domingo, 14 de agosto de 2016

JESÚS ANUNCIA SU PASIÓN




“Entonces Jesús empezó a enseñarles que el Hijo del hombre
tenía que sufrir mucho, que sería rechazado por los ancianos,
los jefes de los sacerdotes y los ancianos, los jefes de los sacerdotes
y los maestros de la ley; que lo matarían, y a los tres días resucitaría…”
(Ver Mc 8, 31)

Cristo sabía que iba a sufrir su Pasión y que iba a morir una muerte cruel

La muerte de Jesús (muerte violenta y sangrienta) no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios (Ver CEC 599).

De hecho, Juan el Bautista, después de haber aceptado bautizarlo en compañía de los pecadores, vio y señaló a Jesús como el “Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo” (Jn 1, 29).

Manifestó así que Jesús es, a la vez, el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las multitudes y el Cordero pascual, símbolo de la redención de Israel cuando se celebró por vez primera la Pascua (Ver CEC 608).

Y todo, podríamos pensar, contrasta con la vida real: Pongamos un ejemplo: Si un joven supiera que el día de mañana, viajando por la carretera, fuese a tener un accidente grave y morir, seguramente no saldría... Inventaría cualquier excusa para no andar por aquel sendero... La razón es evidente: cada uno pone su integridad física en primer lugar. El instinto de autoconservación es uno de los más fuertes que tiene el hombre, de acuerdo a su especie.

Sin embargo, un soldado es capaz de arriesgar su vida, y sale de su tierra sabiendo que probablemente jamás regresará, porque le mueve un valor que para él es superior a la conservación de su propia vida: la conservación de su Patria.

Una madre, sigamos, es capaz de entrar en su casa incendiada para salvar la vida de su hijo que está atrapado entre las llamas y la pared; su instinto materno es más fuerte que su instinto de autoconservación.

Como vemos, sólo se puede entender la actitud de Cristo de entregarse a las torturas más crueles y a la muerte más ignominiosa, si constatamos que Él lo hace por un motivo superior a la conservación de su propia vida: La redención de la humanidad.

La cruz es incomprensible para quien no tiene fe

El Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “Salvifici doloris” ("El valor salvífico del dolor"), dice:

“El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre. Todo hombre tiene su participación en la Redención. Cada uno está llamado a participar en este sufrimiento, mediante el cual se ha llevado a cabo la Redención… Es la clave para entender el valor espiritual del sufrimiento humano, la cruz: es una oportunidad para participar en la obra redentora de Cristo. El hombre que une sus sufrimientos con los de Cristo participa en la redención de los hombres porque el mismo sufrimiento no lo ha cerrado (Cristo), sino que ha quedado abierto a todo sufrimiento humano” ( Ver Sal Do 19).

A la luz de esta doctrina, comprendemos que el sufrimiento es la “suprema posibilidad” de cada ser humano. Por medio de él, el hombre puede participar en la obra más importante de la historia humana: la redención de la humanidad.

Sin la fe, el sufrimiento parece ser la cosa más absurda que existe. Pero, a la luz de la Revelación, es la gran oportunidad del hombre de hacer algo maravilloso: salvar almas.

Esto es posible porque en la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la Redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido.

Así, el dolor de una madre que tiene que criar sola a su bebé por la ausencia o necedad del padre; la aflicción de una esposa traicionada por el hombre que le prometió fidelidad hasta la muerte; la pena de una viuda joven, enfrentada sin recursos a la vida; la angustia de una madre que tiene un hijo drogadicto o preso... todo, todo, puede tener “sentido espiritual” si se ofrece a Dios, por Cristo, con la intención de salvar almas.

Por la cruz a la gloria

El evangelio de San Marcos narra, como hemos apuntado en la cita que ilumina nuestro post, que Jesús anuncia su Pasión (y hasta con lujo de detalles)… pero también que “a los tres días resucitaría”… San Pedro parece omitir “esa partecita”, porque San Marcos dice que esto le escandalizó y quiso “hacer entrar en razón a Jesús”, ya que omitiendo la gloria, no se puede entender el enigma de la cruz.

En todos los anuncios de su pasión y muerte (los Evangelios señalan que fueron tres ocasiones), Cristo también habló de su resurrección. Son, entonces, como dos lados de una misma moneda... Hay una relación de causa - efecto entre los dos: la pasión y la muerte llevan a la resurrección de Cristo.

El verdadero sentido de nuestra cruz

Cuando escuchamos “cruz”, solemos pensar en las cosas “grandes y graves” que sentimos que Dios nos pide, porque “cuestan mucho”... así, realmente, corremos el riesgo de pensar que nuestras cruces “pequeñas y cotidianas” no tienen valor salvífico.

Sin embargo, cada cruz, pequeña o grande, “fácil de llevar” o “casi insufrible” tiene su valor de redención.

Es verdad, la cruz sin amor no tiene ningún valor sobrenatural… si separáramos la cruz de la gloria, y la sufriéramos sin sentido, seríamos muy desdichados… pero cuando llevamos con gusto la vida matrimonial y familiar, las faenas del trabajo de todos los días, los roces que resultan en la convivencia con nuestros parientes, amigos y compañeros de oficio, si lo ofrecemos a Dios para unirnos a la cruz de su Hijo Jesucristo, experimentaremos una gran paz de alma… ¡Estaremos asociados en la obra de la Redención!

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