San Juan nos
narra un evento trágico y sumamente
doloroso para Jesús: Mientras estaba con sus amigos, compartiendo la mesa, les
confió que uno de los allí presentes lo iba a traicionar (Ver Jn 13, 21 - 33).
Todos ellos se
miraban confundidos, y unos a otros se preguntaban “¿De quién lo dirá?”
Simón Pedro le
hizo señas al discípulo amado, para que preguntara a Jesús sobre aquel asunto
de miedo... Él, reclinado sobre el pecho de su Señor, le dijo:
- Señor, ¿Quién
es?
- Aquel a quien
yo dé este trozo de pan que voy a mojar...
Y el bocado, fue
para Judas, el Iscariote...
- Lo que has de
hacer... hazlo pronto... - concluyó Jesús -.
Nadie más
sospechaba de su tesorero. Recordemos que Jesús lo había elegido, como a cada
uno de los allí presentes. Lo había mirado con amor, y le había confiado
también la misión evangelizadora... Todos creían que iría a comprar algo para
la cena... o quizás que iría a atender a algún pobre en nombre del grupo...
Pero Judas y
Jesús sí que sabían a dónde iría aquel apóstol... y cómo atragantado con aquel
pan ázimo mojado en haroset (una dulce salsa, mezcla de manzanas con almendras
y vino aromático), se retiraría de aquella familia que lo había educado y
formado en la virtud, para dirigirse, por méritos propios, a las tinieblas y a
la soledad del pecado... a la vil traición...
“Era de noche”,
nos dice San Juan... y así andamos también nosotros cuando nos atrevemos a
traicionar a Jesús, a desobedecer sus mandatos, a empecinarnos en hacer las
cosas a nuestra manera… cuando, en fin, le damos la espalda y echamos en saco
roto su Amistad.
“Era de noche”
cuando Judas salió del Cenáculo para entregar al Hijo del hombre...
¿Qué tal andamos
de noche?
Para ti, o para mí, ¿Habrá llegado la tentación de traicionar, la pusilanimidad de la oscuridad, de las tinieblas?
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