“Entonces Jesús empezó a enseñarles que el Hijo del
hombre
tenía que sufrir mucho, que sería rechazado por los
ancianos,
los jefes de los sacerdotes y los ancianos, los jefes de
los sacerdotes
y los maestros de la ley; que lo matarían, y a los tres
días resucitaría…”
(Ver Mc 8, 31)
Cristo sabía que iba a sufrir su Pasión y que iba a morir
una muerte cruel
La muerte de Jesús (muerte violenta y sangrienta) no fue
fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al
misterio del designio de Dios (Ver CEC 599).
De hecho, Juan el Bautista, después de haber aceptado
bautizarlo en compañía de los pecadores, vio y señaló a Jesús como el “Cordero
de Dios, el que quita los pecados del mundo” (Jn 1, 29).
Manifestó así que Jesús es, a la vez, el Siervo doliente
que se deja llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las
multitudes y el Cordero pascual, símbolo de la redención de Israel cuando se celebró
por vez primera la Pascua (Ver CEC 608).
Y todo, podríamos pensar, contrasta con la vida real: Pongamos un ejemplo: Si un joven supiera que el día de mañana, viajando por la carretera, fuese a
tener un accidente grave y morir, seguramente no saldría... Inventaría cualquier
excusa para no andar por aquel sendero... La razón es evidente: cada uno pone su integridad física
en primer lugar. El instinto de autoconservación es uno de los más fuertes que
tiene el hombre, de acuerdo a su especie.
Sin embargo, un soldado es capaz de arriesgar su vida,
y sale de su tierra sabiendo que probablemente jamás regresará, porque le mueve un valor que para él es superior a la conservación de su propia vida:
la conservación de su Patria.
Una madre, sigamos, es capaz de entrar en su casa
incendiada para salvar la vida de su hijo que está atrapado entre las llamas y
la pared; su instinto materno es más fuerte que su instinto de
autoconservación.
Como vemos, sólo se puede entender la actitud de Cristo
de entregarse a las torturas más crueles y a la muerte más ignominiosa, si
constatamos que Él lo hace por un motivo superior a la conservación de su
propia vida: La redención de la humanidad.
La cruz es incomprensible para quien no tiene fe
El Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “Salvifici
doloris” ("El valor salvífico del dolor"), dice:
“El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el
hombre. Todo hombre tiene su participación en la Redención. Cada uno está
llamado a participar en este sufrimiento, mediante el cual se ha llevado a cabo
la Redención… Es la clave para entender el valor espiritual del sufrimiento
humano, la cruz: es una oportunidad para participar en la obra redentora de
Cristo. El hombre que une sus sufrimientos con los de Cristo participa en la
redención de los hombres porque el mismo sufrimiento no lo ha cerrado (Cristo),
sino que ha quedado abierto a todo sufrimiento humano” ( Ver Sal Do 19).
A la luz de esta doctrina, comprendemos que el
sufrimiento es la “suprema posibilidad” de cada ser humano. Por medio de él, el
hombre puede participar en la obra más importante de la historia humana: la
redención de la humanidad.
Sin la fe, el sufrimiento parece ser la cosa más absurda
que existe. Pero, a la luz de la Revelación, es la gran oportunidad del hombre
de hacer algo maravilloso: salvar almas.
Esto es posible porque en la cruz de Cristo no sólo se ha
cumplido la Redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento
humano ha quedado redimido.
Así, el dolor de una madre que tiene que criar sola a su
bebé por la ausencia o necedad del padre; la aflicción de una esposa
traicionada por el hombre que le prometió fidelidad hasta la muerte; la pena de
una viuda joven, enfrentada sin recursos a la vida; la angustia de una madre
que tiene un hijo drogadicto o preso... todo, todo, puede tener “sentido
espiritual” si se ofrece a Dios, por Cristo, con la intención de salvar almas.
Por la cruz a la gloria
El evangelio de San Marcos narra, como hemos apuntado en
la cita que ilumina nuestro post, que Jesús anuncia su Pasión (y hasta con lujo
de detalles)… pero también que “a los tres días resucitaría”… San Pedro parece
omitir “esa partecita”, porque San Marcos dice que esto le escandalizó y quiso “hacer
entrar en razón a Jesús”, ya que omitiendo la gloria, no se puede entender el
enigma de la cruz.
En todos los anuncios de su pasión y muerte (los
Evangelios señalan que fueron tres ocasiones), Cristo también habló de su
resurrección. Son, entonces, como dos lados de una misma moneda... Hay una
relación de causa - efecto entre los dos: la pasión y la muerte llevan a la
resurrección de Cristo.
El verdadero sentido de nuestra cruz
Cuando escuchamos “cruz”, solemos pensar en las cosas
“grandes y graves” que sentimos que Dios nos pide, porque “cuestan mucho”... así,
realmente, corremos el riesgo de pensar que nuestras cruces “pequeñas y cotidianas”
no tienen valor salvífico.
Sin embargo, cada cruz, pequeña o grande, “fácil de
llevar” o “casi insufrible” tiene su valor de redención.
Es verdad, la cruz sin amor no tiene ningún valor
sobrenatural… si separáramos la cruz de la gloria, y la sufriéramos sin
sentido, seríamos muy desdichados… pero cuando llevamos con gusto la vida
matrimonial y familiar, las faenas del trabajo de todos los días, los roces que
resultan en la convivencia con nuestros parientes, amigos y compañeros de
oficio, si lo ofrecemos a Dios para unirnos a la cruz de su Hijo Jesucristo,
experimentaremos una gran paz de alma… ¡Estaremos asociados en la obra de la
Redención!
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