viernes, 19 de agosto de 2016

JESÚS MURIÓ...




“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu…”
(Ver Lc 23, 44)

Después de que Jesús recibió sentencia de muerte, los soldados le hicieron cargar con su cruz, y dirigirse hasta el monte de la calavera (en hebreo: Gólgota).

Junto a él iban dos ladrones, condenados también a la pena capital…

Hay una devoción muy hermosa que nos ayuda a meditar en el camino que Cristo realizó con la cruz a cuestas: el “viacrucis”. Con él, acompañamos, paso a paso, las diversas “estaciones” que el Maestro recorrió en su camino al sacrificio con el que nos ganó la redención.

Algunas estaciones están bien fundamentadas en pasajes de la Escritura, otras no (son más bien fruto de la tradición o de la devoción popular: como “las tres caídas de Jesús rumbo al Calvario”; otras, son tomadas más bien de pasajes apócrifos: como la “Verónica”, que no se trata del nombre de una mujer, sino de la “verdadera imagen” (la “vera” “icona”) que quedó plasmada en el lienzo de “Berenice” (tal era el nombre de la mujer), según atestigua el Evangelio Apócrifo de Nicodemo).

Siguiendo los Evangelios

Si fijamos más bien nuestra atención en los Evangelios, descubrimos sólo algunos elementos, y muy breves, por cierto, que nos ayudan a pensar en un “camino doloroso”.

La multitud ya había pedido a gritos que crucificaran a Jesús (Ver Lc 23, 20).

La crucifixión, uno de los métodos más crueles de tortura y muerte practicada en la antigüedad, consistía en exponer a la víctima en una pena particularmente lenta, pública y horrible, con el fin de disuadir a la gente de cometer crímenes parecidos, y utilizando todos los medios necesarios para su realización…

Entre los romanos, existían diversas formas de crucificar a los condenados, casi siempre atados o asidos con clavos y desnudos:

1. La “crux simplex” (“cruz simple”), que consistía sólo en un poste o estaca vertical (llamado “Stipes” o “palus”.
2. La “crux commissa” (“cruz con travesaño”), en forma de una “T”. Con un travesaño añadido en la parte superior del “palus”, llamado “patíbulus” (“patíbulo”).
3. La “crux immissa” (“cruz con travesaño inmerso”), es la forma más común de representar las crucifixiones cristianas. Consiste en un “palus” al que se agrega un “patíbulus”, pero “dentro” de su cuerpo, en forma de “+”.

Después de azotar a Jesús, San Juan dice (Ver Jn 19, 1 – ss) que los soldados se burlaron de él y le impusieron una corona de espinas, le colocaron un manto color púrpura y le ofrecieron una caña por cetro… luego de escupirle y darle bofetadas, lo hicieron cargar con el madero y caminar hasta un lugar fuera de la ciudad…

Jesús, haciendo sin duda un esfuerzo sobrehumano, cargó con aquella cruz tan pesada, y soportando todo… en silencio…

En el Gólgota (el Monte “Calvario”), los soldados le quitaron sus vestidos a Jesús y se los rifaron a suertes… San Juan dice que “así se cumplió el texto de la Escritura que dice: Dividieron entre sí mis vestidos y mi túnica la echaron a suertes” (Ver Sal 22, 19).

A los ladrones que iban con Jesús los colocaron a sendos lados del Señor. La tradición y los Apócrifos han enriquecido este dato, ofreciéndonos incluso los nombres de los malhechores: Dimas (el de la derecha) y Gestas (el de su izquierda), (Ver Evangelio Apócrifo: “Actas de Pilato”), e indicando que uno era “bueno” y el otro “malo”, indicando con esto que uno “se arrepintió” y le “robó” a Jesús su estancia en el Paraíso, y otro más bien le increpaba que se salvara a sí mismo y luego los salvara a ellos de aquel castigo (Ver Lc 23, 39 – 43).

Y expiró…

Los escribas y fariseos que presenciaban aquel “espectáculo” se burlaban de Jesús, y lo invitaban a bajar de la cruz para “creer en su palabra”… Pero el Señor no accedió a sus voces, quizás le recordaban aquella escena, la que al inicio de su ministerio le invitaba a “aparecer”, cuando en el desierto fue tentado por Satanás (Ver Mc 1, 12 – 13 y paralelos).

Después, en un gesto de desprendimiento y misericordia, entregó a su Madre como nuestra, en la figura de su discípulo (Ver Jn 19, 25 – ss).

Luego, dándose cuenta de que su misión estaba por terminar, sabiendo que todo se había cumplido, exclamó:

“Tengo sed”.

Así como otros versículos del Salmo 22: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Finalmente, dando un fuerte grito, expiró, entregando el espíritu (Ver Mt 27, 50).

Después de este evento, los Evangelios nos presentan diversas reacciones: El velo del templo se rasgó por mitad, resucitaron muchos muertos y se aparecieron en las ciudades, hubo un terremoto, y los paganos atestiguan: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (Ver Mt 27, 51 – ss)…

Este post continuará...

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