Todos sabemos de los grandes
cambios que nos trajo el Concilio Vaticano II. Tratándose de una Asamblea más
pastoral que doctrinal, hizo posibles varias modificaciones que, sin lastimar
esencialmente la estructura o los contenidos de nuestra fe, lograron hacer más
cercano el Evangelio a los cristianos del aventajado siglo XX.
Desde entonces han pasado más
de cincuenta años, y podríamos decir que aunque hemos visto grandes avances en
algunos sectores de la Iglesia, muchos hermanos nuestros ignoran la riqueza de
sus documentos y de sus contenidos.
Y ante estos vientos frescos
que ya nos aportaba el Vaticano II, Juan Pablo II acuñó, en su visita pastoral
a Polonia, en 1979, el término “Nueva Evangelización”.
Comprendiendo que no se
trataba de anunciar otro Evangelio o de cambiar sus contenidos, sino de proclamar
de forma entusiasta el mismo mensaje de salvación, propuso una Evangelización Nueva en su
ardor, en sus métodos y en su expresión.
Y es que la persona, la vida, la
muerte y la resurrección de Jesucristo, quien es el mismo ayer, hoy y siempre
(Ver Hb 13, 9), sigue siendo nuestra Buena Noticia, nuestro Evangelio. Sin embargo, el testimonio que dé la Iglesia de su Divino Maestro, debe adaptarse a la
humanidad de nuestro tiempo y de nuestros espacios.
Nos lo había recordado ya el
Papa Paulo VI, en la Exhortación Apostólica Evangelii
Nuntiandi: “Evangelizar es ante todo dar testimonio, de manera simple y
directa de Dios, revelado en Jesucristo, en el Espíritu Santo; dar testimonio
de que en su Hijo Dios ha amado al mundo, de que en su Verbo Encarnado Él ha
dado el ser a todas las cosas y nos ha llamado a la vida eterna” (EN 26).
¡Ya es hora!
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