“Sean santos, porque yo, su Dios,
soy santo…”
(Ver 1 Pe 1, 16)
Santidad
El término hebreo que designa la santidad (“kedushah”)
significa “apartamiento” o “separación”. Para los judíos, pues, lo “santo” es
lo “diferente”, lo "exclusivo", lo “apartado”, y en este sentido Dios es el “santo” por
excelencia, el totalmente distinto del mundo profano (la Sagrada Escritura lo designa como "el tres veces Santo". Ver Is 6, 3).
Por tanto, los objetos y las personas se “santifican”, o
se “hacen sagradas”, por su relación con Dios, ya sea por una explícita elección
divina, o por una ofrenda especial hecha por los humanos.
La Iglesia…
¿Santa?
Si hemos comprendido con claridad en qué sentido se
designa a los objetos o a las personas como “santos”, sin duda podemos
aplicar este término a la Iglesia… pero es común pensar en la santidad como una
cualidad casi imposible de conseguir, o se piensa como una actitud aislada,
rara, o destinada para personas especiales… y selectas...
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “Decimos que
la Iglesia es “santa” porque Santo es su fundador. Jesucristo ama a su Iglesia
y se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como a su propio
Cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo” (Ver CEC 823).
De este modo, todos los que pertenecemos a la Iglesia
Católica estamos llamados, por el mismo Dios, a “ser santos”.
¿Esto es posible? Sin duda, muchas personas luchan, día a
día, por vivir su vida cristiana haciendo lo que a Dios le agrada, sirviendo a
los demás… esto es esforzarse por “ser santos”, es una actitud que se desprende
en actos concretos y que, poco a poco, va aclarando el deseo de “hacerse
sagrados por Dios y para Dios”.
La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él, con
Él y en Él; La Iglesia, por voluntad explícita de su Señor, también ha sido
hecha santificadora.
Todas sus obras se esfuerzan por conseguir “la
santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios” (Ver SC 10).
En la Iglesia es en donde está depositada “la plenitud total de los medios de
salvación” (Ver UR 3). Es en ella donde “conseguimos la santidad por la gracia
de Dios” (Ver LG 48).
Todos los cristianos, pues, de cualquier estado o
condición (cada uno, según su vocación y en su situación tan particular), están llamados a la
perfección de la santidad, cuyo modelo, a fin de cuentas, es el mismo Dios (Ver
LG 11), pues voluntad explícita de nuestro Señor es que “todos los hombres se
salven, que todos lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).
¿Por qué la Iglesia “hace santos”?
Cuando la Iglesia canoniza a alguno de sus fieles, sin
importar su raza, lengua, nación o cultura, proclama pública y solemnemente que
estas personas han vivido heroicamente las virtudes y, por tanto, que murieron
en fidelidad a Dios. Por eso se les considera “santas”.
La Iglesia, en estos hermanos, reconoce el poder
del Espíritu de Dios, Espíritu de Santidad, que obró en ellos y los sostuvo en su vida cristiana, y
al mismo tiempo propone su ejemplo como modelo de santidad, y a sus personas
como intercesores (Ver LG 40; 48 – 51).
La exhortación apostólica postsinodal de San Juan
Pablo II, Christefideles laici, hablando acerca de la vocación y misión de los
laicos en la Iglesia y en el mundo, dice: “Los santos y las santas han sido
siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la
historia de la Iglesia”. En efecto, “la santidad de la Iglesia es el secreto
manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu
misionero” (Ver ChL 16. 17).
Resumiendo, la Iglesia es Santa:
- Porque Cristo, su Cabeza,
es Santo.
- Por el Espíritu Santo, que la anima como su alma.
- Por su doctrina, que es de
origen divino.
- Por sus Sacramentos, que nos purifican y que nos dan la vida
divina.
- Porque muchos de sus hijos que han vivido en
fidelidad al Evangelio han sido llevados al honor de los altares, como intercesores
nuestros y modelo de vida cristiana.
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