“Jesús se acercó y les habló diciendo:
Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra.
Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo;
enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado,
y sepan que estaré con ustedes, todos los días, hasta el
fin del mundo.”
(Mt 28, 18-20).
El 24 de noviembre de 2013, el Papa Francisco presentó a
toda la Iglesia el fruto de la XIII Asamblea General Ordinaria sobre “La nueva
evangelización para la transmisión de la fe cristiana”: La Exhortación
Apostólica “Evangelii Gaudium”, que significa “La alegría del Evangelio”.
Él mismo dice que se trata del programa de su actividad
pontificia. El Papa Francisco desafía a los católicos y les pide que propongan
el Evangelio con la bondad de Jesús. Pide también una conversión sin miedo, y
que prediquemos no sólo con las palabras, sino con el ejemplo.
El día de hoy profundizaremos en cómo el Obispo debe ser
testigo de la Misión de la Iglesia.
Comunicar el
Evangelio
El Papa Paulo VI, en su Exhortación Apostólica “Evangelii
Nuntiandi”, sobre la Evangelización en el mundo actual, señala que “La Iglesia
vive para evangelizar” (EN 14).
De aquí, se desprende que “comunicar el Evangelio” no
sólo es la tarea principal de la Iglesia, sino la única y la que resume su
esencia, vocación y misión en este mundo. Sin embargo, como bien nos dice el
Sr. José H. Prado Flores, fundador de la Escuela de Evangelización San Andrés,
“la evangelización integral no se reduce a la comunicación de un mensaje, sino
a la instauración del Reino de los cielos en este mundo, lo cual incluye
necesariamente hacer presente a Cristo Jesús en todos los ámbitos de la vida
humana”.
Misión Comunional
En el tema anterior decíamos que la Iglesia es Comunión,
pues también es Misión. La Misión es una proyección de la Comunión, se ejercita
desde, en y para la Comunión.
Podríamos decir que la Misión de la Iglesia es
“Comunional”. Se trata de una Misión que tiene su origen en el proyecto
trinitario de la historia de la salvación, desde la creación, la elección del
pueblo, la misión de Jesús y la conciencia misionera de la Iglesia apostólica.
La Misión de la Iglesia, pues, encierra un significado
trinitario: Nace de la caridad del Padre, actualiza en cada momento de la
historia la misión de Jesús, y se hace posible por el Espíritu Santo.
a) Nace de la
caridad del Padre (RM 5)
Dice la carta a los Hebreos que “muchas veces, y de
muchas maneras, habló Dios a nuestros antepasados por boca de los profetas. En
estos tiempos, que son los últimos, nos ha hablado por medio de su Hijo” (Heb
1, 1).
Jesucristo es, pues, la Palabra definitiva de la
revelación, por medio de la cual Dios se ha dado a conocer del modo más completo,
diciéndonos quién es. Esta “auto revelación” definitiva de Dios es el motivo
fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede
dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios,
en su gran amor, nos ha dado a conocer sobre sí mismo.
b) Actualiza en
cada momento de la historia la Misión de Jesús (LG 13, AG 5, RM 20. 24)
La Iglesia tiene el deber de propagar la fe y la
salvación de Cristo, tanto en virtud del mandato expreso que de los Apóstoles
heredó el orden de los Obispos con la cooperación de los Presbíteros,
juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia, como en virtud
de la vida que Cristo infundió en sus miembros.
La misión de la Iglesia se realiza mediante la actividad
por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del
Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y
pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el
ejemplo de la vida y la predicación, por los sacramentos y demás medios de la
gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena
participación del misterio de Cristo.
c) Se hace posible
por el Espíritu Santo (RM 21-30)
El Espíritu Santo es, en verdad, el protagonista de toda
la Misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la Misión ad gentes,
como se ve en la Iglesia primitiva por la conversión de Cornelio (Ver Hch 10),
por las decisiones sobre los problemas que surgían (Hch 15), o por la elección
de los territorios y de los pueblos (Hch 16, 6ss). El Espíritu actúa por medio
de los Apóstoles (y hoy, por medio de sus sucesores), pero al mismo tiempo
actúa también en los oyentes: “Mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo
en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En
todo está el Espíritu Santo que da la vida” (DoV 42).
Don y Tarea
La Misión es, además de don, una tarea histórica,
contextuada, como servicio de la caridad y diálogo interreligioso e
intercultural.
Las mediaciones de la Misión son el anuncio (que incluye la
evangelización, la glorificación de Dios y la confesión de fe), unido al
compromiso transformador y al testimonio de vida.
Los destinatarios de esta Misión son todos los hombres y
todo hombre.
El fin último, la glorificación y el culto a Dios,
haciendo que Él sea todo en todos.
En pocas palabras, se trata de hacer presente el Reino de
Dios, el señorío de Cristo.
El Obispo, Testigo
de la Misión
Hemos visto cómo Cristo hizo partícipes de su Misión al
grupo de los Apóstoles. Pues bien, los Obispos, como sus sucesores, tienen el
compromiso de dar testimonio de la fe.
Esta Misión se hace realidad, a través de cuatro
aspectos:
1. Evangelizando:
Anunciando la Buena Noticia, tal cual es, sin enmiendas ni omisiones.
2. Catequizando: El
Obispo es el “primer responsable de la catequesis y el catequista por
excelencia” (CT 63). Es a Él a quien de primera mano se le pide profundizar en
lo anunciado.
3. Celebrando la
fe: Transformando en culto la fe que se cree y se anuncia.
4. Viviéndola:
Es decir, expresándola mediante el ejercicio de la caridad y del compromiso
social, de forma personal y comunitaria.
Todos nosotros, de acuerdo a nuestro estado, ministerio o
carisma particular, recibimos del Obispo la misión oficial o el encargo
diferenciado para ejercer su tarea en nombre de la Iglesia y al servicio de su
misión evangelizadora.
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