Erase una vez, a
la orilla de un riachuelo, un pequeño alacrán que esperaba ansioso a un
pececillo que le hiciera el favor de cruzarlo al otro extremo del caudal...
Como era de
esperarse, ningún pez se atrevía a cargar sobre sus lomos al alacrán. Y es
que... ¡Era un alacrán!
Sin embargo, un
tímido pececito "se entretuvo de más" platicando con el alacrán... Le
decía:
- Anda,
pececito, llévame a la otra orilla de este riachuelo.
- No - respondió
el pececito - ¡Eres un alacrán! Si te llevo así, como dices, me vas a picar...
El alacrán
cambió, entonces, el tono de su voz, y le insistió con mayor
"ternura":
- ¡Por favor,
pececito! ¿Cómo puedes pensar acaso que yo te picaría? Tú me estarías haciendo
un favor, y una bondad así no se puede pagar con un piquetazo de mi aguijón...
Además, si yo te picara, tú te ahogarías y yo... simplemente moriría...
- Bueno...
tienes razón... ¡Prométeme que no me vas a picar!
- ¡Te lo prometo,
pececito! ¡Te lo prometo!
Y el ingenuo animalito dejó que el alacrán se subiera a su espalda...
Mientras iban
por la superficie del río, el pececito trataba de "sacarle plática"
al alacrán, porque tenía mucho miedo de que fuera a romper su promesa y le
picara... por su parte, el alacrán trataba de "contestarle aprisa",
porque estaba haciendo un esfuerzo mayúsculo, tratando de contener su cola...
¡Sentía un fortísimo impulso de picar a su bienhechor!
Cuando iban ya
casi llegando a la orilla, el alacrán no pudo más y, alzando su cola, descargó
un aguijonazo sobre la espalda del pececito...
El pececito
sintió aquella descarga venenosa, y muy triste le dijo al alacrán:
- Me mentiste,
alacrán... rompiste tu promesa... me picaste... me vas a matar...
Y el alacrán,
también muy triste, y a punto de morir ahogado, le confesó:
- ¡Pececito!
Discúlpame... es mi naturaleza... soy un alacrán...
* * * * * * *
* * *
¿Cuántas veces
hemos caído ingenuamente en propuestas similares?
Decía San Pedro
en su primera carta: "El diablo, como un león rugiente, ronda buscando a
quien devorar" (Ver 1 Pe 5, 8). No hay de otra, querido lector: "Hay
que resistirle, firmes en la fe"...
Recordemos las
palabras de nuestro Señor:
"Un árbol
bueno da frutos buenos... un árbol malo, malos" (Ver Mt 7, 17) Es su
"naturaleza".
Finalmente, bien
que aplica refrescar aquí el dicho tan conocido que reza: "A quien buen
árbol se arrima... buena sombra le cobija..."
¿Por qué
arriesgarse a perder la vida en nimiedades? ¿Valdrá la pena enrolarse en un
"caso perdido"?
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