“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu…”
(Ver Lc 23, 44)
Después de que Jesús recibió sentencia de muerte,
los soldados le hicieron cargar con su cruz, y dirigirse hasta el monte de la
calavera (en hebreo: Gólgota).
Junto a él iban dos ladrones, condenados también a la
pena capital…
Hay una devoción muy hermosa que nos ayuda a meditar en
el camino que Cristo realizó con la cruz a cuestas: el “viacrucis”. Con él,
acompañamos, paso a paso, las diversas “estaciones” que el Maestro recorrió en
su camino al sacrificio con el que nos ganó la redención.
Algunas estaciones están bien fundamentadas en pasajes de
la Escritura, otras no (son más bien fruto de la tradición o de la devoción
popular: como “las tres caídas de Jesús rumbo al Calvario”; otras, son tomadas
más bien de pasajes apócrifos: como la “Verónica”, que no se trata del nombre
de una mujer, sino de la “verdadera imagen” (la “vera” “icona”) que quedó
plasmada en el lienzo de “Berenice” (tal era el nombre de la mujer), según atestigua el Evangelio Apócrifo de
Nicodemo).
Siguiendo los Evangelios
Si fijamos más bien nuestra atención en los Evangelios,
descubrimos sólo algunos elementos, y muy breves, por cierto, que nos ayudan a
pensar en un “camino doloroso”.
La multitud ya había pedido a gritos que crucificaran a
Jesús (Ver Lc 23, 20).
La crucifixión, uno de los métodos más crueles de tortura
y muerte practicada en la antigüedad, consistía en exponer a la víctima en una
pena particularmente lenta, pública y horrible, con el fin de disuadir a la gente
de cometer crímenes parecidos, y utilizando todos los medios necesarios para su
realización…
Entre los romanos, existían diversas formas de crucificar
a los condenados, casi siempre atados o asidos con clavos y desnudos:
1. La “crux simplex” (“cruz simple”), que consistía sólo
en un poste o estaca vertical (llamado “Stipes” o “palus”.
2. La “crux commissa” (“cruz con travesaño”), en forma de
una “T”. Con un travesaño añadido en la parte superior del “palus”, llamado
“patíbulus” (“patíbulo”).
3. La “crux immissa” (“cruz con travesaño inmerso”), es
la forma más común de representar las crucifixiones cristianas. Consiste en un
“palus” al que se agrega un “patíbulus”, pero “dentro” de su cuerpo, en forma
de “+”.
Después de azotar a Jesús, San Juan dice (Ver Jn 19, 1 –
ss) que los soldados se burlaron de él y le impusieron una corona de espinas,
le colocaron un manto color púrpura y le ofrecieron una caña por cetro… luego de escupirle y darle
bofetadas, lo hicieron cargar con el madero y caminar hasta un lugar fuera de
la ciudad…
Jesús, haciendo sin duda un esfuerzo sobrehumano, cargó
con aquella cruz tan pesada, y soportando todo… en silencio…
En el Gólgota (el Monte “Calvario”), los soldados le
quitaron sus vestidos a Jesús y se los rifaron a suertes… San Juan dice que
“así se cumplió el texto de la Escritura que dice: Dividieron entre sí mis
vestidos y mi túnica la echaron a suertes” (Ver Sal 22, 19).
A los ladrones que iban con Jesús los colocaron a sendos
lados del Señor. La tradición y los Apócrifos han enriquecido este dato,
ofreciéndonos incluso los nombres de los malhechores: Dimas (el de la derecha)
y Gestas (el de su izquierda), (Ver Evangelio Apócrifo: “Actas de Pilato”), e
indicando que uno era “bueno” y el otro “malo”, indicando con esto que uno “se
arrepintió” y le “robó” a Jesús su estancia en el Paraíso, y otro más bien le
increpaba que se salvara a sí mismo y luego los salvara a ellos de aquel
castigo (Ver Lc 23, 39 – 43).
Y expiró…
Los escribas y fariseos que presenciaban aquel
“espectáculo” se burlaban de Jesús, y lo invitaban a bajar de la cruz para
“creer en su palabra”… Pero el Señor no accedió a sus voces, quizás le
recordaban aquella escena, la que al inicio de su ministerio le invitaba a
“aparecer”, cuando en el desierto fue tentado por Satanás (Ver Mc 1, 12 – 13 y
paralelos).
Después, en un gesto de desprendimiento y misericordia,
entregó a su Madre como nuestra, en la figura de su discípulo (Ver Jn 19, 25 –
ss).
Luego, dándose cuenta de que su misión estaba por
terminar, sabiendo que todo se había cumplido, exclamó:
“Tengo sed”.
Así como otros versículos del Salmo 22: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?
Finalmente, dando un fuerte grito, expiró, entregando el
espíritu (Ver Mt 27, 50).
Después de este evento, los Evangelios nos presentan
diversas reacciones: El velo del templo se rasgó por mitad, resucitaron muchos
muertos y se aparecieron en las ciudades, hubo un terremoto, y los paganos
atestiguan: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (Ver Mt 27, 51 –
ss)…
Este post continuará...
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