“Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:
La paz esté con ustedes…”
(Ver Jn 20, 19)
La paz sea con
ustedes
Para ese proceso de abertura a la vida nueva de
Resurrección, que regala el don del Cristo que vence, es necesario aquietar el
alma herida con la Gracia de paz que trae el Resucitado. “La paz esté con
ustedes”. Es como una puerta que abre al encuentro con lo desconocido. Es la
Gracia de una inmensa alegría, que Dios trae a los que esperaban desde hace tiempo
encontrarse con la felicidad tan buscada.
La paz que aquieta el alma turbada, la que disipa las
dudas, la que permite abrirse a lo nuevo sin miedos, la que abre a nuevos
desafíos de ir hasta los confines de la tierra, la que serenamente pone en
camino y en marcha. Esa paz viene a instalarse en tu vida, como memoria de paz
que Dios te dejó en otro tiempo, y como presencia de renovada paz, con la que
Dios se quiere comunicar aún más honda y consolidadamente hoy. La trae Jesús,
que por la claridad de su presencia disipa las tinieblas de tu corazón.
Hoy recordamos, desde la expresión de la liturgia, “les
doy la paz, les dejo mi paz”, tomada de aquel texto de San Juan, donde aclara
Jesús que esta paz no es la que da el mundo. Es decir, no es la de los
cementerios donde la paz se aquieta. Aquí, la paz moviliza. Aquieta, serena y
moviliza. Está llena de Vida. Confirma y reafirma en el camino. Es una paz
dinámica la de Cristo. Es una paz que llena de vida, y pone en camino.
Dice Anselm Grün: “Todos anhelamos la paz, pero a menudo
no encontramos el camino que nos lleve a ella”. Jesús sale en la Gracia de la
Resurrección a abrir caminos para los discípulos que están encerrados por
temor. Lo hace diciendo “soy la paz, tengan paz”. No les pasa boleta, no les
pregunta “dónde estuvieron”, no los instala en la culpa “¿por qué se fueron?”,
no les dice, no les reclama el abandono que hicieron de él. Trasciende toda
miseria, comunica paz.
Es un don del cielo, que debemos tratar con responsabilidad,
dice el mismo Anselm Grün: La paz del Resucitado nos proporciona sosiego y
reconciliación con nuestra vida, hasta llegar a ser los bienaventurados que la
Palabra dice, “como hijos de Dios trabajamos por la paz”.
En griego se dice, “heidene”, y supone armonía,
tranquilidad del alma, bienestar. Para los griegos es un estado de quietud, y
de hecho, algo de eso experimentamos cuando estamos en paz. Pero la que trae
Jesús, capaz de asistirnos también en los momentos de mayor real tribulación:
se puede estar en paz, en medio de la más profunda tormenta.
En latín, la palabra “pax”, viene de paxis, que significa
realizar negociaciones, firmar un pacto, un contrato. Los romanos la
encontraban en el cumplimiento de las leyes acordadas. En la alianza que las
partes acuerdan laboriosamente, para superar lo que separa y lo que divide. Y
es parte de la paz, el equilibrio de las fuerzas.
Pero es más la que Jesús propone, es mucho más que un
equilibrio de fuerzas la paz que Cristo propone. Es una paz llena de vida. Y
nos recuerda la Palabra de Dios, que el ser humano es incapaz por sí mismo de
establecer paz con Él, con la creación, con los demás seres humanos. Tiene que
intervenir Dios, que envía a Cristo, el gran portador de la paz, el mensajero
de la paz.
Es Él el que llega en esta Pascua a tu vida, y te regala
el don de su paz. Es su paz la que viene a instalarse en tu corazón. Es memoria
de regalos de paz que Dios te hizo, y es presencia renovada de una paz
desconocida. Como una caricia al alma, como una luz que abre caminos. Como una
certeza que disipa toda duda. Pero, por sobre todas las cosas, como una fuerza
que soporta la tribulación.
La paz esté
contigo
Entre Belén y el Domingo de Gloria hay un mismo mensaje
que acompaña la presencia del Creador encarnado, en medio de nosotros, de
Cristo. El mensaje es paz. Creemos en el Dios de la paz.
En la Noche buena los ángeles le comunicaron a los
pastores “Gloria a Dios en el cielo, y paz a los hombres que ama el Señor”. El
domingo de Resurrección, y durante cincuenta días, Jesús repite una y otra vez
“tengan paz”.
Le han presentado en el Antiguo Testamento como el
mensajero que traía la paz, el peregrino de la paz. Esa paz se hace realidad en
la vida de cada uno si lo dejamos actuar sin límites, en el don de la
Resurrección.
Así lo encontró Francisco de Asís, él vivió este
encuentro de paz con el Señor, en la Gracia de la Resurrección, y oró diciendo:
“Señor hazme un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, siembre yo amor.
Que donde haya injuria, ponga yo el perdón.
Que donde haya duda, yo ponga fe.
Que donde haya desánimo, ponga esperanza.
Que donde haya oscuridad, ponga yo la luz.
Que donde haya tristeza, ponga yo el gozo.
¡Oh, Maestro! Concédeme
que no busque tanto ser consolado, sino más bien
consolar.
Que no busque ser entendido, sino entender.
Que no busque el ser amado, sino el amar,
Porque dando, es como recibimos.
Perdonando, es como somos perdonados.
Y muriendo es que nacemos a la Vida Eterna”.
El Beato Juan Pablo II tuvo un hermoso gesto de búsqueda
y lucha por la paz, en Asís, en ese increíble lugar de paz, marcado por el
signo de la Cruz y la Resurrección de Jesús en la carne del hijo del vendedor
de telas, de Francisco. Y en un himno maravilloso escrito por él decía:
“Creador de la naturaleza y del hombre, de la Verdad y de
la belleza, elevo una oración: Escucha mi voz, porque es la voz de las víctimas
de todas las guerras, y de la violencia entre los individuos y las naciones.
Escucha mi voz. Porque es la voz de los niños que sufren
y sufrirán, cada vez que los pueblos pongan su confianza en las armas, y en la
guerra.
Escucha mi voz Señor, cuando te pido que infundas en los
corazones de todos los seres humanos, la sabiduría de la paz, la fuerza de la
justicia, la alegría de la amistad.
Escucha mi voz, porque hablo en nombre de las multitudes
de cada país, y de cada período de la historia que no quiere la guerra, y está
dispuesto a recorrer el camino de la paz.
Escucha mi voz y danos la capacidad y la fuerza para
poder responder al odio con amor, a la injusticia con una dedicación a la
justicia, a la necesidad con nuestra propia implicación, a la guerra con la
paz.
Oh, Dios, escucha mi voz. Y concede al mundo para siempre
Tu paz. Amén…”
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