio de los Apóstoles (y hoy, por medio de sus sucesores), pero al mismo tiempo actúa también en los oyentes: “Mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu Santo que da la vida” (DoV 42).

Don y Tarea

La Misión es, además de don, una tarea histórica, contextuada, como servicio de la caridad y diálogo interreligioso e intercultural.

Las mediaciones de la Misión son el anuncio (que incluye la evangelización, la glorificación de Dios y la confesión de fe), unido al compromiso transformador y al testimonio de vida.

Los destinatarios de esta Misión son todos los hombres y todo hombre.

El fin último, la glorificación y el culto a Dios, haciendo que Él sea todo en todos.

En pocas palabras, se trata de hacer presente el Reino de Dios, el señorío de Cristo. 

El Obispo, Testigo de la Misión

Hemos visto cómo Cristo hizo partícipes de su Misión al grupo de los Apóstoles. Pues bien, los Obispos, como sus sucesores, tienen el compromiso de dar testimonio de la fe.

Esta Misión se hace realidad, a través de cuatro aspectos:

1. Evangelizando: Anunciando la Buena Noticia, tal cual es, sin enmiendas ni omisiones.
2. Catequizando: El Obispo es el “primer responsable de la catequesis y el catequista por excelencia” (CT 63). Es a Él a quien de primera mano se le pide profundizar en lo anunciado.
3. Celebrando la fe: Transformando en culto la fe que se cree y se anuncia.
4. Viviéndola: Es decir, expresándola mediante el ejercicio de la caridad y del compromiso social, de forma personal y comunitaria.

Todos nosotros, de acuerdo a nuestro estado, ministerio o carisma particular, recibimos del Obispo la misión oficial o el encargo diferenciado para ejercer su tarea en nombre de la Iglesia y al servicio de su misión evangelizadora.

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