“Jesús llegó a Nazaret donde se había criado.
Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se
levantó para hacer la lectura.
Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al
desenrollarlo,
encontró el pasaje donde está escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar la buena noticia
a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a
los cautivos, a dar vista a los ciegos,
a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia
del Señor.
Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se
sentó.
Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos
fijos en él.
Y comenzó a decirles:
- Hoy se ha cumplido ante ustedes esta profecía”
(Ver Lc 4, 16 - 21)
Fue un gran
escándalo para los contemporáneos de Jesús su preferencia clara por los
marginados y alejados de la sociedad sin excluir a los demás; así, nos
encontramos conociendo y reconociéndolo cada día mejor como Dios – Humano.
En la sociedad y
en el tiempo de Jesús había mucha gente discriminada y por muchas causas: Marginados
eran los que no profesaban la religión judía, los que no tenían un origen
legítimo (los "prosélitos", es decir, los paganos convertidos al judaísmo; los esclavos; o los hijos nacidos fuera del matrimonio); los que ejercían oficios despreciables (arrieros de asnos, pastores,
carniceros, curtidores, recaudadores de impuestos); los impuros (pecadores públicos,
prostitutas, publicanos); las viudas, las mujeres, los niños, los ignorantes
que carecen de formación religiosa, los samaritanos y los paganos en general.
Todos ellos eran
objeto de desprecio y de condena. A la mayoría se les negaba el acceso a la
salvación y sufrían la mayoría de múltiples carencias materiales.
Resaltan entre
estos grupos, en primer lugar, los pobres en lo material, los pecadores,
los enfermos, las mujeres y los niños.
Veamos a cada uno de
esos grupos y la manera en que Jesús se relacionó con ellos.
Jesús en
compañía de los pobres
(Ver CEC 2443 -
2449)
Jesús hace una
opción clara por esta gente pobre y marginada, con la cual, desde el pesebre
hasta la cruz, comparte su vida.
Jesús nace de una
familia pobre en un establo (Ver Lc 2, 6 - 7), vive como un pobre (Mt 8, 20),
conoce el hambre (Ver Mc 2, 23 - 26) y la privación (Ver Lc 9, 58).
Se junta con los
pobres, los acepta en su compañía, come con ellos, hace en su favor la mayor
parte de sus milagros…
Con sus acciones y
gestos de solidaridad da a entender claramente que los pobres son los
preferidos de Dios, los privilegiados en el Reino.
De hecho, se
identifica con ellos y pone como condición el amarlos para entrar en su Reino
(Ver Mt 25, 31 - 46).
Jesús acoge a los pecadores
Los llamados
“pecadores” formaban un grupo “fuera de la ley” y, por lo tanto, un grupo
marginado por la sociedad judía.
En aquel tiempo el
nombre de “pecadores” no se refería a una situación moral interior; más bien
indicaba una situación social exterior. En una sociedad fundada en la religión, los que
ejercían un trabajo o profesión “infame” eran excluidos del culto y de las
reuniones públicas.
Por eso se les llamaba
pecadores no solo a las personas que no observaban la Ley, sino también a
aquellos que ejercían una profesión “despreciable” (como los publicanos, las
prostitutas, los carniceros, los pastores…) o que padecían una enfermedad (como
los leprosos).
Los pecadores,
además de la condena moral, sufrían el desprecio, el rechazo y la marginación.
Un caso típico es el de los publicanos
o recaudadores de impuestos. Estas personas eran despreciadas por sus abusos y
especulaciones, por ser colaboradores de los romanos y por tener costumbres
impuras, provenientes de pueblos gentiles.
Por su profesión
se les negaban algunos derechos civiles, como ser jueces y dar testimonio en un
juicio; no se les admitía en banquetes y bodas; se les negaba el saludo; su
dinero no era aceptado por impuro; etc.
Pero, digámoslo con
claridad, Jesús no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores
(Ver Mc 2,17), por eso los invita al banquete de su Reino rompiendo los
formalismos sociales y religiosos de su época. Acoge a todas estas personas: defiende una adúltera, habla con extranjeros, se invita a comer a la
casa de Zaqueo (Ver Lc 19, 5-6), siendo un cobrador de impuestos, etc. Su
actitud provoca escándalo y rechazo de las autoridades religiosas.
Le dicen con
desprecio que es “un comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores” (Mt
11, 19), pero hasta cierto punto dicen la verdad: Jesús se acerca a los pecadores, y lo hace como un amigo. Les ofrece amistad,
comprensión, confianza y fe. Les ofrece la salvación, el perdón de sus pecados, el retorno a la casa de Dios. Los
ayuda a reorientar su vida. La prueba mayor de su aceptación será su misma
muerte “para la remisión de los pecados” (Mt 26, 28).
Jesús
rehabilita a los enfermos
Un tercer grupo
marginado era el de los enfermos.
En la época de Jesús la enfermedad era, ante todo un signo de pobreza y
abandono, ya que el enfermo frecuentemente quedaba desamparado y estaba
condenado a vivir como un mendigo pues los obligaban a salir de su pueblo o aldea..,
Pero había algo
más doloroso: la enfermedad era
considerada como un castigo o maldición de Dios, por lo tanto, el enfermo era
un pecador. Entonces, aparte del dolor físico llevaba la condena moral.
Por último, la
enfermedad suponía también una marginación social: El enfermo en muchos casos
era considerado ritualmente “impuro”, pecador, maldito, y era rechazado y
expulsado de la sociedad, este es el caso concreto de los leprosos, los más
marginados entre los marginados, que por su impureza tenían que vivir fuera de
los pueblos o ciudades.
Los evangelios nos
dicen que a Jesús le traían personas que sufrían toda clase de enfermedades y
dolencias: ciegos, cojos, paralíticos, epilépticos (Ver Mt 4, 23-24; 9, 35; 14,
34-36: Mc 8, 22-26; Jn 9, 1-41)… ¡Y Él los curaba a todos!
Pero Jesús no es
un “doctor” que simplemente sana a los enfermos, mucho menos un “curandero
mágico”... Él hace algo más: rehabilita a estas personas que están hundidas por
el dolor, la condena moral, la soledad y la marginación social.
El Señor se acerca
a los enfermos como “hombres necesitados”, los acoge, los escucha, los comprende
en su dolor y soledad; además, les infunde fe y esperanza, ya que descubren que
no están abandonados por Dios.
Al curarlos los
integra de nuevo a la sociedad, a la convivencia con los demás. Jesús, con su
actitud ante ellos, los hace sentirse personas; de nuevo pueden ver, oír,
caminar, valerse por sí mismos, vivir…
Jesucristo
reivindica a la mujer
Otro grupo de
personas marginadas y discriminadas en la sociedad judía de aquel tiempo eran
las mujeres. La mujer era propiedad primero del padre y después del marido. No
participaba en la vida pública. Su sitio era la casa y sus deberes eran
ocuparse de los hijos y cuidar del hogar.
Dentro de la casa
la mujer era considerada como un ser inferior al varón. Vivía en una sumisión
total al esposo. La mujer no tenía nada qué hacer fuera de la casa. Si salía
del hogar, debía cubrirse el rostro y no le estaba permitido detenerse a
conversar con los hombres. Estos, a su vez, no las saludaban ni les dirigían la
palabra.
La ley era
discriminatoria para las mujeres, ya que no podían ocupar un cargo o función
pública, y nunca se les admitía en un tribunal como testigos. Lo mismo sucedía
en el campo religioso: En la Sinagoga no podían llegar hasta el patio de los
varones, ya que tenían su propio lugar (en la parte superior, tipo “galera” de
la misma).
No se les enseñaba
la ley ni eran admitidas en las escuelas rabínicas. No podían, pues, ser
discípulas de ningún rabino.
La mujer, por
tanto, sufría una clara marginación en los tiempos de Jesús, su situación era tan
lamentable, que los judíos varones recitaban todos los días la siguiente
oración:
“Bendito seas, Dios, porque no me has creado pagano, no me has hecho
mujer y no me has hecho ignorante”.
Jesús, ante esta
situación, toma una actitud novedosa que atenta contra los criterios y las
costumbres sociales de su época: Tiene amigas, como Marta y María (Ver Lc 10,
38 – 42); cura a las mujeres (Ver Mc 5, 34); platica con una samaritana (Ver Jn
4, 7 – 42); defiende una mujer adúltera (Ver Jn 8, 3 – 11); se deja besar los
pies por una "pecadora" (Ver Lc 7, 37 – 47); y aún más, acepta entre sus
discípulos y seguidores a las mujeres (Ver Lc 8, 1 – 3).
Jesús, con estas
actitudes, acoge, respeta, defiende, honra y promociona humanamente a la mujer.
Les devuelve su dignidad de personas humanas. Con esta actitud
revela la gratuidad del Padre Dios, que ama sin esperar recompensa y se
interesa por las personas, no por lo que tienen, saben o pueden.
Jesús acoge a
los niños
Jesús tiene una
predilección especial por ellos, los pone en el centro de la reunión, los
defiende, invita a los oyentes a ser como niños y condena a los que los escandalicen…
En una sociedad y
en un tiempo en que no contaban para nada, Jesús llegó a decir: “Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan. Pues de los que se hacen como ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 19, 14).
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