lunes, 23 de mayo de 2016

CREO EN DIOS ESPÍRITU SANTO


“Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy,
el Espíritu Consolador no vendrá a ustedes…”
(Ver Jn 16, 7)

Promesa Divina

Jesús, antes de subir al cielo, prometió que enviaría al "Parácleto", al "Consolador" (Hch 2, 1 – 4). Pues bien, el Espíritu Santo no fue sólo para los primeros cristianos. Él sigue actuando en todos nosotros, en la Iglesia y en el mundo. El Espíritu Santo, enviado a los apóstoles el día de Pentecostés, es el Don del Padre que Jesús promete para que continúe su obra de salvación en el mundo.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra al Espíritu Santo interviniendo desde el principio de la Iglesia en los momentos más importantes de su misión: Él ordena, prohíbe, anima a los discípulos y los instruye en las circunstancias difíciles para tomar decisiones (Ver Hch 8, 29 – 35). El Espíritu Santo nos impulsa y orienta a nosotros, también hoy, rumbo a la santidad.

“Señor y dador de vida”

La Iglesia profesa su fe en el Espíritu Santo como "Señor y dador de vida", así lo decimos cada vez que proclamamos nuestro Credo. En el Símbolo se añade que también "habló por los profetas". Son palabras que la Iglesia recibe de la fuente misma de su fe: Jesucristo. En efecto, según el Evangelio de San Juan, el Espíritu Santo nos es dado con la nueva vida, como anuncia y promete Jesús: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva" (Jn 7, 37). Y el Evangelista explica: "Esto decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él" (Jn 7, 39).

Así pues, creemos firmemente que Dios es el Señor de la Historia, y que a través de la acción del Espíritu Santo en la iglesia y en el mundo cuida desde las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos de la historia.

Es por esto que todos necesitamos colaborar y trabajar con el Espíritu Santo en la Iglesia para hacer el mundo que Dios creó con tanto amor, más justo y fraterno, en el que todos tengamos lo necesario para vivir y crecer como hijos de Dios.

Él sigue actuando por nosotros

La Encíclica "Dominum et vivificantem" ("Señor y dador de vida", Carta Encíclica sobre el Espíritu Santo, 18 de mayo de 1986), presenta al Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, y que con ambos recibe igual adoración y gloria, como una Persona Divina, que está en el centro de la fe cristiana, y que es la fuente y fuerza dinámica de la renovación de la Iglesia. En nuestra época, pues, estamos de nuevo llamados, por la fe siempre antigua y siempre nueva, a acercarnos a Él, Señor y dador de vida.

De este modo, la Iglesia responde también a ciertos deseos profundos, que trata de vislumbrar en el corazón de los hombres de hoy:

Un nuevo descubrimiento de Dios en su realidad trascendente de Espíritu infinito, como lo presenta Jesús a la Samaritana; la necesidad de adorarlo en "espíritu y en verdad" (Jn 4, 24); la esperanza de encontrar en Él el secreto del amor y la fuerza de una nueva creación (Ver Rom 8, 22): Sí, precisamente a Aquel que es Señor y dador de vida.

La Iglesia se siente llamada a esta misión de anunciar al Espíritu mientras, junto con la familia humana, se encamina esperanzada en la vivencia de un nuevo milenio.

En la perspectiva de un cielo y una tierra "que pasarán", la Iglesia sabe bien que adquieren especial elocuencia las palabras "que no pasarán" (Mt 4, 35). Son las palabras de Cristo sobre el Espíritu Santo, fuente inagotable del "agua que brota para la vida eterna" (Jn 4, 14), que es verdad y gracia salvadora, que sigue vivo, presente y operante en su Iglesia...

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