“Ustedes son familia de Dios,
edificados sobre el cimiento de los apóstoles…”
(Ver Ef 2, 19 - 20)
Apóstol
“Apóstol” es una palabra griega ("apóstolos"), y significa
“enviado”. Fue el nombre con el que la Iglesia designó a los discípulos de
Jesús, comprometidos con el anuncio de su Palabra, luego de que Él resucitó de
entre los muertos.
Como todos hemos recibido del Señor el mandato de
comunicar su mensaje “hasta los confines del mundo” (Ver Mc 16, 15; Mt 28, 18 –
20), decimos con toda propiedad que “la Iglesia es Apostólica”.
La Iglesia es Apostólica
La Iglesia es Apostólica en un triple sentido:
1. Fue y permanece edificada sobre “el cimiento de los
apóstoles” (Ver Ef 2, 20), testigos escogidos y enviados en misión (como
“enviados”) por el mismo Cristo (Ver Hech 1, 8).
2. Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que
habita en Ella, la enseñanza, el buen depósito, y las sanas palabras oídas a
los apóstoles (Ver Hech 2, 42; 2 Tim 1, 13 – 14).
3. Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los
apóstoles hasta la vuelta de Cristo en gloria, gracias a aquellos que les
suceden en su ministerio pastoral: El colegio de los Obispos, “a los que
asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de San Pedro y Sumo Pastor de
la Iglesia” (Ver AG 5).
Jesús es el “Apóstol” del Padre, el “Enviado” del Señor.
Y nuestro Maestro, desde el comienzo de su ministerio, “llamó a los que Él
quiso, y vinieron donde él. Instituyó a Doce para que estuvieran con él y para
enviarlos a predicar” (Ver Mc 3, 13 – 14). En ellos, pues, se continúa su
propia misión; “Como el Padre me envió, así también los envío yo” (Ver Jn 20,
21). Por lo tanto, su ministerio es la continuación del mismo ministerio de Cristo;
así él nos asocia a la misión recibida de su Padre. Ya nos lo había dicho: “Quien a ustedes los
recibe, a mí me recibe” (Lc 10, 16).
Es cierto que Jesús ya concluyó su misión temporal en la
tierra, pero Él quiso delegar el cuidado de su Iglesia al Príncipe de los
Apóstoles, a San Pedro. Por eso le llamamos “Papa” (cuatro palabras latinas que significan: Pedro – Apóstol – Príncipe
– de los Apóstoles).
En el encargo dado a los Apóstoles, hay un aspecto especialísimo: Ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y solidificar los
fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión:
Cristo les ha prometido estar con ellos "hasta el fin de los tiempos" (Mt 28,
20).
La Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II que habla sobre la Iglesia, Lumen Gentium (Luz de las gentes), afirma: “Esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles
tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que
transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los Apóstoles
se preocuparon de instituir sucesores, para que continuasen después de su
muerte la misión a ellos confiada; encargaron mediante una especie de
testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la
obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que
el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios.
Nombraron, por tanto, de esta manera, a algunos varones y luego dispusieron
que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el
ministerio” (Ver LG 20).
Por tal motivo, la Iglesia enseña que por institución
divina los Obispos han sucedido a los Apóstoles como Pastores de la Iglesia.
Así, quien a ellos escucha, escucha al mismo Cristo; quien a ellos obedece, obedece al
Señor; quien a ellos desprecia, de igual modo desprecia a Jesús y a Aquel que lo envió…
Un solo rebaño, un solo Pastor
Por otro lado, toda la Iglesia es Apostólica mientras
permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, en
comunión (común – unión) de fe y de vida con su origen.
Toda la Iglesia es Apostólica en cuanto que Ella es
“enviada” al mundo entero. Así, todos sus miembros, comprometidos deben estar,
de diferentes maneras pero de forma real, con este envío:
El Decreto del Concilio Vaticano que habla acerca de la Misión, Ad Gentes (Hacia las gentes), nos dice: “La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es
también vocación al apostolado. Se llama apostolado a toda la actividad del
Cuerpo místico de Cristo, que tiende a propagar el Reino de Dios por toda la
tierra” (Ver AA 2).
Sólo así podremos hacer efectivo el deseo de Nuestro
Señor: Lograr hacer un solo rebaño, bajo la tutela y cuidados de un solo Pastor
(Ver Jn 10).