“Como un padre siente ternura por sus hijos,
así siente el Señor ternura por quienes lo respetan…”
así siente el Señor ternura por quienes lo respetan…”
(Sal 103, 13)
Dios… ¿Padre?
El pueblo de Israel fue llegando paulatinamente a esta
concepción de Dios. Al inicio, lo reconocían sólo como "Yavé Sebaoth", "El Dios de los
ejércitos" (Ver Is 1, 24), como "Adonai", "El Señor" (Ver Jer 23, 5), pero aunque ya se habían dado algunos adelantos proféticos, no fue sino
hasta que Jesús nos lo reveló en plenitud (Ver Heb 1, 1 – ss), que se designó
propiamente a Dios como "Abbá", "Padre" (Ver Mt 6, 9 – 13; Lc 11, 1 – 4).
Cuando nosotros llamamos a Dios "Padre", indicamos
principalmente dos aspectos:
1. Que Dios es el origen primero de toda autoridad
trascendente.- Él ha creado todas las cosas, y desde siempre sólo de Él han
recibido gracia sobre gracia.
2. Que es al mismo tiempo bondad y solicitud para todos sus
hijos.- Dos características de las más
claras y comprensibles que deben caracterizar a todo padre de familia.
Es cierto que para muchas personas esta concepción de
Dios como "Padre" puede contrastar o resultar al menos demasiado "incómoda",
ya que inmediatamente les puede llegar a la memoria el recuerdo de su "padre terreno",
no siempre amor, no siempre bondad, no siempre responsabilidad, etc. Sin
embargo, esta "ternura" de Dios puede ser explicada también mediante la imagen
de la maternidad (Ver Is 66, 13; Sal 131, 2), que indica más expresivamente la
permanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su creatura…
Como sea, el lenguaje de la fe se sirve así de la
experiencia humana de los padres, que deberían ser, en cierta manera, los
primeros representantes de Dios para el hombre (Ver CEC 239).
Dios, el único "Todopoderoso"
De todos los atributos divinos, la omnipotencia de Dios
es el único nombrado en el Credo. Confesar este atributo, supone grandes
consecuencias para nuestra vida:
Creemos que esa potencia es Universal, es decir, sólo
Dios es Dios, es Él quien ha creado todo (Ver Gn 1, 1 – ss; Jn 1, 3), rige todo
y todo lo puede. Su potencia es Amorosa, pues se manifiesta bondadosamente con
nosotros, mostrándose como Padre (Ver Mt 6, 9). Y, por último, esta potencia es
Misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando se "manifiesta en la
debilidad" (Ver 2 Cor 12, 9; 1 Cor 1, 18). Dios, pues, es el único que pudo
haber sacado “todo” de la “nada” (Ver CEC 318).
"Todo lo que quiere, lo hace" (Sal 115, 3)
Las Sagradas Escrituras confiesan con frecuencia el poder
universal de Dios (Ver Gn 1, 1 – 2; Sal 135, 6). Si Dios es todopoderoso en el
Cielo y en la Tierra es porque Él los ha hecho. Nada, pues, le es imposible
(Ver Lc 1, 37), y por ello dispone de su obra según su parecer (Ver Jer 27, 5).
Él es el Señor del Universo, cuyo orden desde el
principio ha establecido, y a Él todo permanece entera y permanentemente
sometido y disponible.
Cuando decimos que Dios es "Creador del Cielo y de la
Tierra", queremos decir que es el Creador de todo lo que existe, se pueda ver o
no, lo conozcamos o no (Ver CEC 325 – 326). La "Tierra" la entendemos como "el
mundo de los hombres". El "Cielo" podría designar el firmamento, pero también
el "lugar" (mejor dicho, el "estado") propio de Dios, de las creaturas espirituales, de los ángeles, etc.
(Ver CEC 326).
“Tú tienes compasión de todos, porque todo lo puedes”
(Sab 11, 23)
Dios es el Padre amoroso cuya paternidad y poder se
esclarecen mutuamente. Muestra, de hecho, su omnipotencia paternal por la
manera en como cuida de nuestras necesidades, siempre solícito y atento con su
Providencia (Ver Mt 6, 32); por la adopción filial que nos da (Ver 2 Cor 6,
18); y finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más
alto grado, perdonando nuestros pecados libremente (Ver CEC 270).
El misterio de la aparente "impotencia" de Dios
A veces, la fe en Dios Padre Todopoderoso ha sido "puesta
a prueba" por la experiencia del mal y del sufrimiento. En ocasiones, Dios puede
parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Sin embargo, Dios nos ha
revelado su omnipotencia más misteriosa en el anonadamiento voluntario
(misterio de la encarnación) y en el triunfo de su Hijo (misterio de su resurrección). Dos realidades con las
cuales demuestra que no es que desoiga las necesidades de sus creaturas, sino
que les ha dado libertad y voluntad suficientes para cumplir su fin... o no. Ya
sabemos que el plan de Dios es que "todos los hombres se salven y lleguen a la
plenitud de la verdad" (1 Tim 2, 4). Fin que, sin embargo, los seres con
inteligencia y libre albedrío pueden ignorar.
Nada es, pues, más propio para afianzar nuestra fe y
nuestra esperanza que la convicción profundamente arraigada en nuestras almas
de que nada es imposible para Dios, porque todo lo que el Credo propone a
nuestra fe, las cosas más grandes, las más incomprensibles, así como las más
elevadas por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en
que nuestra razón tenga la creencia de la omnipotencia divina, las admitirá
fácilmente y sin vacilación alguna (Ver San Agustín, De Catechizandis Rudibus
1, 2, 13).
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