sábado, 6 de agosto de 2016

JESÚS HACE MILAGROS




Jesús recorría todos los pueblos y aldeas,
enseñando en las sinagogas judías,
anunciando la buena noticia del Reino
y sanando todas las enfermedades y dolencias…”
(Ver Mt 9, 35)

Jesús realizó y anunció el Reino de Dios con su predicación, pero no sólo pronunció palabras, sino que ofreció hechos como una señal de la llegada del Reino. Él mismo dice: “Pero si yo echo los demonios con el poder del Espíritu de Dios, quiere decir que ha llegado a ustedes el Reino de Dios” (Mt 12, 28).

Cuando Juan el Bautista le envía mensajeros para averiguar si Él es el Mesías que esperaban, Jesús responde: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan sanos, los sordos oyen, los muertos resucitan y se predica la Buena Nueva a los pobres” (Mt 11, 4 - 5).

Las acciones de Jesús a favor de los hombres y los enfermos muestran que ha llegado el Reino de Dios. Cuando la liberación, la justicia, la fraternidad y la reconciliación empiecen a realizarse entre nosotros, será la señal de que el Reino de Dios está ya presente con su fuerza salvadora.

¿Qué son los milagros?

Popularmente la gente entiende como milagro “algo” que acontece de forma maravillosa y espectacular.

Algunos lo entienden, más bien, como hechos que “rompen las leyes de la naturaleza”.

San Agustín dirá que los milagros son necesarios “para que nuestra inteligencia pueda ocuparse en Dios, para que nosotros, al admirar sus obras visibles, descubramos al Dios invisible y despertar a la fe, y por la fe deseemos ver de una manera invisible al que a través de las cosas visibles hemos conocido como el invisible” (Ver “Tratado sobre la Sabiduría” No. 50).

En los evangelios, así, los milagros se refieren a Cristo. Se trata de portentos, señales grandiosas, extraordinarias y muy buenas para quien las recibe. Son hechos que despiertan admiración, asombro. Se les llama “señales”, “signos”, “obras”, “fuerzas”, “milagros”, o “prodigios”.

Los milagros de Jesús

Jesús realiza siempre sus milagros a favor de los demás. Nunca en beneficio propio. Cuando se lo proponen, como en las tentaciones del desierto, él rechaza hacerlo (Ver Mt 4, 3 - 10), y en su Pasión no hará ningún milagro para liberarse ni de las cadenas ni de la muerte...

El Señor nunca usó su poder para castigar a nadie. Acordémonos de Santiago y Juan, quienes querían hacer llover fuego sobre los samaritanos porque no recibieron a Jesús (Lc 9, 52 - 55).

Jesús tampoco realizó milagros para aparecer ante la gente, no los hará ante Herodes o los fariseos como demostraciones teatrales...

Los realiza siempre en forma sencilla, discreta. No se presenta como un hechicero o mago dotado de poderes ocultos, ni hace gestos extraordinarios o llamativos. Toca los ojos, hace un poco de lodo, dice unas cuantas palabras… todos, gestos muy sencillos.

A Jesús no le interesa llamar la atención. Lo que realmente le importa es hacer la voluntad de su Padre y llevar a los hombres a la confianza y a la comunión con Él. Por eso, en varias ocasiones, pedirá que no se divulguen los milagros (es el llamado “secreto mesiánico”).

Pudiéramos dividir así los milagros de Jesús:

Curaciones de enfermos:

Ciegos, sordos, paralíticos… San Marcos lo resume diciendo: “Jesús sanó a muchos enfermos con dolencias de toda clase” (Mc 1, 34)

Expulsiones de demonios:

Muestran la lucha de Cristo contra el mal, anticipan la gran victoria de Jesús sobre “el príncipe de este mundo” (Jn 12, 31).

Muchas veces (por no decir que “siempre”) los posesos son enfermos… pues para la gente del tiempo de Jesús, la enfermedad y la posesión del demonio estaban muy relacionadas.

Resurrecciones:

El poder de Jesús sobre el mal corporal se extiende hasta vencer la muerte.

Los evangelios nos relatan tres casos de resurrección (que debería entenderse más bien como “revivificación”):

- La hija de Jairo (Mc 5, 21 - 43)
- El hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11 - 17)
- Lázaro (Jn 11, 1 - 44).

Finalmente, otros milagros se refieren a cosas de la naturaleza:

El agua cambiada en vino en las bodas de Caná, la multiplicación de los panes, la pesca milagrosa, la tempestad calmada...

Los milagros signos del Reino

Los milagros muestran que el Reino que Jesús anuncia no es algo meramente espiritual, sino que toca todo el hombre, incluyendo también su cuerpo.

Al liberarlos de los males terrenos como el hambre, la injusticia, la enfermedad y la muerte, Jesús muestra su poder en todas sus manifestaciones (Ver Jn 6, 5 - 15; Lc 19, 8; Mt 11, 5).

Sin embargo, Jesús no vino para abolir todos los males terrenos, sino para liberar a los hombres de la esclavitud más grave, de una herida más profunda que la enfermedad y la muerte… Él vino a liberarnos del pecado: la causa principal de todos los males que existen.

Los milagros de Jesús son signos del Reino: “Si por el Espíritu de Dios expulso los demonios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios” (Mt 12, 28), por ello, representan la derrota absoluta del mal, del “Satán” (Lc 13, 10 - 17). El Señor los realiza no sólo para quitar el mal visible, son la salvación y liberación profunda del hombre que le permite ir en el seguimiento de Jesús y tomar parte en su Reino.

Lo vemos, por ejemplo, en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9, 1 - 41). En la curación del paralítico da un signo de la realidad más profunda del perdón de los pecados (Mc 2, 1 - 12). Este perdón va a hacer “hombres nuevos”, cambiados desde dentro, capaces de glorificar a Dios y de vivir en el amor.

Algunas curaciones muestran que Jesús abre su Reino a todos y en especial a los pobres y despreciados, como los leprosos y los paganos (Mt 8, 1 - 13). También ellos, así, reciben un llamado especial para formar parte del Reino.

Los milagros, señales para la fe
 
Los milagros de Jesús no fueron hechos espectaculares. Más bien, están unidos a la fe.

En varias ocasiones Jesús dice a los que han sido curados: “Tu fe te ha salvado” (Ver Mt 9, 22; Mc 10, 51 - 52; Lc 17, 19).

Esto no significa que la fe “haga los milagros”. Quien los hace siempre es Jesús.

Pero Él pide confianza en su poder, una fe inicial que después se hace más fuerte con el milagro. Donde Jesús se encuentra con gentes cerradas a la fe, simplemente no hace milagros, como sucedió en Nazaret (Mt 13, 58) o ante los fariseos o Herodes (Lc 23, 8 - 9).

Cuando estuvo en Caná, San Juan dice que “este fue el principio de las señales milagrosas que hizo Jesús… así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él” (Jn 2, 11). Los milagros, pues, son señales para la fe… los de corazón sencillo y abierto descubrirán la grandeza de Jesús, y algunos podrán maravillarse y preguntar: “¿Quién es éste?” (Mc 4, 41).

Los milagros, finalmente, no son “pruebas que obliguen a creer”. Incluso algunos los consideraron “obras del demonio”.

Dios quiere una fe libre, una confianza nacida del corazón. Por ello, los milagros son señales que unos entienden y otros… por más que los vean, no.

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