En una ocasión,
el Párroco de una Comunidad rural se percató de que una señora, ya entrada en
años, acudía todos los días, en el mismo horario, y por espacio de tres horas
consecutivas, a orar delante del Sagrario.
El Sacerdote sintió (¡Cosas de la debilidad humana!), el deseo insano de gastarle un "contratiempo" a la respetable señora... se acercó a ella y, con tono un tanto burlesco, le increpó:
"Pero abuela... ¿Qué hace usted todo este tiempo delante del Sagrario? ¿No tiene algo mejor que hacer? ¿Son tantos sus pecados? ¿Qué le dice al Señor durante esas diarias tres horas?"
La señora, con un gesto amable y, con palabras bastante dulces, contrastando con su injusto agresor, le respondió:
"Padre... ¡Yo sólo vengo a pedir por usted!"
El Sacerdote sintió (¡Cosas de la debilidad humana!), el deseo insano de gastarle un "contratiempo" a la respetable señora... se acercó a ella y, con tono un tanto burlesco, le increpó:
"Pero abuela... ¿Qué hace usted todo este tiempo delante del Sagrario? ¿No tiene algo mejor que hacer? ¿Son tantos sus pecados? ¿Qué le dice al Señor durante esas diarias tres horas?"
La señora, con un gesto amable y, con palabras bastante dulces, contrastando con su injusto agresor, le respondió:
"Padre... ¡Yo sólo vengo a pedir por usted!"
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¿Cuántas veces
nos ha sucedido a nosotros algo parecido?
Por dejarnos llevar de mil pasiones pretendemos humillar a la gente sencilla y, somos nosotros mismos los que terminamos humillados... listos para la conversión...
¡Delante del
Sagrario se aprenden tantas cosas!
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