martes, 23 de agosto de 2016

DE CAMINO A EMAÚS (Segunda parte)




“¡Quédate con nosotros, Señor,
porque es tarde y está anocheciendo…”
(Ver Lc 24, 29)

Por la importancia del tema, y por la gran cantidad de elementos que podemos retomar para la profundización del mismo, hemos decidido ofrecer una segunda parte.

He aquí su continuación…

Valorar los gestos y palabras de Jesús

Al hilo de la conversación, aquellos dos apesadumbrados discípulos junto al Señor llegaron a Emaús; Jesús tiene un detalle revelador de cómo nuestro Dios respeta la libertad del hombre: “Hizo ademán de seguir”, dice San Lucas.

Los discípulos, en verdad, se encontraban “a gusto” con Jesús, y es por eso que le ruegan que se quede: "Mane nobiscum, Domine"...“Quédate con nosotros, Señor... la tarde está llegando”.

Cristo aceptó su invitación, pero hay que anotar que Él no impone ni su compañía ni su doctrina. Son las palabras de Jesús las que han sembrado luz en el alma de aquellos hombres cabizbajos…

Nuestra vida nos va deparando también una rica gama de experiencias que nos facilitan la comprensión del sentido de las Escrituras.

Como Jesús, todo hombre tiene que padecer: trabajar, ser incomprendido, sufrir enfermedades, experimentar la decadencia, la vejez y, finalmente, la muerte. Y esto cuesta asimilarlo. No es fácil entender la vida cristiana, que es la reproducción de la misma vida del Señor.

¡Ah, qué difícil es aceptar el misterio de la Pascua! Pero es necesario recorrer este éxodo, este “camino de resurrección”.

Cuando los discípulos no se acercan a las Escrituras, cuando se carece de horizontes trascendentes, cuando falta la fe, se puede mirar a Jesús con simples ilusiones terrenas, poniendo falsas esperanzas de éxito y ventajas materiales, de adquirir prestigio social o como un modo de conseguir consuelo… podemos volvernos “torpes para entender”.

Por eso, es importante que pidamos a Jesús: “Quédate”… de lo contrario… ¡Se nos va!

Reconocerlo al partir el pan

Aquellos discípulos se dejaron buscar y encontrar por Jesús. También a nosotros, cuando oramos la Palabra, la escuchamos y comemos el Pan de la Eucaristía, nos sucede lo mismo: le reconocemos a través de signos, estamos ciertos de su presencia y sentimos que “el corazón arde”.

El cristiano, o va caminando a su meta o se camina para apartarse de ella.

Aquellos dos iban de camino, pero para alejarse de aquel lugar donde creyeron que ya se había terminado todo en lo que creían… hay quiénes caminan para “huir”, y se alejan cada vez más de su destino. Pero hay otros que caminan para encontrarse con Dios.

En los que huyen, parece que su espera terminó, que se han cansado ya de no ver con claridad… es la Eucaristía, sin duda, la mejor motivación para salir de este “letargo”.

Es el Pan partido que hace hombres “nuevos”, llenos de “esperanza” y de “vida”… es el alimento que fortalece nuestra debilidad y nos muestra el verdadero camino hacia la salvación.

Jesús se hace “pan” para que nosotros no nos perdamos en el camino de la vida, frente a tantas dificultades y momentos de oscuridad.

Jesús es nuestra fuerza, ya lo había Él señalado:

“Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” (Ver Jn 6, 54).

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