jueves, 11 de agosto de 2016

PARA SER DISCÍPULO DE CRISTO




“Entonces, Jesús les dijo:
Si alguien quiere ser mi discípulo
que renuncie a sí mismo,
que cargue con su cruz y me siga…”
(Ver Lc 9, 23 - 24)

Es el Señor quien elige y llama a los discípulos, y no por sus cualidades personales, ni siquiera por las morales... Es la gratuidad de su elección la razón por la que somos llamados.

Ser discípulo es un don de Dios que consiste no sólo en aceptar una doctrina, sino en adherirse a la Persona de Jesús, e incorporarse por Él a la obediencia filial al Padre y a la docilidad al Espíritu Santo (Ver Hb 5, 8 - 10), porque “Dios invisible, movido por el amor, habla a los hombres como amigos, y trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Ver DV 2).

La Palabra revelada por Dios no es acogida con la fuerza de la evidencia de la luz natural de la inteligencia sino con la firmeza propia de la fe, de la confianza sobrenatural en Dios, que es bueno y veraz, que nos habla como amigo y nos abre a la intimidad de sus designios de amor.

La Fe, entonces, es la verdad del misterio divino compartida en el amor: el amor de quien revela, el Señor; y el amor de quien le cree, el discípulo. La obediencia de la fe, raíz de la salvación, es un acontecimiento de la nueva creación.

El discípulo cree porque ha sido seducido por Jesucristo, por su entrega de amor en la Cruz. El acto de fe es este encuentro de libertades y de amores: una, libertad seductora por su amor, la de Cristo; otra, seducida por ser amada, la del discípulo. Así se origina el injerto del bautizado en la vid que es Cristo y su consecuente incorporación a la Iglesia.

El camino es la cruz

El camino de Cristo es el de la Cruz. El Evangelio de San Marcos apunta: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,  34 - 35).

El discipulado nos lleva, entonces, a estar siempre dispuestos a entregar la vida por el Señor, como lo hicieron los mártires.

Hay que considerar que la Iglesia ha tenido siempre mártires, y que también hoy los tiene. La Iglesia sufre persecuciones y éstas requieren despojos y humillaciones… burlas, banalizaciones, indiferencias y silencio, calumnias y abusos de poder.

Sólo en la verdad de este espíritu martirial, vivido con sencillez y acción de gracias, sostenidos por la oración y los sacramentos, podemos sentirnos discípulos plenos de Cristo y experimentar que nos incorporamos en su obra salvadora.

El cristiano, entonces, es esencialmente pascual: Así vivieron los santos. Esto nos pide el Señor cuando nos llama para ser sus discípulos. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (Jn 15, 13 - 14).

Si alguien quiere ser discípulo de Cristo

En el Evangelio según San Lucas encontramos los "requisitos" necesarios para poder encaminarnos en esta noble aventura de ser Discípulos del Señor (Ver Lc 14, 25 - 33):

"Caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo... Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo..."

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Seguir a Cristo, sin duda, no es fácil.

Si analizamos con más calma el texto sugerido, nos daremos cuenta de que es tarea seria esto de ser discípulo de Jesús:

¿Por qué Él pedirá como "condición indispensable" de su seguimiento renunciar a todos los bienes?

La respuesta es simple: Porque donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón (Ver Mt 6, 19 - 23).

Efectivamente, si tenemos "atado" el corazón a los bienes terrenales, no es posible "volar" hacia los del Cielo. Si nuestra mente está cien por ciento enfocada en los placeres de este mundo, ¿cómo podríamos gozar del cumplimiento de la Voluntad de nuestro buen Dios? Si todo nuestro ser está "ocupado" en el poder que se puede alcanzar aquí, ¿cómo anhelar los puestos eternos?

Hay que cargar con nuestra cruz... esa, la que tenemos... y seguirle...

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