“¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó…
Soy rey…”
(Ver Jn 18, 33 - 40)
Judas y la tropa
Después de que Jesús “se redimiera”
en Getsemaní, aceptando y haciendo propia la voluntad de su Padre, se escuchó a
lo lejos que venía una gran turba… Entonces, Él fue donde sus discípulos para
despertarlos de su sueño:
“Vamos,
levántense, ya está aquí el que me va a entregar” (Mt 26, 46).
Efectivamente, Judas ya se había
puesto de acuerdo con los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo,
tanto en el precio como en la forma en que iban a tomar preso a Jesús.
Llegó con él, apunta San Mateo, un
“gran tumulto” de gente (una chusma) con espadas y palos (Ver Mt 26, 47)… como si se tratara
de arrestar a un bandido peligroso y violento…
La señal para identificar al
“susodicho”, consistía en un beso… ¡Y cómo debió doler aquella “muestra de
afecto”! Un beso suele ser, comúnmente, una expresión social de amistad, y a
partir de aquella noche terrible, también pasó a ser una muestra de traición…
Como sea, la tropa parecía (y esto
asombra sobremanera) que “no conocía a Jesús”… El Señor los enfrenta y les
pregunta:
“¿A
quién buscan?” Le respondieron: “A Jesús, el Nazareno”. Él les contestó: “Yo
soy” (Jn 18, 4 – 5).
San Juan dice que ellos “cayeron
por tierra” (Ver Jn 18, 6). Algunos estudiosos de la Biblia apuntan que este
“Yo soy” dicho en labios de Jesús tuvo una reacción maravillosa en aquella
turba, ya que el término para designar el “Nombre de Dios”, el famoso “Yahvé”,
era precisamente aquel que Jesús dijo a quienes iban a prenderle…
El caso es que la escena se repitió
por segunda vez, y luego lo tomaron preso. Los evangelios anotan otros
elementos complementarios, como que los apóstoles huyeron (San Marcos dirá que
un joven “se dio a la fuga” desnudo, porque lo prendieron de su manto y como
pudo se libró de sus ropas), o que Pedro intentó “corregir” el acto cortándole
una oreja a un tal “Malco”… Jesús, entonces, les hace ver que “así debía ocurrir todo” (Ver Jn 18, 11).
Tomaron, pues, al Señor, y seguía
el “juicio” ante Anás y su yerno, Caifás…
Ante el Sumo Sacerdote
Jesús fue llevado a la casa de
Anás, que era el suegro del Sumo Sacerdote. A todas luces aquel acto fue en
tono de “conspiración”: De noche, y sin contar con el pleno consejo de los
ancianos. El caso es que se dio allí un “interrogatorio” especial. Jesús habló
sin miedo, y le hizo saber a Anás que Él siempre habló en público y nunca de
forma clandestina… que por qué le preguntaba acerca de sus discípulos y de sus
enseñanzas…
Entonces, un criado, quizás
queriendo quedar bien ante aquella “autoridad”, le dio una bofetada,
increpándole:
“¿Cómo
te atreves a contestar así al sumo sacerdote?” (Ver Jn 18, 22).
Pero Jesús, serenamente, le dijo:
“Si
he hablado mal, demuéstrame en qué; pero si he hablado como se debe, ¿Por qué
me pegas?” (Ver Jn 18, 23)
No contamos con más datos, pero podemos imaginar la
vergüenza que debió sufrir aquel pobre individuo…
Sin mayores pormenores, Anás lo envió a Caifás, y con él
continuaron, y siempre en vano, las intrigas, las mentiras, y las falsas
acusaciones…
Las negaciones de
Pedro
Conocemos, de sobra, estos eventos tan singulares. El
apóstol había jurado “jamás abandonar a Jesús”, se jactaba de que “él estaría
dispuesto, incluso, a dar su vida por su Maestro” (Ver Jn 13, 36 – 38), pero
cobardemente lo negó tres veces...
Todo sucedió como lo había predicho Jesús: Le preguntaron
acerca de si conocía a su Maestro, de si era su discípulo, incluso de que su
nación lo delataba; él lo negó, incluso profiriendo maldiciones; cantó el gallo
y… Pedro comprendió su culpa: lloró amargamente (Ver Lc 22, 62).
Ya vendrá después el tiempo de su “conversión”. Por el
momento, apuntará San Juan, sólo el “discípulo amado” le seguirá los a Jesús durante su amarga pasión…
No hay comentarios:
Publicar un comentario