“Al ver tanta gente, Jesús subió a la montaña,
se sentó y se le acercaron sus discípulos.
Entonces, comenzó a enseñarles con estas palabras:
Bienaventurados…”
(Ver Mt 5, 1 - 3)
En San Mateo, las
solemnes bienaventuranzas (término que podría traducirse como “serán felices”),
marcan el inicio del así llamado “sermón de la montaña”.
Cuatro de estas
bienaventuranzas aparecen, en una forma ligeramente distinta, en el Evangelio
de San Lucas (Ver Lc 6, 20 – 23), pero ilustradas con una oposición de cuatro
“ayes”, o “maldiciones” (Ver Lc 6, 24 – 26).
Analicemos cada
una de las bienaventuranzas:
1. Bienaventurados los pobres de espíritu:
porque de ellos es el Reino de los Cielos
La palabra “pobre”
parece significar, según la etimología hebrea y aramea, una persona
“encorvada”, “afligida”, “miserable” o “carente de recursos”.
Algunos estudiosos
afirman que también “pobre” presenta un cierto sentido de humildad; así se
entiende la expresión “anawim”, que significa “los pobrecitos de Dios”,
indicando a aquellas personas que reconocen humildemente estar necesitadas de
la ayuda divina.
Por eso, Jesús
llama “bienaventurados” a los pobres de espíritu, es decir, a aquellos que por
su propia voluntad están dispuestos a tomar, por amor de Dios, esta dolorosa y
humilde condición, teniendo o no los bienes, pero sintiéndose siempre
“necesitados”, nunca “sobrados de sí
mismos”.
2. Bienaventurados los mansos: porque poseerán
la Tierra
Puesto que la
pobreza es un estado de humilde sujeción, el “pobre de espíritu” está cercano
al hombre que se describe en esta bienaventuranza: el “manso”.
Este término
indica reconocimiento de la auténtica autoridad. Dios, antes que nadie, es el
“Señor”, y aquellos que ostentan legítimamente el poder, merecen de nuestra
parte obediencia.
En esta
bienaventuranza, Jesús nos enseña a ser “sencillos”, a no crear conflictos,
como dirá más adelante San Mateo: A ser “mansos, como palomas… pero astutos,
como serpientes”.
3. Bienaventurados los que lloran, porque
ellos serán consolados
Los motivos del
llanto, no derivan aquí de las miserias de una vida de pobreza, abatimiento o
sometimiento personal, sino más bien de las miserias que el hombre piadoso
sufre debido al mal que hay en el mundo y que a todos nos afecta.
A tales
“dolientes”, el Señor les trae un consuelo celestial. Estas tres bienaventuranzas:
pobreza, abatimiento y sometimiento, son un elogio equiparables a fortaleza y
abstinencia.
4. Bienaventurados los que tienen hambre y sed
de justicia: porque serán saciados
Ante todo, debemos
señalar que no se trata de “sensaciones físicas”, sino de “justicia”, es decir,
de un deseo fuerte y continuo de progreso y perfección moral, cuya recompensa
será el verdadero cumplimiento de este deseo, un continuo crecimiento de la
santidad.
Si como enseñanza
adicional de esta bienaventuranza aprendemos a compartir nuestro pan y nuestra
bebida con aquellos que no la tienen, ciertamente seremos “dichosos”.
5. Bienaventurados los misericordiosos: porque
obtendrán misericordia
A partir de este
deseo interior se debe dar un paso más hacia la acción por las así llamadas
“obras de misericordia”.
La maravillosa
fertilidad de la Iglesia en obras e instituciones que fomentan la
“misericordia”, es decir “la pobreza del corazón”, tanto del cuerpo como del
espíritu, muestra con hechos lo que en ocasiones sólo se dice con palabras.
6. Bienaventurados los limpios de corazón:
porque ellos verán a Dios
Limpieza de
corazón no debe entenderse sólo como “castidad”, sino como una pureza general
de conciencia. No se trata de una pureza “legal”.
El “corazón puro”
debe entenderse como una simple y sincera buena intención en nuestros actos,
sin aplicaciones torcidas ni con fines escabrosos.
7. Bienaventurados los pacíficos: porque ellos
serán llamados hijos de Dios
No sólo se llama
dichosos a los que viven “en paz con los demás” (como en “ausencia de guerras o
discordias”), sino además a los que hacen lo mejor posible para conservar la
paz y la amistad entre los hombres, y entre Dios y los hombres.
Se trata de querer
conservar las buenas relaciones, sabiéndonos hijos de Dios… y hermanos entre
nosotros.
8. Bienaventurados los que sufren persecución
por causa de la justicia: porque de ellos es el Reino de los Cielos
Cuando después de
todo a los discípulos de Cristo se les retribuya con persecución, ingratitud, y
hasta con la muerte, Jesús dice que esto será motivo de alegría: Porque el
Reino de los Cielos será de aquellos que vivieron y murieron por Él.
Estas son las
“ocho condiciones” fundamentales del Reino. Por su profundidad y su relación
con la vida cristiana, podrían equipararse al “Decálogo veterotestamentario”,
ya que como decía San Juan de la Cruz: “Al ocaso de nuestras vidas, seremos
juzgados en el amor”.
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