lunes, 21 de marzo de 2016

ORAR POR VIVOS Y DIFUNTOS




A Brenda le gusta mucho ir al catecismo. Cada sábado, muy puntual, llega hasta la parroquia y espera con gran entusiasmo los momentos de animación y de oración inicial, que dirige siempre el Sacerdote de su comunidad.

El Padrecito toca muy bien el acordeón, por eso todos los niños le hacen rueda y se contagian de la alegría de aquel Pastor.

Después de unos cuantos cantos de ambientación, el Sacerdote les pidió a los niños que se quedaran muy quietecitos y guardaran silencio, porque había llegado el momento de hablar con Dios… El Padre, después de hacer una pequeña monición, invitó a que, de forma espontánea, tres o cuatro niños hicieran alguna oración…

Primero, un niño pidió para que hubiera paz en el mundo; luego, otra niña pidió por su abuelito, que hacía dos años había muerto; finalmente, un niño más pidió por las ánimas del purgatorio…

Después de pensarlo un momento, Brenda alzó su mano y el Sacerdote le dijo que podía hacer su petición: “Yo quiero pedir - dijo -, por usted, Padre, para que siempre nos siga contagiando de alegría y de un gran amor a Dios”.

El Sacerdote, conmovido, dio las gracias, y les dijo a los niños que siempre hay que orar, y con mucha confianza. Pedir por los vivos y difuntos es una Obra de Misericordia.

Para terminar, les pidió a todos que se tomaran de las manos, y juntos cantaron el Padre Nuestro… 

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