lunes, 22 de agosto de 2016

DE CAMINO A EMAÚS




“¡Quédate con nosotros, Señor,
porque es tarde y está anocheciendo…”
(Ver Lc 24, 29)

Caminar juntos

Después de todo lo acontecido en Jerusalén, dos discípulos se dirigían a Emaús: “El mismo día, dos de ellos iban a una aldea… y hablaban entre sí”. Y resultó que mientras conversaban y razonaban, Jesús irrumpió resueltamente en su camino… llegó como “acompañante” (Ver Lc 24, 15); se presentó ante ellos, unió sus pasos, y salió al encuentro de aquellos hombres carentes de ilusión… así inició con ellos un nuevo proyecto…

Tal parece que, en estos discípulos, podemos encontrar la “imagen” de algunos de nosotros, que vamos por el camino un tanto tristes y desanimados… Es hermoso reconocer que Jesús fue quien dio el primer paso, el primer avance en este camino, y se puso a su lado, como si los acompañara en una peregrinación, en un viaje orientado hacia la madurez de su fe.

Jesús en persona se aproxima al camino del hombre, hace el mismo recorrido y entra en su historia. La vida de Jesús es el inicio de un largo caminar para que todos conozcamos a Dios. Jesús ha “abierto la puerta”, es el “iniciador de algo novedoso”, ha comenzado con Él una “historia nueva”, donde todos tienen cabida, donde ninguno se ha perdido (Ver Jn 17, 12).

La vida de la Iglesia y de la humanidad es un camino que vamos recorriendo poco a poco; al igual que el pueblo de Israel que caminaba en el desierto hacia la tierra prometida, así la humanidad camina hacia la Casa paterna a través de este inmenso desierto. El camino no es fácil, está lleno de pruebas, de tropiezos, de cansancio, de caminos falsos; en medio del camino podemos perder el rumbo o desanimarnos…

Pues bien, la tarea de la evangelización es un camino que realizamos juntos como Iglesia. Toda su tarea tiene el objetivo de irnos acercando cada vez más a nuestro “destino final”, a la Patria eterna, al encuentro con el Señor. Jesús nos acompaña, y nos alienta para no desanimarnos ante las pruebas y dificultades que la misma vida nos va presentando.

Si nos dejamos acompañar por el “Divino Caminante”, comprenderemos que Jesús es el camino que la Iglesia recorre hacia la Patria definitiva (Ver Jn 14, 16), y que nadie puede ir al Padre si no es a través de Él.

Y les explicó las Escrituras…

En la narración de los discípulos de Emaús, Cristo mismo interviene para enseñar, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas”. Sus palabras hacen “arder el corazón” de los discípulos y les va preparando para reconocerlo mientras van de camino.

Jesús les explica las Escrituras, y les expone los acontecimientos de la Historia de la Salvación. Quiere purificar en su mente cualquier concepto errado, y por eso les “recuerda las profecías”. Jesús proyecta luz sobre el sentido auténtico de las Escrituras, y hace que el corazón se encienda. Es, pues, a través de una genuina interpretación de la Biblia, que los discípulos entenderán el designio de Dios sobre el hombre y sobre la historia, el camino de la verdad y la justicia, de la fraternidad. El Resucitado será su “clave” para profundizar en ellas…

En la Escritura encontramos la llave de la Esperanza, de nuestra búsqueda de Dios, de la verdad y del sentido de la vida. La Palabra de Dios nos enseñará el camino para “huir del desencanto”, para “apartarnos de la depresión o el desánimo”, para “evitar la desesperación y el miedo”. La Biblia nos hará comprender que la predicación de Cristo resucitado es el sello de Dios sobre la historia de la salvación del mundo. Es, también, un regalo que debe ser explicado, ampliado, profundizado y aplicado a la vida de los hombres de hoy.

Lo mismo que Jesús hizo con los discípulos de Emaús (explicarles las Escrituras), es lo que Pedro hará con los judíos el día de Pentecostés, y aplicando el mismo argumento: Testificará que Jesús ha resucitado y que ha sido exaltado por el poder de Dios… éste será el argumento principal de la predicación apostólica: “Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo para que quien crea en Él no muera, sino que sea salvado por Él” (Ver Jn 3, 16).

Hoy, la Iglesia sigue testimoniando esta verdad, y debe comprometerse a “hacer resonar la Palabra de Dios” en los corazones de todos los hombres.

Los Evangelios son el testimonio principal de la vida y de la doctrina de la Palabra hecha carne (Ver DV 18). Pues bien, el ministerio de la Palabra tiene su punto de partida en la Escritura y en la predicación apostólica. La comunidad cristiana es una comunidad “profética”, y en ella todo creyente es, por lo tanto, responsable de transmitir la Palabra de Dios…

Todos hemos recibido al Espíritu Santo, y es Él quien nos capacita para anunciar la verdad. Es Él quien da a cada uno los carismas, gracias, dones y oficios, según la posición que cada miembro ocupa en la Iglesia, para llevar a cabo esta misión evangelizadora.

Este post continará...
 

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