miércoles, 17 de agosto de 2016

PRENDIMIENTO Y JUICIO DE JESÚS




“¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó…
Soy rey…”
(Ver Jn 18, 33 - 40)

Judas y la tropa

Después de que Jesús “se redimiera” en Getsemaní, aceptando y haciendo propia la voluntad de su Padre, se escuchó a lo lejos que venía una gran turba… Entonces, Él fue donde sus discípulos para despertarlos de su sueño:

“Vamos, levántense, ya está aquí el que me va a entregar” (Mt 26, 46).

Efectivamente, Judas ya se había puesto de acuerdo con los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo, tanto en el precio como en la forma en que iban a tomar preso a Jesús.

Llegó con él, apunta San Mateo, un “gran tumulto” de gente (una chusma) con espadas y palos (Ver Mt 26, 47)… como si se tratara de arrestar a un bandido peligroso y violento…

La señal para identificar al “susodicho”, consistía en un beso… ¡Y cómo debió doler aquella “muestra de afecto”! Un beso suele ser, comúnmente, una expresión social de amistad, y a partir de aquella noche terrible, también pasó a ser una muestra de traición…

Como sea, la tropa parecía (y esto asombra sobremanera) que “no conocía a Jesús”… El Señor los enfrenta y les pregunta:

“¿A quién buscan?” Le respondieron: “A Jesús, el Nazareno”. Él les contestó: “Yo soy” (Jn 18, 4 – 5).

San Juan dice que ellos “cayeron por tierra” (Ver Jn 18, 6). Algunos estudiosos de la Biblia apuntan que este “Yo soy” dicho en labios de Jesús tuvo una reacción maravillosa en aquella turba, ya que el término para designar el “Nombre de Dios”, el famoso “Yahvé”, era precisamente aquel que Jesús dijo a quienes iban a prenderle…

El caso es que la escena se repitió por segunda vez, y luego lo tomaron preso. Los evangelios anotan otros elementos complementarios, como que los apóstoles huyeron (San Marcos dirá que un joven “se dio a la fuga” desnudo, porque lo prendieron de su manto y como pudo se libró de sus ropas), o que Pedro intentó “corregir” el acto cortándole una oreja a un tal “Malco”… Jesús, entonces, les hace ver que “así debía ocurrir todo” (Ver Jn 18, 11).

Tomaron, pues, al Señor, y seguía el “juicio” ante Anás y su yerno, Caifás…

Ante el Sumo Sacerdote

Jesús fue llevado a la casa de Anás, que era el suegro del Sumo Sacerdote. A todas luces aquel acto fue en tono de “conspiración”: De noche, y sin contar con el pleno consejo de los ancianos. El caso es que se dio allí un “interrogatorio” especial. Jesús habló sin miedo, y le hizo saber a Anás que Él siempre habló en público y nunca de forma clandestina… que por qué le preguntaba acerca de sus discípulos y de sus enseñanzas… 

Entonces, un criado, quizás queriendo quedar bien ante aquella “autoridad”, le dio una bofetada, increpándole:

“¿Cómo te atreves a contestar así al sumo sacerdote?” (Ver Jn 18, 22).

Pero Jesús, serenamente, le dijo:

“Si he hablado mal, demuéstrame en qué; pero si he hablado como se debe, ¿Por qué me pegas?” (Ver Jn 18, 23)

No contamos con más datos, pero podemos imaginar la vergüenza que debió sufrir aquel pobre individuo…

Sin mayores pormenores, Anás lo envió a Caifás, y con él continuaron, y siempre en vano, las intrigas, las mentiras, y las falsas acusaciones…

Las negaciones de Pedro

Conocemos, de sobra, estos eventos tan singulares. El apóstol había jurado “jamás abandonar a Jesús”, se jactaba de que “él estaría dispuesto, incluso, a dar su vida por su Maestro” (Ver Jn 13, 36 – 38), pero cobardemente lo negó tres veces...

Todo sucedió como lo había predicho Jesús: Le preguntaron acerca de si conocía a su Maestro, de si era su discípulo, incluso de que su nación lo delataba; él lo negó, incluso profiriendo maldiciones; cantó el gallo y… Pedro comprendió su culpa: lloró amargamente (Ver Lc 22, 62).

Ya vendrá después el tiempo de su “conversión”. Por el momento, apuntará San Juan, sólo el “discípulo amado” le seguirá los a Jesús durante su amarga pasión…

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