“¡Quédate con nosotros, Señor,
porque es tarde y está anocheciendo…”
(Ver Lc 24, 29)
Caminar juntos
Después de todo lo acontecido en Jerusalén, dos
discípulos se dirigían a Emaús: “El mismo día, dos de ellos iban a una aldea… y
hablaban entre sí”. Y resultó que mientras conversaban y razonaban, Jesús irrumpió
resueltamente en su camino… llegó como “acompañante” (Ver Lc 24, 15); se
presentó ante ellos, unió sus pasos, y salió al encuentro de aquellos hombres
carentes de ilusión… así inició con ellos un nuevo proyecto…
Tal parece que, en estos discípulos, podemos encontrar la
“imagen” de algunos de nosotros, que vamos por el camino un tanto tristes y
desanimados… Es hermoso reconocer que Jesús fue quien dio el primer paso, el
primer avance en este camino, y se puso a su lado, como si los acompañara en
una peregrinación, en un viaje orientado hacia la madurez de su fe.
Jesús en persona se aproxima al camino del hombre, hace
el mismo recorrido y entra en su historia. La vida de Jesús es el inicio de un
largo caminar para que todos conozcamos a Dios. Jesús ha “abierto la puerta”,
es el “iniciador de algo novedoso”, ha comenzado con Él una “historia nueva”,
donde todos tienen cabida, donde ninguno se ha perdido (Ver Jn 17, 12).
La vida de la Iglesia y de la humanidad es un camino que
vamos recorriendo poco a poco; al igual que el pueblo de Israel que caminaba en
el desierto hacia la tierra prometida, así la humanidad camina hacia la Casa
paterna a través de este inmenso desierto. El camino no es fácil, está lleno de
pruebas, de tropiezos, de cansancio, de caminos falsos; en medio del camino
podemos perder el rumbo o desanimarnos…
Pues bien, la tarea de la evangelización es un camino que
realizamos juntos como Iglesia. Toda su tarea tiene el objetivo de irnos
acercando cada vez más a nuestro “destino final”, a la Patria eterna, al
encuentro con el Señor. Jesús nos acompaña, y nos alienta para no desanimarnos
ante las pruebas y dificultades que la misma vida nos va presentando.
Si nos dejamos acompañar por el “Divino Caminante”,
comprenderemos que Jesús es el camino que la Iglesia recorre hacia la Patria
definitiva (Ver Jn 14, 16), y que nadie puede ir al Padre si no es a través de
Él.
Y les explicó las Escrituras…
En la narración de los discípulos de Emaús, Cristo mismo
interviene para enseñar, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas”.
Sus palabras hacen “arder el corazón” de los discípulos y les va preparando
para reconocerlo mientras van de camino.
Jesús les explica las Escrituras, y les expone los
acontecimientos de la Historia de la Salvación. Quiere purificar en su mente
cualquier concepto errado, y por eso les “recuerda las profecías”. Jesús
proyecta luz sobre el sentido auténtico de las Escrituras, y hace que el
corazón se encienda. Es, pues, a través de una genuina interpretación de la
Biblia, que los discípulos entenderán el designio de Dios sobre el hombre y
sobre la historia, el camino de la verdad y la justicia, de la fraternidad. El
Resucitado será su “clave” para profundizar en ellas…
En la Escritura encontramos la llave de la Esperanza, de
nuestra búsqueda de Dios, de la verdad y del sentido de la vida. La Palabra de
Dios nos enseñará el camino para “huir del desencanto”, para “apartarnos de la
depresión o el desánimo”, para “evitar la desesperación y el miedo”. La Biblia
nos hará comprender que la predicación de Cristo resucitado es el sello de Dios
sobre la historia de la salvación del mundo. Es, también, un regalo que debe
ser explicado, ampliado, profundizado y aplicado a la vida de los hombres de
hoy.
Lo mismo que Jesús hizo con los discípulos de Emaús
(explicarles las Escrituras), es lo que Pedro hará con los judíos el día de
Pentecostés, y aplicando el mismo argumento: Testificará que Jesús ha
resucitado y que ha sido exaltado por el poder de Dios… éste será el argumento
principal de la predicación apostólica: “Dios ha enviado a su Hijo unigénito al
mundo para que quien crea en Él no muera, sino que sea salvado por Él” (Ver Jn
3, 16).
Hoy, la Iglesia sigue testimoniando esta verdad, y debe
comprometerse a “hacer resonar la Palabra de Dios” en los corazones de todos
los hombres.
Los Evangelios son el testimonio principal de la vida y
de la doctrina de la Palabra hecha carne (Ver DV 18). Pues bien, el ministerio
de la Palabra tiene su punto de partida en la Escritura y en la predicación
apostólica. La comunidad cristiana es una comunidad “profética”, y en ella todo
creyente es, por lo tanto, responsable de transmitir la Palabra de Dios…
Todos hemos recibido al Espíritu Santo, y es Él quien nos
capacita para anunciar la verdad. Es Él quien da a cada uno los carismas,
gracias, dones y oficios, según la posición que cada miembro ocupa en la
Iglesia, para llevar a cabo esta misión evangelizadora.
Este post continará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario