“Y mientras los bendecía
se separó de ellos y fue llevado al cielo…”
(Ver Lc 24, 51)
Artículo de Fe
Cada domingo, cuando profesamos nuestra fe, solemos decir
al recitar el Credo: “Subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre”. Esto
nos enseña que Cristo, cuarenta días después de su resurrección, subió al cielo,
y por su propio poder.
Nos refiere San Lucas en el libro de los Hechos de los
Apóstoles que Cristo resucitado “se manifestó a los apóstoles, dándoles muchas
pruebas de que vivía, apareciéndoseles por espacio de cuarenta días, y
hablándoles de las cosas tocantes al reino de Dios…” (Ver Hch 1, 3)
A los Cuarenta días
En la Sagrada Escritura el número “40” tiene una connotación simbólica.
Efectivamente, para los judíos el número 40 significa “el tiempo necesario”.
Así, si leemos en la Biblia que 40 años pasó el pueblo de Israel
purificándose en el desierto fue “el tiempo necesario”, el espacio
indispensable para que una generación de “insurrectos” muriera en el desierto y
pudiera entrar una “nueva generación” para gozar de la tierra prometida. Lo
mismo debería entenderse al analizar los 40 días en que el profeta Elías caminó
hasta el monte de Dios, los 40 días y las 40 noches que Jesús pasó en el
desierto preparando su misión, etc.
Pues bien, en este “tiempo necesario”, Jesús confirió
tres poderes importantes a su Iglesia:
a) A San Pedro le asignó el poder de gobernarla (Ver Jn
21, 15).
b) A todos los Apóstoles el poder de perdonar los pecados
(Ver Jn 20, 22).
c) Por último, en sus Apóstoles a toda la Iglesia, la misión de enseñar, bautizar y hacer
cumplir todo lo que Él les había mandado (Ver Mt 28, 18 - 20).
El hecho de la Ascensión
Nuestro Señor Jesucristo, después de dirigir a sus
apóstoles estas últimas palabras: “Recibirán el Espíritu Santo, y serán mis testigos
en Jerusalén, en toda la Judea y hasta los últimos rincones de la tierra”,
apunta el libro de los Hechos de los Apóstoles que “se fue elevando a la vista
de ellos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos” (Ver Hch 1, 8).
Esto quiere decir:
1. Cristo “subió al cielo” (que no debería entenderse “físicamente” hacia “arriba”, hacia el “universo”, sino a una estado nuevo, distinto y mejor) en cuanto hombre, pues en cuanto Dios nunca dejó de estar en él.
2. Subió por su propio poder (es Dios), y esto se diferencia
de la “Asunción” de María, que subió al cielo en cuerpo y alma, pero no por su
propio poder, sino por el poder de Dios.
3. Por último, la frase: “Está sentado a la derecha del
Padre”, indica la gloria que a Jesucristo le corresponde, al “lado de Dios”, en
el Cielo. Efectivamente, la expresión “estar sentado a la derecha
de alguien” denota ocupar un puesto de honor; aquí, queremos subrayar que
Cristo goza en el cielo de la misma gloria que su Padre, en cuanto que es Dios;
y esta misma gloria, es mucho mayor a la de todas las criaturas, en cuanto
hombre.
Fines y frutos de la Ascensión
Podemos decir que Cristo subió a los cielos para tres
fines principales:
a) Para tomar posesión del Reino de los cielos, es decir,
para gozar de su gloria.
b) Para enviar el Espíritu Santo a los Apóstoles y a su
Iglesia.
c) Para ser en el cielo nuestro Mediador e Intercesor, y para
prepararnos a su lado “tronos de gloria” (Ver Heb 4, 14).
La Ascensión del Señor debe fomentar en nosotros, de modo
especial, la virtud de la esperanza, puesto que Él “subió para prepararnos un
lugar” (Ver Jn 14, 2).
Esto debería llenarnos de profunda alegría ya que, como
dice San Pablo, “si combatimos con Cristo, con Él seremos glorificados” (Ver Rm
8, 17).
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