jueves, 25 de agosto de 2016

SUBIÓ AL CIELO




“Y mientras los bendecía
se separó de ellos y fue llevado al cielo…”
(Ver Lc 24, 51)


Artículo de Fe

Cada domingo, cuando profesamos nuestra fe, solemos decir al recitar el Credo: “Subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre”. Esto nos enseña que Cristo, cuarenta días después de su resurrección, subió al cielo, y por su propio poder.

Nos refiere San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles que Cristo resucitado “se manifestó a los apóstoles, dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles por espacio de cuarenta días, y hablándoles de las cosas tocantes al reino de Dios…” (Ver Hch 1, 3)

A los Cuarenta días

En la Sagrada Escritura el número “40” tiene una connotación simbólica. Efectivamente, para los judíos el número 40 significa “el tiempo necesario”. Así, si leemos en la Biblia que 40 años pasó el pueblo de Israel purificándose en el desierto fue “el tiempo necesario”, el espacio indispensable para que una generación de “insurrectos” muriera en el desierto y pudiera entrar una “nueva generación” para gozar de la tierra prometida. Lo mismo debería entenderse al analizar los 40 días en que el profeta Elías caminó hasta el monte de Dios, los 40 días y las 40 noches que Jesús pasó en el desierto preparando su misión, etc.

Pues bien, en este “tiempo necesario”, Jesús confirió tres poderes importantes a su Iglesia:

a) A San Pedro le asignó el poder de gobernarla (Ver Jn 21, 15).
b) A todos los Apóstoles el poder de perdonar los pecados (Ver Jn 20, 22).
c) Por último, en sus Apóstoles a toda la Iglesia, la misión de enseñar, bautizar y hacer cumplir todo lo que Él les había mandado (Ver Mt 28, 18 - 20).

El hecho de la Ascensión

Nuestro Señor Jesucristo, después de dirigir a sus apóstoles estas últimas palabras: “Recibirán el Espíritu Santo, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y hasta los últimos rincones de la tierra”, apunta el libro de los Hechos de los Apóstoles que “se fue elevando a la vista de ellos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos” (Ver Hch 1, 8).

Esto quiere decir:

1. Cristo “subió al cielo” (que no debería entenderse “físicamente” hacia “arriba”, hacia el “universo”, sino a una estado nuevo, distinto y mejor) en cuanto hombre, pues en cuanto Dios nunca dejó de estar en él.
2. Subió por su propio poder (es Dios), y esto se diferencia de la “Asunción” de María, que subió al cielo en cuerpo y alma, pero no por su propio poder, sino por el poder de Dios.
3. Por último, la frase: “Está sentado a la derecha del Padre”, indica la gloria que a Jesucristo le corresponde, al “lado de Dios”, en el Cielo. Efectivamente, la expresión “estar sentado a la derecha de alguien” denota ocupar un puesto de honor; aquí, queremos subrayar que Cristo goza en el cielo de la misma gloria que su Padre, en cuanto que es Dios; y esta misma gloria, es mucho mayor a la de todas las criaturas, en cuanto hombre.

Fines y frutos de la Ascensión

Podemos decir que Cristo subió a los cielos para tres fines principales:

a) Para tomar posesión del Reino de los cielos, es decir, para gozar de su gloria.
b) Para enviar el Espíritu Santo a los Apóstoles y a su Iglesia.
c) Para ser en el cielo nuestro Mediador e Intercesor, y para prepararnos a su lado “tronos de gloria” (Ver Heb 4, 14).

La Ascensión del Señor debe fomentar en nosotros, de modo especial, la virtud de la esperanza, puesto que Él “subió para prepararnos un lugar” (Ver Jn 14, 2).

Esto debería llenarnos de profunda alegría ya que, como dice San Pablo, “si combatimos con Cristo, con Él seremos glorificados” (Ver Rm 8, 17). 

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