“Después del arresto de Juan,
Jesús se fue a Galilea, proclamando la buena noticia de
Dios.
Decía: El plazo se ha cumplido.
El Reino de Dios está llegando…”
(Ver Mc 1, 14)
El tema central de la predicación de Jesús era la
soberanía real de Dios. Jesús inaugura su actividad liberadora y salvífica
proclamando, como buena noticia (como “Evangelio”), la llegada del Reino de su
Padre: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca: Conviértanse y
crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).
El Reino de Dios es, por tanto, el centro de la
predicación y del mensaje de Jesús. Él mismo reconoce que para eso ha sido
enviado por el Padre: “Debo anunciar también a las otras ciudades la Buena
Nueva del Reino de Dios, porque para eso fui enviado” (Lc 4, 43).
Este post continúa el de ayer...
El Reino de Dios
como plenitud de vida
Podemos decir, con otras palabras, que el reino de Dios
equivale a la plenitud de vida que Jesús ofrece a cada hombre y a la humanidad
entera. Él mismo lo dice: “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que
la tengan en plenitud” (Jn 10, 10).
Es una plenitud de vida que abarca todas las dimensiones
de la existencia:
- Los aspectos humanos (curación del cuerpo) y espirituales
(el perdón de los pecados).
- La dimensión individual (realización de la persona) y social
(construcción de una sociedad más justa y fraterna).
- Lo presente (ya que se realiza “aquí y ahora”) y lo futuro
(llegará a su plenitud al final de los tiempos).
El Reino de Dios, como plenitud de vida, tiene como
destinatarios preferenciales a los más “débiles” de la sociedad: los pobres,
los oprimidos, los olvidados de la sociedad.
Las
características de este Reino
1. Es una gran noticia
El Reino de Dios es una “Buena Nueva”, ya que proclama la
intervención transformadora y liberadora de Dios en la historia. Dios “interviene”
en el mundo de una manera nueva; esta es la buena noticia que llena de
esperanza y ánimo a toda persona de fe.
2. Ya está entre nosotros
El Reino de Dios ha comenzado con la presencia de Jesús y
con su práctica liberadora. Sus “signos” nos manifiestan que el Reino de Dios
es liberación de males concretos (como el hambre, enfermedades, desesperanza
del pecador despreciado…) y de opresiones históricas, como la marginación
injusta. El Reinado de Dios no es sólo un anuncio o una promesa; es ya una realidad
naciente, germinante: ¡Ya está en marcha y fructificará!
3. No termina en
este mundo
En su etapa histórica, el crecimiento del Reino de Dios
es más bien lento.
Su plenitud pertenece al futuro, cuando desaparezca
definitivamente el llanto, el dolor y la muerte (Ver Ap 21, 4-5). Por tal
motivo, el Reinado de Dios ofrece a la historia humana un futuro de “esperanza”.
4. Es don de Dios
y tarea del hombre
El Reino sólo Dios puede darlo; no es fruto directo de
nuestros méritos, de nuestras virtudes o esfuerzos. Es un regalo de lo alto, es
algo que recibimos gratuitamente, es una gracia divina. Nuestra tarea consistirá
en reconocer su llegada, recibirlo en nuestro corazón y en nuestra vida, quitar
los obstáculos que se oponen a él y hacerlo presente en nuestra sociedad…
El hecho de que el Reino se nos dé gratis no significa
“pasividad”. El Reino de Dios exige la colaboración y la responsabilidad activa
del hombre. Es un don, pero también es un compromiso serio que pide poner la
parte que nos toca a cada uno de nosotros en su construcción.
5. Exige
conversión
El Reino de Dios pide una respuesta por parte del hombre:
la conversión. No se trata solo de una conversión de corazones (cambiar mi
mentalidad, el propio yo), sino también de un cambio profundo en las relaciones
con los demás y en las estructuras sociales que provocan los signos del anti-
reino (explotación, hambre, guerra, marginación, etc.).
La conversión se manifiesta en la acogida y vivencia de
los valores del Reino: confianza filial en el Padre, amor a los pobres,
sencillez de niños, espíritu de servicio, humildad y mansedumbre, rectitud de
corazón, pobreza, etc.
Este cambio está expresado en las bienaventuranzas como
el gran camino a la santidad que todos los seguidores de Jesús deberán hacer
realidad en sus vidas.
6. Pertenece
principalmente a los pobres (CEC 544 – 545)
El Reino de Dios, como lo anuncia e inaugura Jesucristo,
pertenece principalmente a los pobres, a los más pequeños y a los pecadores…
Jesús les anuncia la Buena Nueva (Ver Lc 4, 18), y los
declara bienaventurados porque “de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3).
Él mismo identifica toda su vida con los pobres y pequeños
y pone como condición para entrar en su Reino el amor a ellos (Ver Mt 25, 31 -
46). No porque los pobres se porten mejor que otros, sino porque así le pareció
bien a Dios (Ver Mt 11, 25). De igual manera invita a los pecadores al banquete
del Reino, pues no vino a llamar a los justos sino a los pecadores (Ver Mc 2,
17). Si se convierten de corazón, en el cielo habrá mucha alegría… Al final de
su vida Él mismo aceptó la muerte para la remisión de los pecados y ante los
ojos de la sociedad murió como un pecador: Pobre entre los pobres… para
enriquecernos con su pobreza (Ver 2 Co 8, 9).
No hay comentarios:
Publicar un comentario