“Cuando llegaron a un lugar, llamado “Getsemaní”, dijo
Jesús a sus discípulos:
siéntense aquí, mientras yo voy a orar. Tomó consigo a
Pedro, a Santiago y a Juan.
Comenzó a sentir miedo y angustia y les dijo: Me muero de
tristeza. Quédense aquí y velen.
Y avanzando un poco más, se postró en tierra y suplicaba
que, si era posible,
no tuviera que pasar por aquél momento. Decía: ¡Abbá,
Padre!, todo te es posible.
Aparta de mí este cáliz de amargura. Pero no se haga como
yo quiero, sino como quieres tú”
(Ver Mc 14, 32 - 36)
Jesús ora
El Hijo de Dios, también aprendió a orar conforme a su
corazón de hombre. Él aprende de su madre las fórmulas de oración de ella, que
conservaba todas las “maravillas del Todopoderoso y las meditaba en su
corazón”.
Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración
de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo.
Pero su oración brota de una fuente secreta “distinta”,
como lo deja presentir a la edad de los doce años (Ver Lc 2, 49).
Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la
plenitud de los tiempos: la oración filial que el Padre esperaba de sus hijos,
va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su humanidad, como los
hombres y a favor de ellos (CEC 2599).
El Evangelio según San Lucas subraya la acción del
Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio de Cristo, nos
muestra a Jesús orando antes de los momentos decisivos de su misión:
- Antes de que el Padre dé testimonio de Él en su bautismo
(Lc 3, 21 – 22).
- Y de su transfiguración (Lc 9, 28 – 36).
- Antes de dar cumplimiento con su pasión, al designio de
amor del Padre (Lc 22, 41 – 44).
- Antes de elegir y llamar a los Doce (Lc 6, 12 – 16).
- Antes de que Pedro lo confiese como el “Cristo de Dios”
(Lc 9, 18 – 20).
- Para que la fe de Pedro no decaiga y pueda fortalecer a
sus hermanos (Lc 22, 32).
La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación
que el Padre le pide que cumpla, es una entrega, humilde y confiada, de su
voluntad humana a la amorosa del Padre (CEC 2600).
Los evangelistas han conservado las dos oraciones más
explícitas de Cristo durante su ministerio.
En la primera (Mt 11, 25 – 27) Jesús ora al Padre,
le da gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los
que se creen doctos y entendidos, y los ha revelado a los “pequeños”.
Su conmovedor “sí, Padre”, expresa el fondo de su
corazón, la adhesión amorosa al querer de su Padre (CEC 2603).
La segunda oración nos la transmite San Juan antes
de la Resurrección de Lázaro: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado”, lo
que implica que el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a
continuación: “Ya sabía yo que tú siempre me escuchas” (Jn 11, 41 – 42), lo que
revela que Jesús pide de una manera constante (CEC 2604).
En ambas, reconocemos una cercanía especial de Jesús con
su Padre. Adhesión que nos habla de cómo debe ser la relación del que se sabe
“hijo” con el “Dios que nos mira siempre bondadoso y providente”.
Jesús enseña a orar (CEC 2607 – 2614)
“Estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le
dijo uno de sus discípulos: Maestro, enséñanos a orar” (Lc 11, 1).
Jesús, entonces, les enseñó la oración del Padrenuestro
(oración en la que profundizaremos en el siguiente post), y les
insistió en ser perseverantes en ella.
Es contemplando a su Maestro en oración cuando el
discípulo desea orar; entonces puede aprender del Maestro: Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos
aprenden a orar al Padre (Ver CEC 2601).
Con su oración, Jesús nos enseña a orar, como un “Pedagogo”
nos toma de donde estamos y, progresivamente nos conduce al Padre (Ver CEC
2607).
El Papa Juan Pablo II, en su Carta apostólica “Novo
Millenio Ineunte”, nos insiste en la necesidad de orar, aprendiendo “el arte de
la oración” de los labios mismos del Divino Maestro:
“Hace falta, pues, que la educación en la oración se
convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación
pastoral. Sí, queridos hermanos y hermanas: Nuestras comunidades cristianas
tienen que ser auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no
se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias,
alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el
arrebato del corazón. Una oración
intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia,
abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y
nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios” (Ver NMI
33).
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