“Dios quiere que todos los hombres se salven,
y lleguen al conocimiento de la verdad…”
(Ver 1 Tim 2, 4)
Universal
La palabra “católica” (del griego “catolicós”) significa
“universal”. Así pues, cuando decimos que la Iglesia es “católica”,
comprendemos dos cosas:
1. Que Cristo Jesús está presente en su Iglesia.
2. Que la Iglesia debe compartir esta gracia a todos los
hombres.
Veamos:
Cristo Jesús está presente en la Iglesia
San Ignacio de Antioquía (uno de los más grandes santos
padres apostólicos del siglo II) dijo: “Allí, donde está Cristo Jesús, está la
Iglesia Católica”.
En ella subiste la plenitud del Cuerpo de Cristo, unido a
su Cabeza (Ver Ef 1, 22 – 23), lo que implica que Ella recibe de Él “la
plenitud de los medios de salvación” (AG 6) que ha tenido a bien participarnos:
a) Confesión de fe recta y completa. Ortodoxia plena.
b) Vida sacramental íntegra. Participación litúrgica total de los misterios de nuestra fe.
c) Ministerio ordenado en la sucesión apostólica. Ininterrumpida a lo largo de los siglos.
La Iglesia, pues, en este sentido fundamental era
“Católica” desde el día de Pentecostés y lo será siempre, hasta la Parusía de
Jesucristo (hasta su segunda venida, al final de los tiempos).
La Iglesia debe compartir esta gracia a los hombres
El Decreto del Concilio Vaticano II Ad gentes (“hacia las gentes”) afirma en su número 2 que “la Iglesia es misionera por
naturaleza”. Es decir, que por su misma esencia “tiende a comunicar el
Evangelio de Salvación”.
La Iglesia es “Católica” porque ha sido enviada por
Cristo en misión a todos los hombres (y enfatizamos: “a todos”), para que sean
invitados a pertenecer al pueblo de Dios.
Por eso este pueblo, uno y a la vez único, ha de extenderse por
todo el mundo a través de los siglos, para que así pueda cumplir el designio de
Dios que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a
todos sus hijos dispersos…
Este carácter de “universalidad”, que distingue al pueblo
de Dios, es un don mismo de su Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia
católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la Humanidad entera con todos
sus valores (aunque distintos y variados) bajo Cristo, como Cabeza, en la unidad
de su Santo Espíritu (Ver LG 13).
Además, ir por todo el mundo es un mandato explícito de
nuestro Señor. En el Evangelio según San Marcos leemos: “Vayan por todo el
mundo y prediquen el Evangelio” (Mc 16, 15; Ver Mt 28, 18).
Es Jesús, pues, quien nos ha encomendado esta Misión, y
así “todos los hombres están invitados a esta unidad católica del Pueblo de
Dios. A esta unidad pertenecen de diversas maneras y a ella están destinados
los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en general,
llamados a la salvación por la gracia de Dios” (LG 13).
Por eso, San Juan Pablo II, en su Carta Encíclica
Redemptoris Missio (“La Misión del Redentor”), dijo: “Todos los bautizados
formamos parte de esta Iglesia y estamos unidos, dentro de su estructura
visible a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice y de los Obispos,
mediante los lazos de la profesión de la Fe, de los Sacramentos, del Gobierno
eclesiástico y de la Comunión. La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo hacia
la unidad de los cristianos. La tarea misionera implica un diálogo respetuoso
con los que todavía no aceptan el Evangelio… para que algún día lo acepten” (RM 55)
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