¡Hermoso,
simplemente, Hermoso!
El Evangelio que escucharemos en la Eucaristía del próximo domingo (correspondiente al tercer domingo del tiempo
de Pascua, Ciclo C), deja un "excelente sabor de boca"...
El contexto nos
lo platea San Juan (en su capítulo 21), a las orillas del lago de Tiberíades...
Cristo ya ha muerto y resucitado, pero tal parece que a los apóstoles aún
"no les caía el veinte"...
Apesadumbrado,
Simón (a quien Jesús había cambiado el nombre por el de "Pedro", es
decir "Roca"), desea volver a su vida de antaño...
- ¡Voy a pescar!
- les dice a sus compañeros -.
- También
nosotros vamos contigo... - contestaron ellos, probablemente con semejantes
sentimientos...
Y es que después
de haber bajado a la Capital (a la Ciudad de Jerusalén), y luego de haber
vivido aquellos tan tristes eventos (la pasión y deceso de su Maestro), tal
parece que el triunfo de Jesús sobre la muerte aún no había hecho "lo
suyo" para reavivar el entusiasmo en aquellos rudos pescadores...
Volvieron a su
Patria, volvieron a su gente y... también volvieron a su labor...
Sin embargo, ni
su pericia ni sus años de experiencia les fueron suficientes... aquella noche,
simplemente, no pescaron nada... y Jesús, aparecido en la orilla del lago, les
pregunta acerca de su "mala suerte"...
- ¿Pescaron
algo?
- Nada...
- ¡Echen las
redes a la derecha!
Y el milagro
llegó: 153 pescados grandes (número correspondiente a la cantidad de especies
de peces que se cree que habitaban por entonces en aquel lago)...
- ¡Es el Señor!
- dijo el Discípulo Amado -
Y Pedro,
ciñéndose la túnica (pues se la había quitado), se tiró al agua para
encontrarse con Jesús...
* * * * * * * *
*
Después de este
preámbulo exquisito, y de aquel almuerzo tan fraterno, el Señor aborda a Pedro
con una pregunta asombrosa:
- ¿Me amas?
Pedro entiende
el sentido tan amplio, la riqueza tan grande y la globalidad que encierra este
término... por eso, y luego de haber negado a su Maestro, sabe que NO es capaz
de brindar ese tipo de Amor sobre el que Jesús le pregunta... por eso,
responde:
- Señor, tú
sabes que te quiero...
Y por segunda
vez, el Señor le cuestiona:
- ¿Me amas?
Y aquel
pescador, sin duda un tanto incomodado por la insistencia, nuevamente
respondió...
- Sí, te
quiero...
Pero recordemos
que tres veces había negado al Señor. Quizás por ello era necesario que tres
veces confirmara su afecto por Jesús. Por ello, es que el Divino Maestro "rebajó" la intensidad de su pregunta:
- Entonces, ¿Me
quieres?
Y el Primer
Papa, triste y avergonzado, porque quizás ya había comprendido el
"revés" de aquella pregunta "licuada", entre lágrimas
respondió:
- Señor, tú lo
sabes todo... tú bien sabes que te quiero...
A lo que Jesús,
como hizo en las ocasiones anteriores, le encarga, ratificando su privilegio y
su responsabilidad como Pastor de su Pueblo, las ovejas (las madres, símbolo de
quienes estarán al frente de la Iglesia) y los corderos (los pequeñines,
símbolo de quienes formarán parte de los fieles no consagrados).
Y luego, le hace
ver que sí, efectivamente, ahora se ciñe y va a donde quiere, pero algún día,
alguien más lo ceñirá y lo llevará a donde no quiera... indicándole con esto
(apunta San Juan), con qué género de muerte habría de glorificar a Dios...
Así es, Pedro
ahora es incapaz de Amar con intensidad a Maestro: su cariño es pobre, se queda en algo
superficial, en aprecio, en camaradería, en seguimiento sin cruz... pero Jesús
le indica, sin reproches, que llegará después aquel momento tan anhelado, en el
que finalmente será capaz de Amarle totalmente, ofrendando su vida... Lo más
alentador del asunto es que el Evangelio concluye diciéndonos cómo Jesús lanzó
al Pescador aquella hermosa palabra con la que afirmó su vocación:
"Sígueme"...
Hoy, Jesús
también te pregunta a ti:
- ¿Me amas?
Querido
lector... ¿Qué le responderás?
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