viernes, 5 de agosto de 2016

EL REINO (2)




“Después del arresto de Juan,
Jesús se fue a Galilea, proclamando la buena noticia de Dios.
Decía: El plazo se ha cumplido.
El Reino de Dios está llegando…”
(Ver Mc 1, 14)

El tema central de la predicación de Jesús era la soberanía real de Dios. Jesús inaugura su actividad liberadora y salvífica proclamando, como buena noticia (como “Evangelio”), la llegada del Reino de su Padre: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca: Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).

El Reino de Dios es, por tanto, el centro de la predicación y del mensaje de Jesús. Él mismo reconoce que para eso ha sido enviado por el Padre: “Debo anunciar también a las otras ciudades la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso fui enviado” (Lc 4, 43).

Este post continúa el de ayer...

El Reino de Dios como plenitud de vida

Podemos decir, con otras palabras, que el reino de Dios equivale a la plenitud de vida que Jesús ofrece a cada hombre y a la humanidad entera. Él mismo lo dice: “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10).

Es una plenitud de vida que abarca todas las dimensiones de la existencia:

- Los aspectos humanos (curación del cuerpo) y espirituales (el perdón de los pecados).
- La dimensión individual (realización de la persona) y social (construcción de una sociedad más justa y fraterna).
- Lo presente (ya que se realiza “aquí y ahora”) y lo futuro (llegará a su plenitud al final de los tiempos).

El Reino de Dios, como plenitud de vida, tiene como destinatarios preferenciales a los más “débiles” de la sociedad: los pobres, los oprimidos, los olvidados de la sociedad.

Las características de este Reino

1. Es una gran noticia

El Reino de Dios es una “Buena Nueva”, ya que proclama la intervención transformadora y liberadora de Dios en la historia. Dios “interviene” en el mundo de una manera nueva; esta es la buena noticia que llena de esperanza y ánimo a toda persona de fe.

2. Ya está entre nosotros

El Reino de Dios ha comenzado con la presencia de Jesús y con su práctica liberadora. Sus “signos” nos manifiestan que el Reino de Dios es liberación de males concretos (como el hambre, enfermedades, desesperanza del pecador despreciado…) y de opresiones históricas, como la marginación injusta. El Reinado de Dios no es sólo un anuncio o una promesa; es ya una realidad naciente, germinante: ¡Ya está en marcha y fructificará!

3. No termina en este mundo

En su etapa histórica, el crecimiento del Reino de Dios es más bien lento.

Su plenitud pertenece al futuro, cuando desaparezca definitivamente el llanto, el dolor y la muerte (Ver Ap 21, 4-5). Por tal motivo, el Reinado de Dios ofrece a la historia humana un futuro de “esperanza”.

4. Es don de Dios y tarea del hombre

El Reino sólo Dios puede darlo; no es fruto directo de nuestros méritos, de nuestras virtudes o esfuerzos. Es un regalo de lo alto, es algo que recibimos gratuitamente, es una gracia divina. Nuestra tarea consistirá en reconocer su llegada, recibirlo en nuestro corazón y en nuestra vida, quitar los obstáculos que se oponen a él y hacerlo presente en nuestra sociedad…

El hecho de que el Reino se nos dé gratis no significa “pasividad”. El Reino de Dios exige la colaboración y la responsabilidad activa del hombre. Es un don, pero también es un compromiso serio que pide poner la parte que nos toca a cada uno de nosotros en su construcción.

5. Exige conversión

El Reino de Dios pide una respuesta por parte del hombre: la conversión. No se trata solo de una conversión de corazones (cambiar mi mentalidad, el propio yo), sino también de un cambio profundo en las relaciones con los demás y en las estructuras sociales que provocan los signos del anti- reino (explotación, hambre, guerra, marginación, etc.).

La conversión se manifiesta en la acogida y vivencia de los valores del Reino: confianza filial en el Padre, amor a los pobres, sencillez de niños, espíritu de servicio, humildad y mansedumbre, rectitud de corazón, pobreza, etc.

Este cambio está expresado en las bienaventuranzas como el gran camino a la santidad que todos los seguidores de Jesús deberán hacer realidad en sus vidas.

6. Pertenece principalmente a los pobres (CEC 544 – 545)

El Reino de Dios, como lo anuncia e inaugura Jesucristo, pertenece principalmente a los pobres, a los más pequeños y a los pecadores…

Jesús les anuncia la Buena Nueva (Ver Lc 4, 18), y los declara bienaventurados porque “de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3).

Él mismo identifica toda su vida con los pobres y pequeños y pone como condición para entrar en su Reino el amor a ellos (Ver Mt 25, 31 - 46). No porque los pobres se porten mejor que otros, sino porque así le pareció bien a Dios (Ver Mt 11, 25). De igual manera invita a los pecadores al banquete del Reino, pues no vino a llamar a los justos sino a los pecadores (Ver Mc 2, 17). Si se convierten de corazón, en el cielo habrá mucha alegría… Al final de su vida Él mismo aceptó la muerte para la remisión de los pecados y ante los ojos de la sociedad murió como un pecador: Pobre entre los pobres… para enriquecernos con su pobreza (Ver 2 Co 8, 9).

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