“Después del arresto de Juan,
Jesús se fue a Galilea, proclamando la buena noticia de
Dios.
Decía: El plazo se ha cumplido.
El Reino de Dios está llegando…”
(Ver Mc 1, 14)
El tema central de la predicación de Jesús era la
soberanía real de Dios. Jesús inaugura su actividad liberadora y salvífica
proclamando como buena noticia (como “Evangelio”) la llegada del Reino de su
Padre: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca: Conviértanse y
crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).
El Reino de Dios es, por tanto, el centro de la
predicación y del mensaje de Jesús. Él mismo reconoce que para eso ha sido
enviado por el Padre: “Debo anunciar también a las otras ciudades la Buena
Nueva del Reino de Dios, porque para eso fui enviado” (Lc 4, 43).
Jesús vive para la
“causa del Reino”
Jesús aparece en los Evangelios como un hombre apasionado
por una causa: Anunciar y hacer presente el Reino de su Padre, Dios. Nosotros
llamamos “causa” a aquello que atrae hacia sí toda la vida de una persona… aquello
por lo cual vale la pena vivir.
El Reino de Dios fue la causa de Jesús de Nazaret, la pasión
que animó toda su vida, su proyecto, su misión principal. A ello dedicó toda su
actividad, su tiempo y sus fuerzas.
El significado del
Reino en labios de Jesús
La palabra “Reino” no tiene un sentido territorial o
estático, como lo concebimos en nuestro lenguaje común.
No se trata, pues, de un lugar o de un Reino político.
Esta palabra tiene un sentido dinámico: Es la soberanía de Dios ejerciéndose
“en acto”, es decir, es “la acción” de Dios para establecer o modificar el
orden de cosas. De allí que la traducción más adecuada sería: “Reinado de
Dios”.
Para los judíos, el Reino de Dios era la realización del
ideal, hasta entonces jamás cumplido sobre la tierra, de un Rey justo.
El Reino de Dios, predicado por Jesús, es la “actuación
de Dios para que se haga realidad ese reino de justicia”. Pero no la justicia
del Derecho Romano (dar a cada quien lo suyo), sino la justicia en el sentido
de los pueblos orientales, que consiste en defender al que por sí mismo no
puede defenderse: El débil, el pobre, el huérfano, la viuda… por eso, Jesús
dice: “Felices los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios” (Lc 6, 20).
El Reino se hace
presente en Jesús
Jesús anuncia y hace presente el Reino de su Padre Dios
con palabras y con obras. Para explicarnos las características, el significado
y las condiciones necesarias para aceptar ese Reino y vivir conforme a él,
Jesús utilizó narraciones o historias breves, en forma de parábolas (Ver Mt 13,
1 – 50; Lc 10, 30 – 37).
Jesús “se sirve” de estas comparaciones para exponer su
idea del Reino. Sin describir “lo que es”, sí nos explicó “cómo es”…
Casi todas las parábolas están sacadas de la vida
ordinaria de sus oyentes (la siembra, la ciega, la pesca, el hacer el pan, el
comercio…), o de imágenes del Antiguo Testamento, muy familiares a los judíos
(la viña, el banquete, la boda…). Por eso, eran fácilmente comprensibles.
Pero lo verdaderamente sorprendente es el uso que de
ellas hizo Jesús: Compara el Reino de Dios a un sembrador; a un amo del campo,
que para bien del trigo, espera arrancar la cizaña; a unos pescadores que cogen
peces buenos o malos; a un comerciante que busca tesoros…
¿Hay cosas más ordinarias que estas? ¿Cómo es posible que
el Reino de Dios pueda compararse a acciones tan rutinarias y sencillas?
Estos son, además, trabajos “del pueblo”, de la gente
sencilla y pobre… como si Jesús pretendiera afirmar que el Reino se encuentra
en sus vidas, que no hay que buscarlo lejos, en hechos maravillosos, en
personajes extraordinarios ni distantes.
La salvación forma parte de la vida de cada día, y de los
actos más ordinarios que constituyen nuestra existencia. En otras parábolas,
comparando el Reino con imágenes del Antiguo Testamento, Jesús las emplea de
forma muy poco común: Los viñadores se rebelan contra su amo y se les quita la
viña, es decir, les será quitada al pueblo judío y se les dará a otros…
En el banquete, por ejemplo, no participan los que habían
sido invitados, sino los cojos, mancos, lisiados… es decir: los marginados.
Jesús hace, entonces, con las parábolas, una “nueva
interpretación” del Antiguo Testamento, de sus imágenes y de sus
promesas.
Además, el Reino aparece, según Jesús, sin brillantez,
como algo insignificante, como una semilla o un poco de levadura. Pero, oculta
en ella, hay una enorme fuerza traidora. ¡Qué concepción más contraria a la de
aquellos hombres que esperaban una aparición milagrosa, imponente y terrible de
Dios, para destruir a todos los enemigos de Israel! (Mt 13, 31 – 33).
El Reino se encarna en la historia y sigue su ritmo, su
fuerza no está en colocarse por encima de ella, sino en la capacidad de
transformarla desde dentro.
Pero Jesús no solo anunció el Reino de Dios, sino que
también lo hizo presente con su vida: Curando a los enfermos, perdonando los
pecados, expulsando al demonio, participando en la mesa con los más pequeños, y
prefiriendo a los pobres y a los despreciados por la sociedad judía…
Esta es una clara invitación para que nosotros lo hagamos
presente en nuestras vidas.
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